EL CASO DEL LEGISLADOR SANTAMARÍA

Carlos E. Gili vuelve a incursionar en el género policial, dando vida nuevamente a la dupla que resolviera “El caso del profesor Bermúdez”: el comisario Mozarreta y el fiscal López Echenique. En esta oportunidad, el asesinado es un legislador cordobés de peculiares características personales que estaba investigando casos de corrupción en el Estado.

Con la típica estructura del policial de enigma, los personajes se abocan a una dificultosa investigación, teñida con pinceladas de humor, reflexiones filosóficas y referencias a la Córdoba pasada y presente, hasta desembocar en la sorpresiva resolución del caso.


 

EL CASO DEL LEGISLADOR SANTAMARÍA

1

Cuando llegó el comisario Mario Mozarreta, la sangre surgida de los tres agujeros en la espalda del hombre ya había terminado de coagularse. Sin embargo, un reguerito que bajaba por el costado y se escurría en dirección a los pies, se mantenía fluida, viscosa, resistiéndose a la implacable se- quedad que inexorablemente la invadiría.

Aunque Mozarreta observó detenidamente la cara del hombre, ladeada sobre el piso del hall de la Legislatura, al principio no lo reconoció. Sólo después de unos segundos los rasgos de ese rostro le fueron reconstruyendo en la memoria una imagen que finalmente coincidió con el nombre que le había dado uno de los policías que estaban de custodia: “Es el legislador Javier Santamaría, inspector”.

Mozarreta miró hacia atrás.

-Y a éste ¿lo conocías?- El otro cadáver vestido de policía permanecía de espaldas junto a la gran puerta de entrada, con la pistola al lado de su mano derecha.

-No, comisario. Gómez -señaló al otro guardia -creo que sí lo conocía.

-Está bien. ¿Alguien, además de él -señaló con la barbilla al policía muerto- vio qué sucedió?

-Algunos transeúntes dicen que, después de oírse los disparos, un hombre salió a la calle pero, según ellos, no llevaba ningún arma, por lo que nadie sospechó de él. Cuando comprobaron lo que había pasado, el hombre ya se había perdido entre la gente que transitaba por Rivera Indarte. Nadie lo vio correr, o adoptar una actitud sospechosa.

-¡Qué boludos! ¿Cómo no se van a dar cuenta después de escuchar los tiros?

-No sé. Ahí están una viejita y un pendejo con su novia, y también el ciego que toca el acordeón en la vereda… El librero de enfrente también escuchó los tiros, pero no vio salir a nadie.

-¿En el patio no había gente?

-Parece que no. Los de arriba, cuando se asomaron a los balcones, tampoco alcanzaron a ver a nadie.

-El asesino debe ser el hombre invisible -amoscado Mozarreta- ¿Quién fue el primero que vio a los muertos?

-Los guardias que estaban arriba, en la sala Regino Maders. Ellos llamaron al 101 y a la ambulancia. También la parejita ésa, y varios más; pero por lo visto nadie quiere salir de testigo, y se fueron.

-En fin, veremos qué dice el forense y los de judiciales. Aunque -se resignó sonriendo -qué van a decir, que están muertos, ¿no? Bueno, yo voy a conversar con el fiscal, y después me doy otra vuelta.


 

2

¿Qué me cuenta, doc?- después de saludar al fiscal Rodolfo López Echenique -Matan a un diputado en la Legislatura, y nadie vio nada ¡Cosa de locos!

-Y sí, Mozarreta, cuando hay un crimen todos parecen estar ciegos, sordos y mudos. Casi siempre es así, y hay que aceptarlo. Pero ahí es cuando entra- mos nosotros, ¿no?- se burló el fiscal.

-Entramos, doc, pero ¿salimos?

-Usted sabe que sí, Mozarreta. A veces cuesta bastante, pero al final las cosas casi siempre se aclaran.

-Como lo de María Soledad, Marita Verón, Lourdes Di Natale…

-Bueno, Mozarreta- gesto elocuente con las palmas de las manos hacia arriba -qué escéptico se me vino hoy.

-Es que es así, doc- Un casi imperceptible rictus torció la boca del comisario hacia un costado -Cada vez cuesta más investigar. Hay tantas presiones…

-Y también muchos incentivos- irónico el fiscal. El comisario lo miró a los ojos.

-No me diga que…

-No, nada personal- y agregó: -las brujas no suelen verse, pero que las hay, las hay.

“Ya empezamos con los refranes. ¿Con cuál po- dría joderlo yo?”. Pero no recordó ninguno.

El fiscal preguntó, ahora serio:

-¿Por dónde empezamos con esto? Algo habrán visto los guardias…

-No, a uno también lo mató, y el otro justo había terminado de subir la escalera que da a la sala Regino Maders.

-Maders…- murmuró el fiscal -¿Qué coincidencia, no? Los dos, hombres públicos, asesinados por sorpresa… – El comisario lo miró algo desorientado por la comparación, pero sólo atinó a asentir con el gesto, mientras pensaba “¿qué tendrá que ver esa coincidencia?”. Pero después de pensar un rato comentó:

-Además, creo que Santamaría también estaba investigando algunas irregularidades, ¿no?

-Yo no sé nada- sorprendido López Echenique -¿Usted sí?

El comisario negó brevemente con la cabeza.

-Sólo rumores.

El fiscal preguntó:

-¿Pero algo habrán visto las personas que estaban arriba, o los transeúntes?

-No, doc, nada concreto. Sólo los testimonios de los que vieron salir a un hombre, y nada más. Incluso no coinciden en la ropa que vestía, cómo era el tipo…

-¿No habrán sido dos?

La sorpresa le abrió los ojos a Mozarreta, pero respondió, seguro:

-No, al menos de los testimonios no surge esa posibilidad.

-Y entonces ¿cómo van a confundir la ropa del sospechoso?

-En realidad no es confusión. Sólo que la chica de la parejita dice que estaba vestido con un traje oscuro, que era morocho, de pelo lacio, y el muchacho, que tenía un abrigo, un paletó negro, pero no arriesga con el color de la piel y el pelo. Y la viejita no se fijó en la ropa, pero sí en que salió bastante apurado, cosa que niega la pareja, a quienes les pareció que salió caminando normalmente. Otro que estaba un poco más lejos dice que, después de oír los disparos, el hombre dobló la esquina bastante rápido y se alejó rumbo a 9 de julio.

Después el comisario lo puso al tanto de los balazos recibidos por los muertos.

-¿El policía muerto alcanzó a disparar?

-Parece que no, aunque todavía falta el peritaje de balística. Lo seguro es que sacó el arma.

El rostro del fiscal, habitualmente risueño, ahora estaba serio, pensativo. Después de unos segundos de silencio afirmó:

-Parece un típico crimen por encargo. El que lo mató no es un improvisado, es un profesional.

-Yo también lo creo, pero ¿no podría ser un policía, o un gendarme, alguien ducho en el manejo de armas, pero que lo haya matado por una cuestión personal?

-Podría ser. ¡Los móviles pueden ser tantos con un político! En fin, esperemos los resultados de balística para saber el tipo de proyectil que lo mató, a ver si eso nos ayuda. ¿Hay alguna marca de otros disparos?

-No

El fiscal pensó un rato.

-Certero el tipo. Tres para el diputado, dos para el policía…

-Así es, doc. Donde puso el ojo, puso la bala- sonrió para sus adentros Mozarreta. López Echenique lo miró entre risueño y falsamente amoscado, y el comisario se despidió contento de haberlo primereado con el refrán.


 

3

Mozarreta percibió la inmensa construcción de la Legislatura, mezcla de barroco y renacentista, como un gigantesco signo de interrogación. La torre del reloj se alzaba ante él, al mismo tiempo elegante y amenazadora. El comisario, recientemente ascendido con motivo de haber solucionado del caso del profesor Bermúdez, permaneció unos segundos contemplando el edificio desde “El emporio de los libros” y luego se encaminó hacia la entrada que tiene la Legislatura por Deán Funes. Los dos policías de guardia apenas interrumpieron su conversación mientras lo miraban displicentemente. Mozarreta entró en el hall pensando “éstos no saben quién soy, si así van a controlar a cualquiera que entre…”, y luego de una breve inspección ocular se dirigió al patio “Evita”. Echó un vistazo a los cuadros que allí se exhibían, y volvió a sorprenderse una vez más de lo fácil que le había resultado al asesino concretar su misión en un ámbito supuestamente custodiado como debería serlo la sede del poder legislativo provincial. “Tiene que haber algún quilombo con los gremios para que manden un montón de efectivos y metan vallas por todas partes”, se indignó levemente, “pero puede venir un tipo y matar a un legislador sin que pase nada”. Inspeccionó de nuevo el lugar donde había caído Santamaría, luego miró hacia donde yaciera boca arriba el policía con la pistola al lado de la mano, y concluyó reflexionando que la acción debió de ser muy rápida, y que primero había matado al policía y recién después al legislador. Debió pasar frente al policía y luego girar velozmente para sorprenderlo y disparar, porque las balas le habían dado en el pecho. Lo raro, pensó, es que Santamaría no se hubiera dado vuelta al oír los tiros y el tipo alcanzara a disparar de nuevo impactándolo en la espalda. “¡Todo un cowboy el hombre! No, éste no es un marido engañado, un enemigo político o un hijo de vecino cualquiera. Es un mercenario que sabía lo que hacía”, terminó su reflexión con un gesto de perplejidad en la boca. Y mientras se dirigía a la salida se preguntó, preocupado: “¿Y ahora a quién mierda interrogamos? Hasta el gobernador puede ser sospechoso de la instigación”. Cuando pasó frente a los policías les dijo, serio y sin mostrarles la credencial:

-Che, fíjense bien quienes son los que entran aquí, si no los pueden cagar a tiros- Los guardias abrieron grandes los ojos y la boca como diciendo “¿y éste quién es?”. Pero ya el comisario se encaminaba hacia el Cabildo para tomarse un café en el “Novecento”.


 

4

-¿Qué me cuenta, doc? Jodido el caso, ¿no?

El fiscal López Echenique soltó el humo de su boca y se quedó mirándolo con los ojos entornados, pensativo. Finalmente respondió, torciendo los labios:

-Ni más ni menos que otros, Mozarreta. Todos parecen difíciles, pero al final se resuelven. Claro que, como decía Aristóteles, nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está totalmente alejado de ella.

“¡Ya salió con Aristóteles!”

-No me joda, doc, Y eso de que todos se solucionan…

El fiscal sonrió levemente y dio otra pitada.

-Prácticamente todos, y usted lo sabe. Lo que pasa es que muchas veces no podemos probarlo, aunque tengamos la certeza de que los hechos sucedieron de determinada manera. Pero siempre hay un culpable.

-Claro, al legislador Santamaría alguien lo mató, ¿no?- socarrón Mozarreta -Pero ¿quién? Y sobre todo ¿quién es el instigador? Porque no me negará que el asesino es un sicario, alguien lo mandó matar.

-No esté tan seguro. La mente del ser humano es insondable, y cualquier puede convertirse en asesino.

-Yo creo que el que lo mató es sólo un gatillo. Por el contrario ¡tantos pudieron ordenar que lo maten!

Un político que está investigando actos de corrupción en el poder, es un blanco casi permanente.

-Y un tipo mujeriego como era Santamaría, también.

-¿Está seguro de que era tan mujeriego?- se asombró el comisario.

-Sí, todos los allegados lo sabían. Y también los legisladores; muchos colegas lo envidiaban. Era pintón el tipo- Un leve gesto de admiración asomó en la boca del fiscal.

“Qué tendrá que ver que sea pintón”, pensó envidioso el comisario. “Uno puede ser mujeriego aunque sea fulero”. El disgusto por el pensamiento le agrió un tanto el gesto al darse cuenta de que se estaba comparando. “¿Qué te pasa, Marito, desde cuando complejos de inferioridad?” Y estaba por concluir su reflexión con un “si vos también sos pintón”, cuando una vocecita maligna le susurró interiormente “sí, pero viejo”. Al fin aventó las du- das rompiendo el inesperado silencio que se había instalado entre ambos:

-Entonces ¿por dónde empezamos?

-Por el núcleo familiar, como siempre; por sus enemigos políticos, por sus relaciones femeninas… en fin, lo de siempre, Mozarreta.

“Claro, pero vos vas a seguir sentado aquí, mientras yo tengo que romperme el culo investigando”. Pero sólo afirmó:

-Empezaré por sus colegas de la legislatura.

-No se olvide de su ex mujer.

-¿Estaba separado?

-Sí, y tengo entendido que ella está medio desequilibrada.

“No sé de dónde saca tanta información”, asombrado Mozarreta.

-Nos vemos, doc- y salió cabizbajo del despacho.


 

5

“La Tasca” estaba llena esa mañana. Después de pasear su mirada por los parroquianos sentados tratando de ubicarlo, aceptó resignado: “impuntual como siempre”. Aprovechó que había una mesa libre sobre la pared del fondo, frente al espejo, y la ocupó. “Aquí podremos hablar tranquilos, sin el bullicio de adelante”. Pidió un cortado y una salada y se disponía a esperar cuando Amílcar Suarez entró por la puerta lateral que da al pasaje. Antes de que levantara la mano para llamarlo ya el hombre lo había localizado.

Alto, flaco y bastante encorvado, Suarez se fue aproximando por el pasillo libre hasta llegar a la mesa. Parecía mayor que Mozarreta, pero era menor.

-¡Un siglo que no te veo, Marito!

-Y sí, mi laburo es duro- le dio la mano sorprendido por la rima- No como vos, que siempre estás al pedo.

Suarez respondió sonriendo:

-No creas, ahora que empezaron las sesiones el doctor me hincha las pelotas a cada rato- Hizo una pausa para llamar al mozo y continuó, serio: -Así que estás investigando lo de Santamaría.

-Sí, y la verdad es que estoy en bolas. Por eso he pensado que quizás vos podrías darme una mano, contándome cómo era el tipo, qué hacía…

-Como hacer, hacía lo que hacen todos estos: reunirse de vez en cuando en el recinto, tomar café y discutir pelotudeces, y después cada uno a lo suyo.

-Claro, pero vos sos asesor del doctor Márquez, o secretario, no sé… y ellos eran compañeros de bancada; algo debés saber.

Suarez hizo un gesto ambiguo y respondió:

-Lo único que puedo decirte es que Santamaría era lo opuesto al doctor, que es un tipo serio, muy de su casa. Santamaría en cambio era un loco lindo, muy mujeriego, se prendía en todas la jodas. Claro que eso no le impedía ser eficiente en su trabajo; parece que estaba investigando el destino de los fondos de Turismo, donde dicen que hay un gran agujero negro.

Mientras hablaba, Mozarreta lo escudriñaba serio, con el entrecejo fruncido. Siempre que lo hacía, los años parecían caerle de golpe en el rostro. La piel seguía tensa, sin signos de vejez, pero las arrugas le cincelaban surcos en la frente y las “patas de gallo” se pronunciaban y multiplicaban. Los sesenta aún no cumplidos parecían entonces haber sido ya superados.

-¿Vos tenés algún idea, alguna sospecha, algo que me pueda ayudar?

Suarez hizo un gesto de duda y permaneció un momento en silencio, pensando.

-Lo que yo te pueda decir es sólo a través de los comentarios del doctor, o de algún otro asesor. Por ejemplo, que desde el asunto ese de las obras en las sierras, el legislador Morelo no lo podía ver. Casi se agarran a las trompadas, y nunca más se hablaron. También se sabe que Sabat no lo tragaba, pero eso fue por una mina que Santamaría le habría quitado.

Y por el lado de la familia, vos debés saber que estaba separado desde hace un par de años. Parece que las relaciones quedaron muy tirantes; dicen que la mujer es medio loca- sonrió.

-Y brava, según me contaron- mintió.

-Sí, dicen que desde el crimen de Clarita Domínguez quedó muy dolida. Santamaría era su amante, al menos uno de ellos- aclaró -y lo estuvieron in- vestigando. Pero no encontraron nada que lo involucrara en el hecho.

-¿Vos me podés averiguar algo más sobre ese asunto? Y otro día lo hablamos- Suarez hizo un gesto de duda, y Mozarreta miró su reloj -¡Puta cómo pasa el tiempo! Antes del almuerzo tengo que ir a verlo al fiscal. Debe estar tan en bolas como yo.

-¡Así que los dos están en bolas y yo tengo que investigar por ustedes…!- fingidamente enojado Suarez -Me van a tener que dar parte del sueldo de cada uno.

-Con el de él no sé, pero conmigo vas muerto. Cada día me alcanza menos

-Y sí, Marito. La inflación nos mata a todos- Hizo ademán de llamar al mozo, pero Mozarreta lo detuvo con la mano en alto.

-No, dejá, para el café todavía me alcanza.

-¿Seguro?

Los dos rieron, y el rostro del comisario volvió a adquirir la lozanía de un galán maduro de teleno- vela.

Antes de despedirse, ya en el pasaje, Suarez le insinuó:

-¿Por qué no hablás con el doctor? Si querés yo le digo que lo vas a ver, así se ponen de acuerdo. A lo mejor él te puede ayudar más que yo.

El comisario le agradeció, y mientras Suarez se iba por Trejo en dirección a 27 de abril, Mozarreta se quedó un momento en la esquina, mirando pen- sativo la Legislatura. Después se encaminó por Deán Funes hacía Velez Sarfield, hacia las poli- cromadas cúpulas de la iglesia Santo Domingo.


 

6

-Doctor…- Mozarreta se levantó y le estrechó la mano ceremoniosamente.

El doctor Saturnino Márquez le devolvió el saludo y el comisario lo invitó a sentarse.

El “Coffe and thea Cabrales” estaba repleto de gente como todos los días a esa hora tardía de la mañana. Las altas puertas vidriadas y el abuso de cristalería en la entrada y las paredes le daban un aspecto demodée muy particular, que lo tornaba agradable y acogedor. La gran araña de cristal ponía la nota lujosa en el amplio ambiente.

-Bueno, inspector, me dijo Suarez que anda averiguando lo de Santamaría- El fino bigotito resaltaba en su simpática cara regordeta. La calvicie le daba un aspecto de abuelo bonachón.

-Así es, doctor, y le agradezco que haya aceptado esta charla informal- Y aclaró: -La jefatura o la fiscalía son bastante deprimentes.

Afuera la gente transitaba apresurada y sólo algún peatón se detenía brevemente ante algún “arbolito” que a su paso murmuraba “dólares, cambio dólares…”. La city cordobesa jugaba a imitar a la porteña con su profusión de bancos y agencias de turismo.

-Un cortado en jarro y una salada- pidió al mozo el doctor Márquez, y aclaró para Mozarreta: -La diabetes, sabe…- El comisario sonrió y el doctor pro- puso: -Y bien, amigo, ¿por dónde empezamos?  

Mozarreta lo miró unos segundos, pensativo, y respondió:

-La verdad es que no lo sé- Un leve gesto de sorpresa se dibujó en la boca de su interlocutor, pero ya el comisario proseguía:-Me gustaría que usted me dijera algo sobre la personalidad de Santamaría, si tenía enemigos, personas que pudieran verse afectadas por sus investigaciones, en fin… lo que usted crea conveniente que me pueda ayudar a encontrar al asesino.

-Caramba, inspector, yo no era tan amigo de Santamaría como para conocer detalles de su intimidad. Éramos sólo compañeros de bancada, y aunque nuestras relaciones siempre fueron cordiales y amistosas, sólo nos veíamos en la Legislatura, y rara vez tomábamos un café juntos, casi siempre con otras personas- Hizo una pausa pensativa para agregar: -A pesar de ser extrovertido y algo ampuloso, era bastante reservado en cuanto a las investigaciones que estaba realizando y que usted- sonrió -por cierto conoce. Los compañeros sólo sabíamos que andaba tras el enorme déficit que se produjo en Turismo, y a mí personalmente un día me contó que tenía pruebas de una gran defraudación. Pero no me comentó de nadie en particular.

-¿Alguien más estaba con él en alguna comisión… o algo por el estilo?

-Que yo sepa, no. Quizá alguno de sus asesores pueda conocer algo, pero otros legisladores, no creo

El comisario salió de su ensimismamiento para preguntarle:

-¿Y de su vida íntima, de sus relaciones familiares o…amistosas, sabe algo?- Había un toque de picar- día en su rostro. También en el de Márquez cuando respondió.

-Verá, su fama de mujeriego, si a eso se refiere, era bien conocida por todos. Muchos lo han visto en varios lugares con distintas mujeres, casi siempre muy bonitas, como esa conductora de televisión… no me acuerdo el nombre. Pero como le digo, Santamaría era muy reservado en sus cosas.

-Se había separado hace un tiempo, ¿no?

-Sí, y parece que la ruptura no fue en buenos términos

-Claro- dijo Mozarreta, y pensó “este no me está ayudando mucho que digamos. Todo esto ya lo sabía”.

-¿Y ese asunto de la muerte de Clarita Domínguez?

Márquez se puso serio.

-Bueno, sin duda él era amante de Clarita, pero en su muerte no tuvo nada que ver… me parece. Al menos sólo declaró como testigo, y nunca lo imputaron. Por otro lado, también se sabe que Santamaría no era el único amante de Clarita.

-Claro- volvió a afirmar el comisario -El caso tuvo tantas idas y vueltas…- Después le preguntó repentinamente: -¿Sabe si consumía?

-¿Drogas?- Sorprendido Márquez. Mozarreta asintió con la mirada. El doctor respondió, sin que el gesto de sorpresa desapareciera: -No, al menos a mí no me consta. Tampoco vi nunca ninguna actitud que me pareciera sospechosa. Pero vaya uno a saber…

-¿Y en la familia? La mujer, o los hijos… Digo, quizá un ajuste de cuentas…  

La mirada de Márquez parecía decir “¿cómo lo voy a saber?”. Pero respondió categórico:

-No, que yo sepa, no.

Hacía rato que habían terminado sus cafés, y el comisario le dijo, sin manifestar su decepción:

-Bueno, doctor, no lo entretengo más.

-Espero que la charla le haya servido de algo- dudando Márquez.

-Sin duda, todo sirve en estos casos. “¿Esto será un refrán, o no?”

Ya de pie, y antes de retirarse, Márquez le dijo:

-Ah, inspector, por si le sirve; otro legislador amigo me contó que poco tiempo después de la muerte de Clarita, su marido profirió amenazas de muerte contra Santamaría. Pero sólo fue un comentario- y se dirigió la salida.

Mozarreta permaneció de pie un momento, ceñudo, y después volvió sentarse y pidió otro café.


 

7

-¿Usted siguió el caso del asesinato de Clarita Domínguez, doc?- a quemarropa el comisario ni bien se hubo sentado, después del saludo.

El fiscal López Echenique lo miró socarronamente, como estudiándolo.

-Qué ansioso anda hoy, Mozarreta.

-Es que me he enterado de algunas cosas…

-Bueno, parece que avanzamos- prendió un ci- garrillo y lanzó al aire un voluta redonda.

-No crea. En realidad son sólo cabos sin atar.

-Habrá que atarlos, entonces- sonrió.

-En serio, doc, ¿qué sabe de ese caso?

-Sólo lo que salió en la prensa. Yo no estuve ni cerca de la investigación. Algo comentamos con el fiscal Begonián, pero nada concreto. ¿A qué se debe su interés?

-A que Santamaría fue amante de Clarita, y hasta declaró como testigo en el caso.

-¿Y con eso…?

-Que en algún momento se lo sindicó como sospechoso, y tuvo que declarar.

-Pero sólo como testigo, nunca se lo inculpó.

-Sin embargo, parece que para el marido las dudas siguieron. En una reunión de amigos dijo que lo iba a matar.

López Echenique se puso serio.

-Entonces, algo tenemos- Pensó un momento y luego reflexionó: -Usted sabe que hasta ahora el caso nunca se esclareció, y hace casi un año de eso. Sospechosos hubo varios, y hasta imputados y detenidos, pero nunca se probó nada, y al final tuvieron que soltarlos.

-Hasta el marido y otros familiares fueron sospechosos. Pero los más firmes siguieron siendo un par de amantes y- aclaró cambiando el tono -uno de ellos era Santamaría.

El fiscal se quedó pensando.

-¿Podría ser que el marido supiera algo más, y obrara en consecuencia?

Es una posibilidad, no, doc?

-Sí, pero apenas una más- pareció desechar la idea -¿Qué se sabe de la esposa de Santamaría?

-Tengo que hablar con ella- casi murmuró, bajando la vista.

-Creí que ya lo había hecho- con sorpresa simulada y un sonriente reproche.

Mozarreta cambió de enfoque.

-Todo está muy complicado, doc. Hay muchas pistas, pero en concreto, nada. Tengo que hablar con el legislador Morelo, y con algún otro. Y también tendría que hacerlo con gente del gobierno, sobre todo en el área Turismo. ¿Pero qué me van a contestar? Que no lo iban a hacer matar porque los estuviera investigando- decepcionado Mozarreta.

-Yo me inclino más por el ámbito familiar, o por algún marido cornudo- El comisario lo miró con sorna, y el fiscal captó la intención -¿No dicen que el tipo era muy mujeriego?

Mozarreta aceptó vagamente con el gesto y replicó:

-¿Pero cómo vamos a saber quiénes eran sus amantes, y cuales estaban casadas?

-Investigando, Mozarreta, investigando.

“¿Y vos que hacés, que sos el fiscal?” López Echenique le leyó la intención en la mirada, y pro- siguió: -Usted es mi mano derecha en el juzgado, y yo tengo plena confianza en su eficiencia- lo zalamereó. El comisario acusó el golpe, y sonrió.

-Veremos qué se puede hacer.

-No deje de hablar con la esposa- insistió –Una mujer engañada siempre es peligrosa.

-Y más ésta- respondió, pero estaba pensando “¿cómo sabés tanto de mujeres?”

El fiscal agregó:

-Parece que últimamente andaba con la Blanchet, la conductora de televisión.

-Habrá que hablar también con ella, entonces.

-Tenga cuidado, Mozarreta, es muy linda- Y agregó con una sonrisa taimada:-Y usted que es bastante picaflor…

-No me joda, doc-. Y se despidió.


 

8

Los altos árboles de un verde oscuro –pinos álamos negros, eucaliptus…- tapaban tanto los rayos solares que la calle parecía estar casi en penumbra. Un frescor suave atemperaba el bochorno que había acompañado a Mozarreta dentro del vehículo. “Tengo que ponerle gas al aire acondicionado, no enfría nada”. El Suquía apenas se adivinaba en la quebrada y el Chatteau elevaba su mole de cemento en la otra ribera. Altos setos oficiaban de muro en la casa donde el comisario tocó el timbre. La mujer que salió a recibirlo conservaba una buena figura, elegante a pesar de haber pasado los cincuenta. “Un poco flaca para mi gusto, pero aun así…”. La sobria belleza del rostro se opacaba un tanto por los rasgos angulosos y el gesto adusto que le fruncía el ceño y sugería un carácter fuerte y autoritario. La dulzura, e incluso la simple templanza, estaban por completo ausentes.

Después de los saludos lo hizo pasar a un living espacioso, decorado con buen gusto. En el sofá ubicado en el fondo un joven continuó manipulando su celular, al parecer sin percatarse de la presencia de Mozarreta. Sólo cuando la mujer lo llamó, levantó la vista distraídamente y vino a saludarlo.

-El inspector está investigando la muerte de tu padre- Después el muchacho volvió a repantigarse en el sofá y a dedicarse al celular. Sólo de vez en cuan- do levantaba la vista y miraba fijamente al comisa- rio durante algunos segundos. Luego volvía a su rutina.

“Típico exponente de la juventud actual”, resignado Mozarreta. “Celular, tele, algún porro o quizás algo más…”.-

-Usted dirá en que puedo ayudarlo, inspector- La mujer había bajado algo la tensión de su rostro, pero la acritud seguía presente.

-Necesitamos conocer lo más que podamos sobre la vida de su esposo, si tenía enemigos, su comportamiento en los últimos días… en fin, si usted tiene alguna sospecha…

La mujer no pensó demasiado. Su tono no era agresivo, pero parecía demasiado conciso, y había algo cínico en él.

-Si tenía enemigos ¡qué político no los tiene! Pero no creo que ninguno de ellos lo odiara tanto como para matarlo, o mandarlo matar. Y en cuanto a su comportamiento, no puedo decirle nada porque, como usted sabrá- hizo un gesto elocuente -estamos se-parados, y él no venía por aquí.

Mozarreta permaneció callado mientras continuaba observándola detenidamente. De repente pareció despertar.

-¿Podría nombrarme alguno de esos supuestos enemigos?

-No específicamente; sólo dije que todos los políticos los tienen. Decirle el nombre de algunos que solía mencionarme como poco amistosos, sería echar sobre ellos sospechas quizá infundadas.

-Entiendo- pero no estaba conforme -Y como jefe de familia, como marido…

-Nunca fue un ejemplo para emular- lo interrumpió. El comisario percibió, debajo de su sonrisa, una leve mueca de desprecio. Luego volvió a su seriedad habitual -Como todo político, siempre tenía reuniones a cualquier hora, y solía volver muy tarde a casa. En fin, su presencia, para sus hijos, fue más bien una continua ausencia.

-Y con usted…

-¿Qué le puedo decir, inspector, que usted no intuya? Javier sólo me fue fiel los primeros meses de matrimonio. Después, con la política…

“¿Será realmente por la política, o porque se cansó de vos? Porque con ese carácter…”. Ya había ad- vertido que no lograría mucho con la entrevista. Preguntó por preguntar:

-¿Cuántos hijos tienen?

-Dos. Martín- señaló al joven -y Celia, que está casada con el arquitecto Malbrán. Tienen un hijito, ya soy abuela- Ni cuando lo dijo percibió el comisario algún gesto de ternura. Echó una última mi- rada al joven, que había dejado el celular y anotaba algo en una libreta. Tenía el gesto serio y reconcentrado de su madre. Se le ocurrió preguntar:

-¿Sus hijos se llevaban bien con el padre?

La mujer lo miró algo extrañada, pero respondió sin vacilar:

– Con Celia sí, aunque últimamente se veían poco. Con Martín en cambio, las discusiones siempre fueron frecuentes, y más aún desde que nos separamos. Aunque tampoco se veían seguido.

Pensó preguntarle sobre qué discutían, pero no lo hizo. Le agradeció la entrevista y se despidió. El muchacho sólo levantó la mano en señal de des- pedida mientras Mozarreta se dirigía a la salida.

“Gente rara”, pensó. “Fríos. Pero ¿eso los hace sospechosos? Se respondió a sí mismo negativa- mente mientras se dirigía al auto. Se había nublado, y la calle estaba aún más oscura.


 

9

-Sigue jodido el asunto, doc. No hay una pista ni por casualidad.

-Ya aparecerá, Mozarreta, no sea ansioso. No hay mal que dure cien años- El armonioso rostro del fis- cal era el paradigma de la beatitud.

El comisario empezó a ponerse nervioso. Por un lado le causaban gracia los refranes del fiscal, pero por otro lo enervaban, porque él también hubiera querido decirle alguno, y nunca se acordaba de ninguno.

-¿Qué le pareció la mujer?

-Despechada, dura. Pero ¿capaz de mandar matar al marido…?

-¿Por qué no? Una mujer abandonada es capaz de cualquier cosa.

-No sé… su actitud no me alcanza para considerarla sospechosa. Si ella fuera la autora intelectual- aclaró -me parece que trataría de disimular el desprecio que manifestó en la entrevista.

-Los sentimientos de una mujer despechada son insondables, Mozarreta- “¿Justamente vos sabés tanto de mujeres? ¡A mí me cuesta tanto entenderlas…!” -Y también puede haber alguna amante en la misma situación que la esposa, ¿no? De todos modos, hay que seguir buscando pistas también por otros lados, sobre todo entre sus colegas y en algunas áreas del gobierno.

-Sí, porque a pesar de la poca información que pude obtener del legislador Márquez y mi amigo Suárez, algo me quedó en claro. Las investigaciones de Santamaría iban bastante a fondo, lo suficiente para molestar a algunos funcionarios. Pero claro ¿a quién vamos a interrogar, si oficialmente todavía no había trascendido nada? Sus investigaciones eran casi secretas.

-Usted lo dijo bien, “casi” secretas. Alguien más debe estar al tanto de esa investigación. ¿Por qué no insiste un poco más con su amigo… el asesor ese?

-No creo que Suárez sepa más de lo que me dijo.

-Vamos a tener que interrogar nomás a algunos legisladores. Esos que tenían cierta enemistad manifiesta con Santamaría.

El comisario hizo un gesto de duda, pero aceptó:

-Hablaré con estos- sacó un papel de su portafolios

-que me nombró Suárez: Morelo, Sabat, un tal Flores… y no me acuerdo cuál otro.

-Morelo es oficialista, ¿no?

-Sí, aunque no creo que eso sea relevante. Sabat es de la oposición, como Santamaría, y sin embargo también se llevaban mal.

-Y sí, las afinidades políticas a veces no tienen nada que ver con las personales- “¿Qué afinidades políticas tendrás vos?”, se preguntó. Pero clausuró sus dudas cuando se dio cuenta de que él tampoco las tenía. El fiscal prosiguió, luego de un momento en el que ambos parecieron estar reflexionando: -¿Y amigos, tendría amigos?

-Nadie me comentó nada al respecto- Mozarreta se quedó pensando -Pero también es cierto que yo no pregunté nada. ¿Usted cree que algún amigo…?

-No, no lo creo. Aunque todo es posible en esta vida. Lo que yo pienso es que quizás algún amigo sepa algo, y pueda darnos alguna pista.

-Es raro que Suarez no me haya mencionado nada. Ni la mujer… Es como si nunca los hubiera tenido. Claro que conocidos tenía muchos, tanto hombres como mujeres. Pero amigos…- El comisario estiró los labios en un gesto de duda.

-El amigo de todo el mundo no es amigo- Mozarreta iba a preguntarle en broma si eso lo había di- cho Aristóteles, pero el fiscal se le adelantó: -Aristóteles.

“¡A la mierda, era cierto nomás!” El gesto de sorpresa del comisario hizo sonreír al fiscal -Así es, Mozarreta. Pero más que por los amigos me parece que mejor debemos preocuparnos por los enemigos. Por allí debe estar la cosa. Aunque- dio una pitada y entrecerró los ojos -para mí la mujer sigue siendo uno de los principales sospechosos.

-Si usted lo dice… Pero por ahora hablaré con esos legisladores.

-Tampoco se olvide del marido de Clarita Domínguez.

Mozarreta se despidió y salió a la explanada del Palacio de Justicia. Mientras observaba en el paseo Sobremonte el paso garboso de algunas muchachas enfundadas en estrechos jeans, se preguntó: “¿Será posible que todo este asunto sea nomás una cuestión de faldas?


 

10

Luis Morelo no parecía tan bajito, pero lo era. Unos zapatos con gruesos tacos y suelas y un peinado más propio de un joven punk que de un hombre pasando los cincuenta, lo hacían aparecer más alto; pero por más que estirara el cuello le daba al hombro a Mozarreta. Con gesto nervioso saludó brevemente al comisario y lo invitó a sentarse.

El estudio -Mozarreta dudó en calificarlo como tal- era pequeño pero confortable.

-¿Un café?- Él mismo se encargó de servirlo de la cafetera eléctrica -Usted dirá, inspector- “Agranda- do como buen petiso. Ese gesto de suficiencia no te va con el físico”. Lo miró a los ojos, escudriñándole los pensamientos, y le dijo con voz firme:

-Seré breve y claro, señor Morelo. “Este será legislador y oficialista, pero a mí no me va a correr con la parada”. La fiscalía sabe que hace algún tiempo usted tuvo un incidente con el legislador Santamaría, y que desde entonces la relación entre ustedes eran malas. Quisiéramos saber qué tan malas.

La firmeza en el tono del comisario lo desconcertó por un momento, pero se repuso de inmediato y respondió, también firme y serio:

-Mis relaciones con Santamaría no creo que sean de su incumbencia ni de la fiscalía, salvo que pretendan imputarme por su muerte- con una media sonrisa irónica.

-En absoluto…por ahora- aclaró, intentando imitar la sonrisa de Morelo. Pero no le salió.

-Yo tenía entendido- prosiguió el legislador -que usted deseaba verme para averiguar si sabía algo en relación con el asesinato de Santamaría, no para sospechar de mí.

-Aunque todos los que de una forma u otra conocían a Santamaría son sospechosos, usted no lo es en particular. Pero no se puede negar que su enemistad con él aumenta un poquito la sospecha- ahora sí, irónico Mozarreta.

-Mire, inspector. Si accedí a recibirlo para esta charla informal, fue después de consultarlo con mi abogado, quien me indicó que no había inconvenientes. Pero si, como presumo, soy considerado sospechoso, será mejor que hable directamente con mi abogado. -“Soberbio el petiso. ¿Estará escondiendo algo importante y por eso actúa de esa manera?”

-No creo que sea necesario, señor Morelo. Sólo estamos interesados en saber las causas de aquel incidente. Porque, según tenemos entendido- continuó hablando en plural, aunque era sólo lo que él pensaba -Santamaría… el legislador Santamaría- corrigió -lo había acusado usted y a la empresa que dirigía, de cometer irregularidades en las obras viales realizadas en Punilla.

Ahora sí Morelo acusó el golpe, y cambió de tono de voz.

-Es cierto lo que dice, pero sólo en parte. En primer lugar, yo en esa época ya no dirigía la empresa, aunque seguía ligado a ella. Y en segundo lugar, Santamaría nunca pudo probar nada porque no había qué probar, ya que eran sólo falsas especulaciones. Y si bien es cierto que desde entonces nuestras relaciones fueron nulas, no hubo ningún hecho nuevo que empeorara esa relación.

-Pero el gobierno provincial tuvo que cancelar la licitación a causa de esas acusaciones.

-Sí, y entonces me desligué de la empresa.

-Pero el resquemor persistió- insistió Mozarreta.

-Oiga, inspector, me parece que esta conversación- remarcó la palabra -no conduce a nada. Si pudiera ayudar en lo que usted investiga, lo haría con mucho gusto. Pero no creo que haya nada que pueda aportar al respecto.

-¿Y ese episodio de casi pugilato que hubo entre ustedes? “¿Quién habrá empezado? Porque con ese físico…”.

-Eso fue por una cuestión política.

-¿Seguro, señor Morelo?- El legislador abrió la boca para decir algo, pero ya Mozarreta se había levantado y se estaba despidiendo. “No sé bien qué, pero éste esconde algo. Lo huelo”. -Seguramente nos veremos de nuevo.

El legislador permaneció un momento en la puerta, mordiéndose el labio inferior, y luego entró lentamente.


 

11

-Estuve con Morelo, doc.

-¿Y?

El gesto de Mozarreta era dubitativo.

-No sé… aparentemente no parece sospechoso. Pero hay algo en su personalidad que no me convence.

-Las apariencias engañan, Mozarreta- sonrió.

-¿Aristóteles?- sonrió.

-Platón.

-Ah, eso de la caverna…

El fiscal lo miró sorprendido.

-¡No me diga que leyó “La república”!

-No, doc- rió -pero me acordé de un comentario sobre unas sombras que se proyectan en una caverna.

La sorpresa seguía presente en el rostro del fiscal.

-Así es, amigo, Platón describió esa famosa alegoría atribuyéndosela a Sócrates.

-¡Cuántos filósofos!-

-No tantos. Esos pocos son los pilares de la filosofía griega y, por consiguiente, de la nuestra.

El comisario hizo un gesto dudoso, que no era de aceptación ni de fastidio, sino una mezcla de ambos.

-Mejor sigamos con el tema- propuso -Le decía que aparentemente Morelo no parece tener nada que lo vincule con el asesinato de Santamaría. Y sin embargo…

-No le gusta- tajante el fiscal.

-Es que parece esconder algo. Aceptó que dejaron de hablarse desde las acusaciones de Santamaría sobre la licitación de las obras viales, pero dice que cuando se agarraron a las piñas… o casi, fue por otra cuestión; política dijo, pero no le creí.

-¿Y qué piensa hacer?

Mozarreta ladeó la cabeza y afirmó:

-Por ahora nada, no hay ningún indicio firme.

-Entonces habrá que seguir buscando por otro lado. Por el marido de Clarita Domínguez, por ejemplo.

-Pero en ese asunto también hay solamente conjeturas.

-¡Y han habido tantas! Hay un mar de fondo en el caso que lo revuelve todo. Una conjetura, pero bastante plausible, es que el marido era testaferro de un alto… altísimo funcionario del gobierno. Y que cuando Clarita se enteró, quedó muy disgustada, y hasta comentó con su propia familia la posibilidad de destapar la olla. De acuerdo con esto, podría haber sido un asesinato mafioso disfrazado de connotaciones sexuales. Incluso pudo haber sido el mismo marido quien la mandó matar.

-¡Epa, doc! ¿Y usted como sabe eso?

-Se dice el pecado, pero no el pecador- levantando el índice. El comisario torció la boca -No se enoje, Mozarreta. Estuve hablando con el fiscal Begonian, que investigó el caso, y él me contó éste y algún otro dato.

-¿Cómo cuál?

López Echenique se pasó la mano por el abundante y ondulado cabello rubio y respondió:

-Que el marido, un renombrado arquitecto de Villa María, es un tipo bastante violento, que la celaba mucho, y con razón, como usted sabe- aclaró -Begonián nunca descartó la posibilidad de que fuera él mismo quién la mató, aunque la coartada que presentó era bastante sólida. Begonián piensa más en la posibilidad de que haya ordenado matarla.

-Y si lo hubiera hecho con su esposa, también podría haberlo hecho con Santamaría. Motivos tenía, ¿no?

-Sí…- dubitativo el fiscal -pero yo me inclino más por otros motivos- El comisario iba a preguntar cuáles, pero se contuvo. Recién después de una larga pitada, López Echenique complació sus dudas: -Motivos familiares, o del entorno más próximo.

-Pero aunque Santamaría tenía muchos amigos, ninguno era íntimo- “Entonces, de qué entorno íntimo me hablás?” -En definitiva, doc, que no tenemos nada firme.

-Por ahora. No hay plazo que no llegue ni deuda que no se pague.

“Ya me pudrió con los refranes. Me voy”.

-Nos vemos, doc- le extendió bruscamente la mano.

Los ojos del fiscal se achicaron y los labios se extendieron en una sonrisa burlona.


 

12

El bar del Monserrat estaba repleto, de modo que Mozarreta se quedó parado en la puerta para esperar a Suarez. Cuando llegó su amigo decidieron ir al “Cafeto”. Una multitud de estudiantes, profesionales, turistas, transitaba sin apuro por la ¨cuadra de las luces¨, desde o hacia la iglesia de la Compañía y el colegio Monserrat, pasando frente al antiguo rectorado. En la placita frente a la Compañía el puesto de venta de flores desplegaba inútilmente su sinfonía de perfumes y colores: nadie compraba nada.

El ¨Cafeto¨ también estaba casi lleno, por lo que Mozarreta propuso:

-Bajemos a la bodega, es más tranquilo y de paso, en vez del café, nos tomamos un vino y nos comemos una picadita.

-¿Ganaste la lotería?- sorprendido Suarez -¿No era que el sueldo no te alcanzaba?

-La vida es una sola- se acordó del fiscal López Echenique. “¿Por qué no me saldrán cuando estoy con él? Claro que, seguro, esto no es de Aristóteles…¨, -y pasa muy rápido- concluyó.

-Y a algunos se les acaba de golpe, como a Santamaría- entre burlón y lúgubre.

-Así es- Pidieron una picada de aceitunas, salame y queso y sendas copas de un malbec. -Entonces, cómo era ese asunto de Sabat?

-Como sabés, Sabat es de la oposición, como Santamaría, y aunque no eran amigos íntimos, solían verse a menudo en algún bar. El doctor me contó que un día, mientras compartía una mesa en ¨El Ateneo¨ con Sabat y una mina que lo acompañaba, llegó Santamaría y se sentó con ellos. Santamaría empezó entonces a presumirle a la mina y después a cortejarla abiertamente, a pesar de que resultaba e- vidente que Sabat se la estaba levantando. Y unos días después, cuando el doctor pasó con su coche frente al ¨KGB¨, en Nueva Córdoba, volvió a ver a Santamaría y la mina, ahora muy acaramelados. ¨Es un auténtico Casanova este Santamaría¨, me contó riendo el doctor. Pero parece que Sabat también se enteró de que le habían birlado la dama, y nunca más le dio bola a Santamaría. Y a quien quisiera oírlo empezó a decir que era un hijo de puta, y que aunque ya había hecho lo mismo en otras ocasiones, con él no se la iba a llevar de arriba.

-¿Y hubo algún hecho concreto por parte de Sabat?

Suarez frunció los labios en un gesto de ignorancia.

-No, que yo sepa, y el doctor no me contó más nada. Pero otro asesor amigo mío me dijo un día que Sabat se la tenía jurada.

-¡Qué puterío, che, era bravo el Santamaría ése!

-De eso no hay dudas. Al menos es lo que se comenta en la Legislatura.

-¿Y qué clase de tipo es Sabat?

-Mirá, para mí es otro hijo de puta. Ducho en hacer componendas para cobrar coimas en la votación de leyes, y además bastante pendenciero. Yo lo vi un día casi agarrarse a las trompadas con un oficialista después de un debate.

-¡Mierda, qué elementos!, ¿no?- con gesto de sorpresa Mozarreta -Si esos son nuestros representantes, cómo seremos nosotros- y se quedó pensativo.

-Pero no creas que son todos así. La mayoría son buenos tipos y buenas minas. El doctor Márquez es uno de ellos.

El comisario lo miró con sorna.

-Vos decís eso porque sos su ayudante.

-No, es en serio.

Permanecieron un momento callados mientras terminaban el vino y la picada.

-¿Otro?- propuso Mozarreta levantando la copa.

-No, para mí está bien- Miró el reloj pulsera -Ya casi es la hora de almorzar.

-Tenés razón. A ver si el comisario se pone en pedo sonriendo Mozarreta. Se levantaron y subieron la escalera, y ya en la puerta le preguntó a Suarez:

-Pero en definitiva ¿vos lo creés capaz a Sabat de ser el instigador?

Suarez abrió las manos y la duda se le fijó en el rostro.

-Qué te puedo decir, yo ya no confío en nadie.

Se fueron juntos por Trejo hacia “El ruedo”, hacia la plazoleta de atrás de la catedral. Después de separarse, Mozarreta se quedó mirando la fea estatua de Jerónimo Luis de Cabrera, la insulsa pared posterior de la iglesia, la sombría fachada del museo de la memoria, el caótico amontonamiento de ómnibus en la 27 de abril. Pero el día era radiante, y el comisario estaba de buen humor. “¡Qué linda es Córdoba!”, pensó, y se sentó bajo una sombrilla del bar dispuesto a almorzar.


 

13

Una oleada de nostalgia invadió a Mozarreta cuan do pasó frente al macizo palacio neorrenacentista del Carbó. Desde algún recóndito lugar de la memoria los recuerdos lo compelieron a dar la vuelta por atrás del colegio y estacionar en la plaza Colón. Un sol radiante daba de lleno en la fachada de la vieja Maternidad, esfumando un tanto el austero gris de sus muros. En la plaza, decenas de palomas revoloteaban alrededor de una joven y su pequeña hija comiendo de sus manos las tutucas que les ofrecían.

-“¿Qué será de aquella chiquilla… cómo se llamaba…?”, esforzó en vano su memoria. Una amplia sonrisa rejuveneció por un momento su rostro recio y varonil. Lentamente fue adentrándose en la plaza y se sentó en un banco. La fuente, sucia y abandonada, terminó por borrarle la sonrisa. “Cosa jodida la vejez, tanto para las personas como para las cosas”. Las emblemáticas estatuas tampoco relucían como antaño, y una pátina de hollín y polución agrisaba el metal, tornándolas opacas, casi sombrías a pesar del sol. “Tampoco los bancos son aquellos en que nos sentábamos para besarnos con… sí, se llamaba Susana, ahora me acuerdo. Pero hubo varias… Y ahí nomás, a la vuelta, estaba el “Che Roga”. ¡Las noches que habremos pasado allí hasta la salida del sol con los amigos! Claro, ahora también los chicos se quedan hasta media mañana, y chupan fernet con coca tanto o más que lo que tomábamos nosotros. Pero nosotros hablábamos, y filosofábamos, aunque no entendiéramos una mierda de filosofía. Y el Pelado Jorge, Edgar Di Fulvio, Chumacero y tantos otros, guitarreaban y cantaban nuestro folklore, no esta música desquiciante y autística que tocan ahora. Y el Negro Ibá- ñéz, que además de mozo era un amigo, cuando podía dejaba de cobrarnos algún vino o algún wisqui.”

Cuando en la esbelta torre neogótica de los salesianos sonaron las campanadas, Mozarreta miró su reloj y un gesto de decepción se marcó en su boca. “¡Lo que es ponerse viejo! En vez de alegrarnos, los lindos recuerdos terminan por amargarnos. ¡Es que se ve tanta podredumbre, y más en esta profesión! Como este caso del legislador, que tiene tantas aristas oscuras. ¡Qué lejanas quedaron las risas de aquellas jovencitas que veníamos a esperar a la salida de clases! Tantas cosas tuvo que ver uno desde entonces, que las heridas al cicatrizar se fueron haciendo callos. Uno termina por hacerse duro insensible a la ternura. Y aunque ahora hay mucha delincuencia, mucha droga y tantos locos que andan matando a sus ex mujeres, por lo menos los muchachos de ahora no tuvieron que ver lo que vimos nosotros. Que vimos y que sufrimos, porque todavía éramos unos pendejos y esas cosas nos marcaron para siempre. ¿Pero qué podíamos hacer nosotros, si los jefes lo ordenaban? Claro que habríamos podido, pero uno no es un héroe. Es apenas un pobre tipo que trataba de hacer su laburo, como todos.” Se mordió los labios. “Menos mal que a mí no me tocó hacer ningún procedimiento. Pero el Juancho, el Lucas y tantos otros… ¿Cómo mierda podían ordenar esas cosas?” Un rictus le contrajo la boca y cerró por un instante los ojos. Pero de inmediato un imperceptible sacudón de cabeza pareció ahuyentarle los recuerdos, y trató de recordar lo otro, lo agradable y placentero. Pero ya no pudo. Se levantó malhumorado y se dirigió a su vehículo. Unas nubes plomizas avanzaban hacia el sur, tapando el sol y presagiando lluvia. “¡Carajo! ¿Para qué me habré parado?”. Subió al coche y, al retroceder bruscamente, casi raspa al de al lado.


 

14

-¿Qué hay de nuevo, Mozarreta?

-Estamos como cuando vivimos de Italia- Primero se alegró de haber insertado un refrán, pero de inmediato se dio cuenta de que más que un refrán era un lugar común. Su cara larga hizo sonreír al fiscal.

-Más que de Italia, usted y yo venimos de España, ¿no?- terminó por demolerlo.

El comisario hizo un gesto de resignación.

-El problema no es de dónde venimos, sino adónde vamos. ¿Y adónde vamos, doc? ¿Usted tiene algún dato nuevo? Porque yo no.

-El que la sigue la consigue, no se desanime.

“Me tenés podrido con los refranes”.

-Esto es como buscar una aguja en un pajar- “Al menos me salió uno”, se reconfortó.- Los crímenes por encargo son los más difíciles de descubrir, porque si no se quiebra el sicario, y casi nunca lo hace, menos lo va a hacer el instigador.

-¿Está seguro de que fue un sicario?- El comisario hizo un gesto de obviedad, pero el fiscal prosiguió: -Aunque sea lo más probable, yo sigo sin descartar alguna motivación más personal, un asesino del entorno de Santamaría.

-Le admiro el optimismo, doc. Yo ya no sé qué pensar.

-Es cierto que las pistas son muchas, y ninguna firme. Pero no hay otra que seguir buscando. ¿Por qué no pone algunos hombres para que sigan a los más sospechosos, a ver si alguno comete una equivocación?

-Benítez está vigilando a la mujer, y Juarez a Morelo.

-¿Y Sabat?

-No creo que sea muy sospechoso, aunque…- se interrumpió. Luego de dudar un instante, afirmó: -Pinta de hijo de puta tiene.

-Bueno, si empezamos a juzgar las portaciones de caras…

-Es que a veces dicen mucho, doc. Hay caras de las que uno nunca podría sospechar, pero hay otras…

-Para esos casos no hacen falta un fiscal ni un policía, sino un buen sicólogo.

–O no. ¿Usted no cree en las intuiciones?

-Bueno…

-Usted porque es un descreído- ironizó.

-Mire, Mozarreta- se puso serio -hubo una época en que yo creía en muchas cosas. Creía en la honestidad de la gente, es más, creía que podría llegar un tiempo en que habría un hombre nuevo, un hombre mejor. Creía en la utopía. Pero hoy sé que el hombre es el mismo de siempre, que el mundo- remarcó -es el mismo de siempre, y seguirá siéndolo. Con sus engaños, estafas y agachadas. Y con el hambre, la desnutrición, la guerra. Con el mismo dolor y la misma podredumbre de siempre.

“¡Puta que está filósofo hoy!”

-Yo en cambio me guío mucho por mis intuiciones.

-Y está bien, porque por ahí, donde uno menos espera, salta la liebre.

-Esperemos que en este asunto salte pronto. Aunque lo dudo.

-Hay que perseverar. Por ejemplo, yo mandé a Ginés para que vaya a conversar con la conductora. Usted se lo perdió; el buey lento toma el agua turbia.

-¿Ya fue?-se sorprendió.

-No creo.

-Entonces voy yo- “Sobre que te tengo que aguantar los refranes, no me vas a hacer perder el interrogatorio a ese minón” -Esta misma tarde.


 

15

Verónica Blanchet se despidió de su audiencia televisiva y salió del estudio para dirigirse hacia donde estaba Mozarreta. El largo pelo rubio cayendo en cascada sobre sus hombros fluctuaba a cada paso de su cuerpo sensual enfundado en unos estrechísimos jeans y una ajustada blusa que resal- taba sus senos firmes y turgentes.

El comisario hacía un rato largo que esperaba y ya comenzaba a impacientarse, pero la aparición de la conductora actuó como un sedante para su cerebro. “Es perfecta. Un sueño” Después pareció despertar. “Tranquilo, Marito, que ese hueso no es para este perro. Pero- dudó -¿por qué no? ¡Porque no!”- le gritaron su piel, sus músculos y su bajo vientre. “¡Tiene treinta años menos que vos!”

Permaneció un momento con la boca entreabierta, sin saber qué decir, y luego balbuceó, atreviéndose a tutearla:

-Bueno, Verónica, verás… estamos investigando el crimen de Javier Santamaría…- Ella enarcó las cejas como diciendo “¿y?”. Mozarreta tragó saliva y continuó: -Tenemos entendido que últimamente vos y él… tenían un romance.

-Sí, pero nuestra relación fue muy breve. Bastante tiempo antes de que lo asesinaran ya no teníamos nada que ver.

“¿Me habrá macaneado López Echenique? Él dijo que estaban saliendo cuando lo mataron”.

-De todos modos, quisiéramos saber si vos podrías darnos algunos datos. Por ejemplo, si él sospechaba algo, o de alguien…

-No, él nunca me comentó nada. Sólo sé que estaba separado- se cubrió -y que cuando yo lo conocí no tenía ningún compromiso con otra mujer- Luego bajó la voz -Al menos eso creo.

-¿Y con vos, se comportaba bien… digo, no era violento…?

La conductora sonrió, indulgente:

-No, en absoluto. Era muy alegre, y nos divertíamos mucho.

“¡Ya lo creo, con vos es fácil divertirse!”

-¿Y la relación, terminó bien?

Verónica Blanchet se puso seria, y la belleza de su rostro pareció disminuir. Los veinte y tantos años subieron a mucho más de treinta. Después de pensar un momento respondió:

-No muy bien. Javier era muy posesivo, y ya sabe, un hombre posesivo es siempre celoso. Además, él me llevaba muchos años- aclaró.

“Menos de los que te llevo yo”, reflexionó decepcionado. Después preguntó:

-¿Y vos, sos celosa?

La conductora rio francamente.

-No, para nada. No con él- aclaró.

“Pero con alguien más joven…”

-Claro, tu juventud…- por un momento no supo qué agregar. Después preguntó: -¿Con vos, era generoso?

-No, para nada- Hizo un gesto de desagrado, y después agregó: -En la televisión se gana muy bien, inspector. A mí no me falta nada, y nunca pretendí…regalos de él. Pero hay detalles que un hombre…- se interrumpió -Al menos alguna vez, para el cumpleaños…

“¡Conque era bolsillo de cocodrilo el legislador!”, se asombró. “Pero eso no va a ser causa de que vos…”. Permaneció un momento en silencio mirándola de reojo, y luego preguntó:

-¿La ruptura fue brusca? Quiero decir… ¿hubo algún grado de violencia?

La conductora lo miró de frente, con un brillo inteligente en sus ojos, como dándose cuenta de algo.

-No pensará que yo, por lo que le dije…

Mozarreta le sostuvo la mirada, con el rostro inescrutable, y no respondió. Ella lanzó un corto reme- do de carcajada, y volvió a ponerse seria.

-Inspector, este tipo de relaciones siempre son cortas, y las rupturas, bruscas- “No sé por qué” -Pero eso no significa que alguno de los dos tenga que quedarse lleno de odio.

“Tenés razón”. Pero sólo le dijo sonriendo:

-Nunca se sabe.

-Yo creí que usted quería saber si conocía a algún sospechoso…no sé, pero no que yo misma lo fuera.

“Quedate tranquila, no lo sos”, pensó. Sin embargo, la deformación profesional le hizo repetir:

-Nunca se sabe, Verónica- Pero la sonrisa era fran- ca, de simpatía. “Con esa cara y ese cuerpo, aunque lo hubieras hecho sería muy difícil culparte”. Pero después reaccionó, y mientras se dirigía a la salida luego de despedirse, se reprochó: “¿Pero qué estás pensando, Marito? Si fuera culpable habría que condenarla, ¿no?


 

16

-Está mejor que como sale en la tele- contestó Mozarreta ante la pregunta de López Echenique.

-Y eso ya es mucho decir- pero en la sonrisa del fiscal había una mezcla de indiferencia y descreimiento.

-No se imagina, doc. Un espectáculo.

-Pero para lo nuestro ¿sirvió de algo?

-No- un poco decepcionado el comisario. A mi juicio, ella no tiene nada que ver.

-¿Seguro? Mire que usted es bastante influenciable.

“Vos también, si la vieras personalmente…”. Pero después se corrigió: “No, claro, capaz que vos no”. Desechó el comentario del fiscal y respondió:

-No, al menos de la entrevista no surge nada sospechoso. Pienso que el romance sólo fue un aprovechamiento de personalidades. El político importante, maduro y buen mozo, y la chica joven, linda, y también muy conocida. Un simple levante de prestigios por ambas partes.

-Y después, sin rencores… ¿Algún otro dato importante?

-Nada- “Claro que yo mucho no pregunté…” -Y usted, doc?

El fiscal hizo un gesto de duda.

-Ya descartamos como testigo del algún valor a los transeúntes y vecinos que hubieran podido a- portar algo en el reconocimiento del asesino. Nadie pudo describirlo con precisión, y los identikits son disímiles- Luego cambió de tono y se animó: -Pero hay una circunstancia que quizá pueda ayudarnos. Tengo una prima, a la que no veo muy seguido pero con la que nos tenemos un mutuo afecto que, me he enterado ahora, es muy amiga de la ex mujer de Santamaría. Le voy a pedir que la sondee, a ver si puede sacarle algún dato.

“¡Maquiavélico el doc!”, pensó Mozarreta. Pero sólo preguntó con una sonrisa irónica:

-¿La va a tomar como confidente de la justicia?

-Algo así. Para resolver un caso de asesinato todas las armas son válidas.

-“¿Lo son?”, se preguntó el comisario. Y se respondió: “Claro que lo son. Pero ¿qué puede aportar de nuevo la ex mujer?”

-Así es, a ver si podemos salir de este pantano- Pero el tono de voz y el gesto eran un fiel reflejo de sus dudas.

López Echenique intuyó el estado de ánimo del comisario y lo alentó:

No se desanime, Mozarreta. Ya va a ver que poco a poco se hará la luz.

-Tengo mis grandes dudas.

-Eso es bueno para seguir investigando- Y agregó con una sonrisa irónica: -El ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona.

Mozarreta también sonrió.

-¿Platón…?

-Aristóteles.

“¡Nunca la pego!” Volvió al tema:

-Y mientras ¿por dónde continuamos?

-Me parece que usted tiene razón con eso de las intuiciones. Porque hechos concretos…

-Yo creo- se animó Mozarreta -que lo más probable sea que al sicario lo haya contratado gente preocupada, y quizás asustada, por las investigaciones de Santamaría.

-Puede ser- frunció los labios el fiscal -Pero yo tengo esperanzas de que Alicia, mi prima, pueda sacarle algo a la ex.

-Ojalá. Doc- poco convencido el comisario.

Se despidió y salió a la calle. Un calor húmedo presagiaba tormenta. Se secó la frente, suspiró y enfiló hacia el centro.


 

17

Cuando Mozarreta bajó del coche para abrir el portón de la cochera, una sensación de alerta le tensó los músculos, pero ya era tarde. Desde el vestíbulo de la casa lindera surgieron dos individuos que en un santiamén estuvieron sobre él, al mismo tiempo que desde la casa de enfrente un tercero empezó a cruzar la calle corriendo hacia el lugar en que estaban. Uno de los que llegaron primero le había practicado una toma en el brazo retorciéndoselo sobre la espalda, mientras el otro le sacaba el arma reglamentaria. Cuando de reojo vio que se aproximaba el tercero, sus entrañas le indicaron que si no se resistía iba a morir allí, tirado sobre la vereda. Alcanzó a recibir el primero de los golpes en el estómago, pero al tensar los músculos del abdomen el impacto no lo afectó demasiado, y tuvo la lucidez de pensar que quizá pudiera con estos dos, pero no con tres. Entonces flexionó bruscamente las piernas aflojando la presión sobre su brazo y con un rápido giro logró desasirse totalmente. Golpeó con el pie la mano del que estaba elevando la pistola hacia su pecho, lanzándola lejos de ellos. Con un codazo en el estómago del que estaba detrás logró liberarse un instante de ambos, pero antes de darse vuelta para enfrentar al tercero sintió el impacto en la cabeza. La momentánea obnubilación permitió que otra vez le retorcieran el brazo sobre la espalda, y entonces sí al golpe en el estómago lo sintió sordo, oscuro. Se dobló, y el puñetazo en el rostro, cerca de la o- reja, terminó por ponerlo a merced de los agresores. Sintió muchos golpes en distintas partes del cuerpo antes de perder el conocimiento, que percibió como una liberación.

Antes había logrado ver que todos los atacantes llevaban pañuelos cubriéndoles los rostros, y que ninguno había esgrimido armas de fuego, salvo la que le habían sustraído a él. Por lo que, antes de desmayarse, dedujo que el objetivo del ataque no era matarlo, sino solamente darle una paliza, y alcanzó a comprender entonces que el vahído que lo iba introduciendo en un túnel oscuro no sería el final.

Despertó cuando sintió que lo daban vuelta lentamente tomándolo de un brazo. Lo que vio le hizo creer que continuaba estando desmayado, porque el bonito rostro que se acercaba al suyo diciéndole “señor, señor, ¿está bien?”, no estaba tenso ni alterado sino que irradiaba una mansa calma que le distendía los labios esbozándole una casi sonrisa. Parpadeó, pero la joven seguía allí, mirándolo dulcemente. Intentó sentarse y lo logró, aunque le dolía todo el cuerpo.

-¿Puede incorporarse? Lo llevaré a un hospital- El comisario negó con la mano, pero la joven le in- formó: -Tiene la cara llena de sangre.

Se pasó el brazo por el rostro y, efectivamente, la manga se tiñó de rojo. Haciendo un esfuerzo logró hablar:

-No vale la pena ir a un hospital. Esta- señaló -es mi casa.

Cuando vio el vehículo estacionado junto al cordón, creyó que era el suyo. Pero él lo había dirigido hacia la cochera cuando se bajó, y ahora el coche no estaba. Por lo cual dedujo que sería el de la mujer, y que al suyo se lo habían llevado los agresores.

Aunque ella insistió en llevarlo a un hospital, él se levantó decididamente para demostrarle que estaba bien, y empezó a caminar hacia la puerta de entrada. La joven lo tomó entonces del brazo y Mozarreta percibió, por entre el olor de la sangre que le salía de la nariz, el delicado perfume que emanaba de su cuerpo.

“¡Carajo! ¿Estaré despierto? Que primero me den una paliza y después aparezca esta belleza…”. Sacó la llave del bolsillo y se volvió hacia la muchacha, tratando de sonreír:

-Te agradezco mucho, pero no te molestes, estaré bien.

-Por favor, lo ayudo a entrar.

Cuando estuvieron adentro, Mozarreta volvió a agradecerle y a pedirle que se fuera, pero ella debía de ser Florence Nightingale porque insistió en ayudarlo a limpiarse la cara y el pelo, que también se había ensuciado con la sangre que emanaba del cuero cabelludo. Luego sintió sus manos delicadas re- corriéndole el rostro mientras lo limpiaba, y no pudo evitar sentir una ternura que hacía tiempo creía desaparecida. Pero sólo duró unos segundos, y reaccionó. “¿Qué carajo hago aquí, en mi baño, molido a golpes y con esta chica?” Intentó sacar el celular del bolsillo, pero por más que buscó, el aparato no estaba. Palpó su billetera, y ésta sí estaba. “No fue un robo”, se afirmó. “Pero ¿y el auto? Para despistar, claro”.

La miró de reojo. “Si no estuviera tan golpeado, quizá…”. Cerró los ojos para ahuyentar esos pensamientos, y le preguntó:

-¿Podrías prestarme tu celular para hacer una llamada? Parece que me robaron el mío, y el otro está sin carga.

-¿Le robaron? ¿Eran desconocidos?

Iba a decirle que en realidad no los conocía, pero que podía suponer… En cambio sólo respondió:

-Sí, fue un robo al voleo- Hizo la llamada y le informó: -Ya viene la policía. Andá nomás, tendrás que hacer…

-No, ya volvía de la facultad.

La miró de frente y le sonrió. Pero de inmediato pensó en cómo se vería su cara, y no le gustó. “¡Mierda!”. Desvió la vista y le preguntó:

-¿Qué estudiás?

-Este año me recibo de médica.

-Con razón…

Ella también le sonrió, y él pensó que hacía mucho que no veía una sonrisa tan dulce.

Cuando llegaron los agentes, sus miradas, primero preocupadas, se tornaron irónicas y cómplices advirtiéndole a Mozarreta que quizá creyeran en una aventura.  “¿Pero no me ven la cara, boludos?”

Las muestras de subordinación de los hombres le habían hecho comprender a la muchacha quien era él, y le dijo:

-Qué ironía, ¿no?

-No creas, precisamente somos nosotros los más expuestos- y aclaró -a veces. No sé cómo agrade- certe…

Ella lo besó levemente en la mejilla y se fue, como una aparición que de pronto se desvanece.

Los policías reiteraron sus gestos irónicos.

-¡No sean boludos! No creerán…

Pero ya uno de ellos lo estaba invitando:

-Vamos, jefe, hay que ir al hospital.

Salió de mala gana, de nuevo malhumorado.


 

18

López Echenique le estrechó fuerte la mano y con la izquierda hizo ademán de palmearle el hombro, pero se contuvo.

-¡Qué barbaridad, Mozarreta!- Era la primera vez que el fiscal se mostraba tan efusivo, y al comisario lo invadió un sentimiento de gratitud y simpatía. Le agradeció con una sonrisa mientras pensaba “tantos casos que investigamos juntos y recién ahora me doy cuenta de que ni siquiera hemos ido alguna vez a tomar un café”. Tampoco nunca antes de ahora, al estar tan cercanos, había advertido la altura del fiscal. “Y eso que yo soy alto. Y más ancho, claro…” -¿Se siente bien?

-Sí- con gesto de duda -todavía me duele un poco la cintura.

López Echenique le señaló el tabique nasal, que el comisario tenía cubierto con una gasa.

-¿Está quebrado?

-No, por suerte. Pero me duele bastante- También tenía otro vendaje en la frente, en el comienzo cuero cabelludo.

-¿Y tiene alguna idea…?

-La verdad que no, lamentablemente. Pero una cosa sé: no quisieron matarme, sino sólo avisarme.

-¿No le robaron nada?

-El celular, pero seguro para despistar. También el auto, pero apareció enseguida en Parque Liceo. No, no fue un robo. Debe ser que estamos molestando a alguien- melancólico el comisario.

-¿Usted cree que fue por lo de Santamaría?

-No sé. A un investigador de la policía no le faltan enemigos. Pero tengo la corazonada de que sí, que es por lo de Santamaría. Aunque- dudó -también podría ser una venganza por haber apresado a Lechín Funes, el narco, o a varios más. Lechín Funes me la tiene jurada.

López Echenique se quedó pensativo, y después lo alentó:

-Pero no se desanime, son gajes del oficio.

-Y sí- aceptó- “Pero a vos nunca te pasa porque siempre estás con el culo en ese sillón”.

Después el fiscal preguntó intrigado:

-¿No cree que pudo haber sido Morelo?

-Yo también lo pensé. No le gustó nada la con- versación que tuvimos. Pero ya le digo, pueden ser tantos. ¿Y usted, doc- cambió de tema -tiene alguna novedad?

-No, tampoco. Lo único que me llama la atención es la poca trascendencia que le han dado al caso en las esferas del gobierno. Incluso en los medios parece que se hubieran olvidado del asunto.

-O que hicieron que se olvidaran…

López Echenique lo miró ceñudo, mientras reflexionaba.

-Sí, es bastante extraño ese silencio- Después cambió el gesto -¿Usted por dónde piensa seguir?

-Voy a ir hasta Villa María para hablar con el marido de Clarita Domínguez. Aunque no creo que pueda averiguar mucho- desganado Mozarreta.

-Tengamos fe, que es lo último que se pierde.

-Sí, pero si al final la perdemos ¿qué hacemos con el caso?

-No sería el primero que tengamos que archivar- resignado el fiscal -La realidad es la única verdad, como decía Aristóteles- y miró de reojo al comisario con una sonrisa contenida. “¡Veníamos tan bien! Pero ya me parecía que no podía durar” -Si después de todo no hay ningún indicio concreto…

-Yo voy a tratar de investigar también en el ámbito carcelario, a ver si alguien me puede dar datos sobre algún sicario.

-Difícil que logre algo por ese lado, pero quién sabe…

-El subcomisario Varela está investigando la muerte de la mujer de Abdala, el de las librerías. Hay rumores de que también fue un sicario quien la mató, por orden del marido. En una de esas descubrimos algo.

El comisario se levantó con un gesto de dolor.

-Usted no está nada bien, Mozarreta, tendría que descansar.

-No es nada, duele un poco la cintura cuando me muevo, pero estoy bien- Se tocó la frente -La sema- na que viene me sacan los puntos.

-Ah- recordando el fiscal -me dijeron que lo ayudó una joven muy bonita cuando lo atacaron- “Esos hijos de puta de los agentes, ya anduvieron botoneando” -Sin duda fue una desgracia con suerte- ironizó.

Mozarreta se despidió y salió caminado despacio.

“¡Puta, cómo duele todavía!”.


 

19

A Mozarreta no le gustaba el geométrico y austero edificio de la Jefatura de Policía. Comprendía que para el trabajo a desempeñar estaba bien, que era funcional, pero seguía pareciéndole frío, impersonal. “Podríamos haber ido al Baranoa”. Pero el subcomisario Varela se había empeñado en que fueran a su oficina, y ahora estaba saludándolo y él recibiendo las inevitables preguntas a las que debería responder con las consabidas explicaciones.

-Me atacaron en la puerta de mi casa. No sé si fue un robo- mintió -u otra cosa.

Varela no insistió y cambió de tema.

-¿Y seguís con lo de Santamaría?

-Sí, pero la verdad es que ni yo ni el fiscal tenemos nada firme. Creemos que lo mató un sicario, pero del móvil, nada. Por eso quisiera que me con- taras algo sobre el asunto de la mujer de Abdala, en el que también parece haber un sicario contratado por el marido.

-Tampoco tenemos nada concreto, pero por varias circunstancias sospechamos que él la mandó matar- Detalló: -La puerta de entrada estaba cerrada, pero sin la llave puesta. El hijo de él declaró que siempre la sacaban, por los choros, ¿viste? Él pudo darle la llave al sicario para que entrara, la matara con un tiro en la sien y dejara el arma para simular un suicidio. La llave estaba al lado del portarretrato don- de, según dijeron él y el hijo, la dejaban siempre. El suicidio no cierra, las pruebas al respecto son negativas. La mataron nomás, y ¿quién pudo hacerlo si- no un sicario? El marido no fue, porque su coartada a esa hora es impecable. Robo no fue, por atrás es- taba todo cerrado. Tuvieron que entrar por delante con la llave del marido. Al hijo se le había perdido hacía unos días.

-¿Tienen algún sospechoso del autor material?

-Vos sabés cómo es el mundo de los sicarios. Sólo cagándolos a palos alguno puede cantar. Pero ¿por quién empezamos?

-Hay muchos nombres… Los dos infiltrados en Bower ¿no saben nada?

-Todavía no hemos hablado con ellos. No es fácil contactarlos.

-En el hospital…

-Ya está muy trillado. Los otros presos no se la creen.

-¿Y Abdala?

-Está muy sólido. Recita su coartada, nada más. Alega que no tenía motivos.

-¿Y los tenía?

El gesto entre la duda y la resignación de Varela anticipaba la respuesta:

-El motivo principal es el de siempre en estos casos: los celos. La mujer era mucho más joven.

-¿El hijo no es de ella?

-No, si son casi de la misma edad. Según rumores, ella se habría casado sólo por la guita.

-¡Qué lo parió!

El subcomisario comentó sonriendo:

-No me digás que te sorprende…

-No, a mí ya no me sorprende nada- Pero estaba relacionando algunos pensamientos -Decía, nomás.

-Y vos ¿creés que a Santamaría lo mató un sicario?

-Y sí, no hay otra.

-¿Por cuestiones políticas?

-No sé, pero creo que sí. Aunque el fiscal insiste con lo del “entorno íntimo”- subrayó con ironía.

-A mí también me parece que fue un sicario.

-¿Vos conocés personalmente a alguno?

-Sí, pero a esos no se les puede sacar nada.

-¿Y ese albañil que detuvieron?

Varela sonrió.

-Ese es un perejil. Lo tenemos para ver si el marido se pisa en algo, pero no tiene nada que ver. Ahora empezó a decir que en la cárcel todos saben que lo mató el Zurdo Gonzáles.

-Un sicario…

-Sí, estamos esperando para tratar de confirmar. Pero vos sabés, si lo detenemos, hay que darle con todo si queremos saber algo, si no, no canta. Y con ese kilombo de los derechos humanos…

Mozarreta hizo un gesto de asentimiento.

-Bueno, si sabés algo avísame, yo igual te llamo de nuevo.

Al despedirse, Varela ale preguntó:

-¿Te golpearon mucho?

-No, ya esta semana me sacan los puntos – tocándose la frente.

-Qué joda, ¿no?

Salió con su automóvil por Colón, y al pasar frente al Carbó se acordó de lo que había estado pensado cuando se sentó en la plaza. “Los derechos huma- nos… Flor de quilombo eso. “¿Cómo hacés para que confiesen, si no los torturás?”. Pero algo muy íntimo, muy profundo, expulsó por un momento todas las lógicas que había ido aprendiendo en los años de profesión. “¡Pero carajo, no se puede hacer eso, no se debe! ¿O sí…?”. Ahuyentó de golpe esas du- das encendiendo la radio. La Mona estaba cantando “Se han tomado todo el vino”.


 

20

Transitando por Rivadavia hacia la plaza San Martín, a Mozarreta le llamaron la atención los bellos frescos de cerámica de distintos tamaños que evocan la fundación de Córdoba y que se hallan desplegados en la pared lateral de la iglesia de la Merced.

El comisario era religioso, creía en Dios aunque no practicara los ritos del catolicismo. Sin embargo ese día, después de observar los mosaicos y detenerse luego a contemplar la fachada clásica italianizante de la iglesia, la maciza puerta de cedro para- guayo abierta pareció llamarlo con una urgencia que no puedo resistir. Entró.

Las gruesas columnas cuadradas que sostienen el crucero, el dorado púlpito barroco del siglo dieciocho, el bonito altar al fondo, actuaron como un bálsamo para su espíritu. Se sentó luego de persignarse reverentemente.

Sólo una pareja de viejitos ubicados en la otra fila de asientos, una mujer con un pañuelo en la cabeza arrodillada adelante suyo y un monaguillo trajinaba en el altar, rompían la simetría del ambiente. Un silencio espeso, casi palpable, cubría como un manto la nave.

Mozarreta entrecerró los párpados y su pensamiento comenzó a internarse por laberintos extraños, contradictorios. Estaba sentado allí, en esa iglesia, pero -se preguntó- ¿creía realmente en Dios? Nunca se lo había planteado seriamente. Creía que existía, y punto. Pero ¿quién era, qué era, Dios? Sabía que era omnipotente, omnisapiente, y bueno. Pero ¿era bueno en realidad? Si era omnisapiente, debía saber lo que pasaba en el mundo con los hombres. Y si sabía lo que pasaba, y además era omnipotente ¿por qué lo permitía? No parecía ser bueno… Sin embargo, debía de serlo, aunque en el mundo hubiera hombres como el sicario que mató a Santamaría. Porque tenía que ser un sicario, un hombre que a cambio de dinero se permitía quitarle la vida a otro, potestad que sólo le corresponde a Dios. ¿Por qué Dios permitía eso? ¿Cómo permitía que sus jefes, cuando él era joven, ordenaran a sus compañeros hacer lo que hacían? Pero claro, la gente es rara, sus sentimientos son insondables. Al final quizá tenga razón el doc cuando dice lo del “entorno íntimo”. Pero ¿Dios permitía que un padre matara a su hijo, un hijo a sus padres, el hombre o la mujer a su esposa o marido? La envidia de un amigo, el despecho de una amante… cualquiera podía morir a manos no de un enemigo, sino de alguien a quien supuestamente amaba. En la guerra, al menos, se mata al enemigo, o a quien se cataloga de tal. Pero en la vida cotidiana… Aunque -continuó preguntándose- ¿en qué se había convertido también la guerra últimamente? En una reunión de viejos que se juntan para mandar a matarse entre sí a un montón de jóvenes, quienes parecen ignorar que esos viejos, que nunca se matarán entre ellos, son los que deciden sus vidas o sus muertes. Al final -sentenció- la vida es una mierda, no vale nada. Ni para Dios ni para los hombres. Per aventó esos pensamientos parpadeando rápidamente. Estaba en la casa de Dios; no podía, no debía, pensar así. El monaguillo había desparecido, y ahora un sacerdote estaba ordenando algunas cosas. “Un vivicario de Dios” -pensó- “¿Vicario de Dios?”. A pesar suyo una sonrisa le estiró los labios. “¿Y los abusadores de niños, los corruptos, los asesinos de papas…?”. Al final ¿tendría razón Discépolo?: El mundo es y será una porquería… tarareó interna- mente. Sin embargo, él siempre había tratado de obrar bien, de hacer las cosas lo mejor posible. “¿Siempre? ¿Nunca le pegaste una trompada a un detenido?” -se reprochó- “Bueno… ¿Y nunca detuviste a un pobre tipo aun sabiendo que era un perejil? ¿Y…?”. Tenía razón Discépolo. O Aristóteles, como dice López Echenique. ¿Cómo era?: “Nunca se alcanza la verdad total, ni nunca se está demasiado alejado de ella”. ¡Puta con el doc! Tendrá sus cosas, pero es un buen tipo, y casi siempre tiene razón. ¿También tendrá razón con eso de que alguien allegado mandó matar a Santamaría, o que lo mató él mismo? Yo creo que no -se afirmó- tiene que ser alguien a quien molestaba. Pero ¿y a mí? ¿A quién molesté yo para que me dieran esa paliza?

Abrió del todo los ojos y sus sensaciones oníricas parecieron desaparecer. Volvió a ser el hombre práctico, el comisario eficiente. “¿Seré eficiente en mi trabajo? Porque hasta ahora, en esto de Santa- maría de lo único que estoy seguro es que lo mató un sicario”.

El sacerdote ya no estaba en el altar, y los viejitos tampoco. Habían sido reemplazados por una mujer elegante, de anteojos oscuros. La mujer del pañuelo todavía estaba, ahora sentada.

Se levantó lentamente, se persignó y se dirigió por el pasillo hacia la salida. Iba a dejar un billete en la alcancía que estaba en la puerta pero, sin saber por qué, súbitamente se arrepintió. Al salir, lo recibió una atronadora música que emergía de los altoparlantes a todo volumen de un grupo de rock ubicado en la placita. “¡Qué los parió!”. Pero el clima estaba lindo, el sol brillaba, y se fue por 25 de mayo hacia San Martín con un gesto beatífico mientras miraba a la gente que tomaba sus bebidas sentadas bajo las sombrillas.


 

21

Mozarreta atravesó el chato centro de Villa María cuyo único atractivo es su bella plaza central -las torres se estaban levantando lejos de allí, cerca del auditorio del Festival de Peñas a orillas del río Tercero- y finalmente detuvo el coche frente al edificio que lucía el cartel de “Toselli y asociados, arquitectos”.

La secretaria que lo recibió debía estar llegando a los cincuenta, pero tanto su cutis como su cuerpo conservaban casi intactos los atributos de la ju- ventud. Cuando le anunció que el arquitecto Toselli lo estaba esperando, una amplia sonrisa le distendió los labios descubriendo una dentadura perfecta. “Linda boca para besar… y para morder”. Mientras esperaba sentado, Mozarreta la observaba de reojo, pero ella parecía descubrirlo en cada mirada, y entonces sus ojos le sonreían y los labios volvían a distenderse. “¿Será cierto, o sólo me parecerá a mí?”. Pero ya lo estaba haciendo pasar, muy compuesta, a la sala donde lo esperaba el arquitecto Toselli.

-Le agradezco su deferencia de venir hasta aquí- pero no había agradecimiento en su gesto.

-No es nada, tenía que venir también por otras cuestiones- mintió.

El arquitecto tocó el timbre y la secretaria entró. Mozarreta comprobó que el cuerpo era realmente joven y que su mirada se dirigía hacia él furtiva y acariciadora. Cuando Toselli le pidió -le ordenó- “tráeme dos cafés, Laura”, al comisario no le gustó esa familiaridad autoritaria, y tampoco que no lo hubiera consultado antes si quería el café.

-Bueno, inspector ¿cómo anda el asunto del legislador?

-Bien- volvió a mentir, escueto -Queremos saber cómo quedaron sus relaciones con él después de la muerte de su esposa.

-Mal, cómo quiere que quedaran- Al comisario seguía desagradándole el tono -Como usted sabe, ellos fueron amantes.

Hizo un gesto ambiguo, como restándole importancia a la respuesta, y comentó:

-Lo que nos llama la atención es que también fuera uno de los sospechosos del crimen.

El gesto del arquitecto se endureció, y por un momento el comisario descubrió ardientes aceros en sus pupilas.

-¡Y uno de los principales! Nunca dejé de creer que el fiscal debió ahondar más en la investigación.

-¿Pero usted conoció algún dato concreto, algo que pudiera involucrarlo?

-Era un hijo de puta- Los aceros ahora parecían disparar chispas -Siempre me quedé con la espina de que él fue el asesino, directa o indirectamente.

-Pero la investigación determinó…

-Fue una investigación de mierda- lo interrumpió. Se levantó impulsivamente, pero después se disculpó- Perdóneme, pero es así.

-De todos modos, el motivo que me trae aquí no es el asesinato de su esposa, sino el del legislador Santamaría- Toselli lo miró inquisitivamente, sin responder. Mozarreta continuó: -Sabíamos que usted siempre lo consideró el posible autor del crimen de su esposa, y también sabemos que lo comentó públicamente más de una vez- Lo miró fijamente a los ojos-Y también que profirió amenazas contra él.

-¿Y? Siga.

-Bueno, así como para usted el legislador era sospechoso del crimen de su esposa, para nosotros también lo es usted con respecto a la muerte de Santamaría.

-¡Ah, es por eso que vino a verme, no por lo de mi esposa…!- entre sorprendido y ofendido.

Mozarreta desvió la mirada y preguntó brusca- mente: -¿Dónde estaba usted la mañana del crimen?

Toselli rio, pero era una risa fría, ficticia.

-¡Inspector…!- Negó repetidamente con la cabeza

-De buena gana lo hubiera matado cuando vi que no lo investigaban lo suficiente y quedaba libre. Pe- ro ahora, después de tanto tiempo…

-Los rencores no ceden fácilmente ¿Qué hizo esa mañana, arquitecto?

Toselli permaneció algunos segundos en silencio y después admitió de mala gana:

-Estuve en Córdoba, en una empresa de decoración; lo puede confirmar. Y después estuve en la Municipalidad, en Obras Privadas, donde también le podrán informar que estuve haciendo trámites.

-¿A qué hora?

-No sé.

-Supongo que temprano. Pero a Santamaría lo mataron casi al mediodía.

-No sé exactamente la hora- enojado Toselli -Después me fui a almorzar.

-¿Dónde?

-A “La Perla”, la de Olmos- Permanecieron callados, mirándose a la cara, el arquitecto enojado, Mozarreta estudiándolo. Después el rostro de Toselli fue distendiéndose, y sonrió -¿No creerá seriamente que yo lo maté?

-Quién sabe. Todas las hipótesis son posibles. Además, pudo no matarlo personalmente, pero sí un sicario contratado por usted.

Toselli amplió la sonrisa, sobrador.

-¡Por favor, inspector! De ser el autor, lo hubiera hecho yo mismo, no a través de un sicario.

-Claro, pero en ese caso sigue sin coartada.

-Ya le dije que estuve en la Municipalidad…

-Pero temprano. Tuvo tiempo de sobra para matarlo y después ir a almorzar.

El arquitecto se levantó bruscamente y se dirigió a la puerta. Un gesto duro le agriaba el rostro, y la blancura de su piel se fue tornando rosada, casi roja.

-Mejor se va, comisario. Su visita no ha sido nada agradable.

-Me temo que pronto tendrá que aguantarme otra- Salió y cerró la puerta.

La secretaria lo acompañó hasta la entrada. Antes de irse, Mozarreta sacó una tarjeta y se la dio -Si anda por Córdoba y necesita algo… cualquier cosa, llámeme, por favor.

-Será un placer- Y en el gesto el comisario presintió que sí lo sería. Por eso agregó, seductor:

-De todos modos, creo que pronto tendré que volver por aquí.

Una sugestiva sonrisa de la secretaria le alegró el espíritu, un poco enervado por la entrevista con el arquitecto.

“Por ese cuerpo me juego el resto”. Y subió contento al coche.


 

22

“Este Varela que se empeña en encontrarnos aquí… Es deprimente”.

-¿Cómo anda lo tuyo?- con aspecto cansado Mozarreta.

-Mucho mejor. Está prácticamente resuelto. Lo “interrogamos” al Zurdo- ironizó el subcomisario -y cantó. No quería soltar prenda, pero el ablande funcionó, y confesó que lo contrató el marido.

-¿Qué me contás?

-Era lo que suponíamos. Confirmamos que la mujer tenía un fato con un vecino. Claro que ahora falta la confesión del marido, lo que no será fácil. Pero ya sabemos cómo fue, y al final confesará.

– O no.

-Y sí, la única prueba que tenemos es la palabra del Zurdo, y ya sabemos que no vale mucho. Pero igual lo vamos a detener e imputar, y después veremos.

Mientras Varela hablaba, Mozarreta se había quedado pensando, con los ojos achicados y el entrecejo fruncido. Se mordió el labio inferior y le dijo:

-¿Sabés lo que se me acaba de ocurrir? Que intentemos cargarle al Zurdo también lo de Santamaría, a ver qué pasa- Varela hizo un gesto de no entender -En una de esas se asusta, y si sabe algo del asunto, de otro sicario…

-Si te parece… Aunque con lo que ya tiene más lo que va a tener, no creo que se vaya a asustar; que le hace una mancha más al tigre. Pero con probar no perdemos nada.

-Vos decile que ya sabemos que mató a Santamaría, a ver cómo reacciona- Aunque Varela no parecía muy convencido, le prometió al comisario hacer el intento. Después le preguntó:

– Y vos ¿no avanzaste nada?

-Prácticamente nada. Por eso me interesa ahondar un poco en ese mundo de los sicarios; me parece que es el único lugar donde puede aparecer algún indicio. Ya me cansé de interrogar a gente que tuvo alguna relación con el muerto, y aunque todos pueden ser sospechosos, ninguno lo es tanto como para llamarlo a indagatoria. Para mí el más sospechoso, el que puede tener un motivo valedero, es Morelo. Los otros…

-Y apuralo…

-No, no me parece. No te olvidés que es un legislador.

-¿Y la ex mujer?

-Sí, por personalidad puede ser, pero los motivos… Cornudas hay a montones, pero no por eso van a hacer matar al infiel.

-Andá a saber.

-Claro, la mente de los humanos es insondable- se acordó de López Echenique.

-¿Los hijos tampoco?

-No…- con gesto descreído Mozarreta -Al chico lo vi una vez, me pareció normal. Bah, normal como son los chicos de ahora. A la hija no la conozco, pero está casada y tiene un hijo. ¿Qué motivos pue- den tener?

-Bueno, hacemos así. Yo después te aviso cómo reaccionó. Lo voy a “incentivar” otro poco, total, un par de cachetazos más no le van a hacer nada.

Se despidieron, y el comisario fue a buscar el auto reflexionando: “Pensar que este Varela era un blandito, parecía que no iba a seguir en la fuerza. ¡Cómo cambia la gente!”.


 

23

López Echenique lo invitó a sentarse y continuó fumando plácidamente. Sus ojos verdes fluctuaron un instante hacia un gris amarillento, quizás a causa del humo del cigarrillo o tal vez por unos tenues rayos solares que se filtraban a través de la ventana de su despacho. “A mí me parecían azulados, pero bueno, será cuestión del tiempo. De todos modos, hay que reconocer que es buen mozo el tipo”. Desechó una vez más sus irresueltas dudas acerca de la sexualidad del fiscal, y cuando éste pareció dejar de flotar en otra dimensión, “no estarás fumando merca… pero no, sin duda esto es sólo tabaco”, le preguntó al comisario:

-¿Novedades, Mozarreta?

-Pocas. Lo más interesante es la confesión de un sicario sobre el asesinato de la mujer de Abdala- El fiscal lo miró con cara de “¿y a nosotros qué nos importa?”. Mozarreta continuó: -Lo que pasa es que en ese ambiente todo está relacionado, y por ahí…- Pero se dio cuenta de que López Echenique seguía mirándolo a la espera de alguna revelación, y terminó por preguntar:

-¿Y usted, doc?

Recién entonces el fiscal pareció reanimarse.

-Yo sí tengo novedades. Mi prima finalmente fue a visitar a la ex de Santamaría, y aunque no pudo averiguar demasiado, me contó que otra amiga de ella y de la ex, que es periodista y que volvió hace poco de Francia, se ofreció para darle una grabación oculta de una conversación que mantuvieron cuando la visitó ni bien regresó al país. Mi prima dice que la periodista es una loca linda, y que le encantan este tipo de entuertos. Unas amigas comunes le habían comentado que Ana Velez Ocampo, la ex de Santamaría, estaba rara, y ella la grabó.

-¿Y usted aceptó?

-Sí, pero le advertí que era bajo su tota responsabilidad, y que la fiscalía debía quedar al margen de esto. “No veo por qué, si en ese caso estaría actuando como auxiliar de la justicia. De todos modos, flor de amiga la periodista…”.

-Claro, claro- pero había muchas dudas en el tono del comisario. “¿Por qué a tu prima no le contó na- da, y a ella sí le va a contar?”.

-¿Y a usted cómo le fue en Villa María?

“Muy bien”, pensó decirle, “la secretaria está muy buena”, pero sólo respondió:

-Más o menos. El arquitecto Toselli no deja de ser sospechoso, pero no lo veo contratando a un sicario. Y que lo haya hecho él… no sé. Si bien no puede probar qué estuvo haciendo a esa hora, no creo que la forma de actuar del asesino se adecue a su personalidad. Él es un violento, y la tranquilidad y la precisión con que actuó el asesino… Por otro lado, el aspecto físico tampoco concuerda.

-Bueno, usted sabe que las declaraciones de los testigos fueron bastante contradictorias.

-Sí, pero Toselli tiene pinta de gringo, y el asesino al parecer era morocho.

-O sea que seguimos sin sospechosos firmes- Pero después de una pausa preguntó: -¿Por qué dice que no puede probar donde estuvo a la hora del crimen?

-Porque se fue de la Municipalidad temprano, y mucho más tarde, según él, fue a almorzar, pero no tiene testigos. Después volvió a Villa María.

-Entonces, un poco sospechoso es, ¿no?

-Sí, pero no creo que al juez Barrera le alcance para una indagatoria.

-No, y ya me advirtió que no quiere metidas de pata, que no nos olvidemos que Santamaría era un político importante.

-Por supuesto.

Mozarreta estaba francamente preocupado, no tanto por las precauciones adoptadas por el juez, que limitaban un tanto su accionar, sino porque no vislumbraba ningún sospechoso firme. “Realmente no sé qué hacer”, pensó decepcionado.

López Echenique lo miró condescendiente.

-En las adversidades sale a luz la virtud, decía Aristóteles.

Mozarreta primero lo miró serio, casi reprobatorio. Pero después una amplia sonrisa le distendió el rostro.

-Dichoso de usted que se lo toma en joda.

-No es joda, es la verdad. No se aflija, ya vamos a resolver el caso.

“No sé qué pensarás hacer vos, porque lo que es yo…”.

Finalmente se animó y le arrojó, irónico:

-No hay mal que dure cien años.

El fiscal soltó una breve carcajada, y Mozarreta se despidió.


 

24

La llamada lo había sorprendido porque, si bien no descartaba esa posibilidad, no la esperaba tan pronto. Incluso se había autogratificado pensando en el próximo encuentro en Villa María, cuando fuera nuevamente a hablar con Toselli. Pero ahora que había recibido la llamada de Laura, su regocijo fue tal que desechó los compromisos que tenía en la Jefatura para afeitarse detenidamente, bañarse con fruición y elegir cuidadosamente su vestimenta. Para sus actividades oficiales siempre usaba traje y corbata, pero para esta cita decidió utilizar ropa más informal: jean de gabardina oscuro, mocasines negros y camisa cuadrillé también oscura. “¿No será demasiado, con el color de mi piel…?”, había dudado. La tarde era fresca, y también dudó entre ponerse una campera, un pullover o un buzo, pero finalmente optó por ir en mangas de camisa. “Vos sos caluroso, te va a hacer transpirar”.

La había citado en el bar del “Amerian”, frente al patio Olmos. Era la hora del aperitivo, y decidió que pediría su habitual Gancia batido con limón. No habían aclarado si se iban a encontrar en la puerta o adentro, pero optó por lo último. Laura fue casi puntual, y la primera duda se le presentó cuando tuvo que saludarla. ¿Darle la mano, una simple inclinación de cabeza y señalarle la silla, un beso en la mejilla…? Se jugó y le dio el beso. Laura estaba vestida sobriamente, pero sus pechos resaltaban, turgentes, a través de la blusa. Los pan- talones ceñían unos muslos que se presentían duros, firmes.

Mozarreta no era un experto en lances amorosos, pero tampoco era ingenuo y conocía sus vericuetos. El roce cotidiano de las relaciones cuarteleras no había hecho mella en su caballerosidad, y su aspecto viril aunque algo rudo se veía atenuado por sus gestos sobrios, medidos.

Después del saludo y de elogiarle el aspecto a la mujer, pidieron sus respectivos tragos y el comisario la invitó a que le detallara el motivo que ella había invocado para efectuar la comunicación.

-En realidad no es nada importante- “ya me parecía, vamos bien” -pero como tenía que venir también por otros motivos, aproveché para llamarlo y comentarle sobre esta amiga que quiere entrar a la policía.

“Si fuera sólo por eso me lo podrás haber explicado por teléfono”. Se sintió seguro, y la tuteó.

-Hiciste bien, los requisitos no son complicados. Yo voy a hablar con el responsable de las admisiones, y vos le decís a tu amiga que cuando venga hable directamente con él.

-Te agradezco- escueta Laura. Pero la sonrisa era cautivadora y los ojos azules refulgían.

-¿A vos te parece bien que una mujer quiera ser policía?

-No tengo ningún prejuicio contra los policías.

“Si los tuvieras no me habrías llamado…”

-Me alegro- seductor Mozarreta. Desvió la conversación: ¿Y cómo anda el amigo Toselli?

-Medio loco, como siempre- sonrió.

-Es algo… violento, ¿no?

-Está peor desde la muerte de su mujer.

-¿Qué opinás sobre los rumores de que pudo ser él mismo quien la mató?

-No creo, quedó muy traumatizado por el crimen.

-¿Vos lo conocés muy bien?- casi irónico. Después se reprochó: “¿Y a mí que me importa? Con tal de que me dé bola a mí también…”. Ella respondió un neutro “más o menos”, y Mozarreta cambió rápidamente de tema: -Pero háblame de vos. ¿Te sentís cómoda en Villa María, te gusta?

Sí- se encogió de hombros -siempre viví allí. Claro que no es Córdoba.

-¿Venís seguido?

-No. Tengo una tía aquí, pero por lo general vengo solamente cuando me manda la empresa.

“O sea Toselli”.

-¿Ahora viniste por eso?- Ella lo miró a los ojos, seria, y Mozarreta comprendió: “¡Viniste por mí!”.

-En realidad, no.

-Laura- le puso una mano sobre la de ella -no es necesario que te diga que me gustás mucho, no?

Vos lo sabés.

En la sonrisa estaba implícita la respuesta.

-Vos también me gustás.

Él también sonrió, mientras pensaba “¡vamos Marito, todavía!”.

-Hoy te quedás en Córdoba, ¿no?

-Pensaba volver esta noche…

-¿Es imprescindible?- El gesto de duda lo animó -Quedate.

-No sé si mi tía…

“Para qué querés a la tía”.

-No te preocupes, vamos a cenar, y después vemos.

Fueron a cenar. Pero después no fueron a lo de la tía, sino al departamento de Mozarreta.

El comisario sabía hacer las cosas. La desvistió lentamente, sin apuro, luchando un poco con los ajustados pantalones, mientras la besaba y le acariciaba esos pechos que lo habían impactado. Ella lo dejaba hacer, casi con ingenuidad, pero la tensión en el rostro trasuntaba una elevada sensualidad. Comenzó a responder con avidez las caricias, y cuando al final se montó sobre la empinadura del comisario demostró que, si no era una experta, lo disimulaba muy bien.

Apretando sus nalgas perfectas, regodeándose con sus pezones erectos, de repente Mozarreta se acordó de un verso de García Lorca: “montado en potra de nácar… Era bueno el tipo, lástima que fuera comunista, y para colmo, puto”. Después sintió que lo chupaba un remolino.


 

25

-Mozarreta, siéntese, que se va a caer de espaldas. Tengo la grabación que le hizo Mónica Villiers, la periodista, a la ex de Santamaría. Fue pocos días antes de que lo mataran.

-¡No me diga!

-Vino a verme con mi prima, y ella misma me dio la grabación; estaba bastante preocupada. Es una hermosa mujer- lo miró de reojo -estoy seguro de que a usted le gustaría mucho- “Y a vos no, claro…” -Aunque en cuestiones eróticas- continuó el fiscal -todo es muy ambiguo, ¿no?- “Para vos será, para mí no”.

López Echenique trajo la grabación. Se lo veía muy excitado.

-Escuche, Mozarreta, escuche.

Después de un corto silencio se oyó la voz de una mujer.

-…pero fíjate vos la desfachatez -Esa es la ex, acotó el fiscal. La voz prosiguió: -Ahora hasta sale en la fotografías con la chinita esa- Debe estar mostrándole alguna revista, o algún diario- comentó López Echenique. Mozarreta escuchaba la grabación atentamente. Otra voz dijo:

-¿Cuándo vuelve tu madre?-

-Esa es Mónica- aclaró el fiscal.

La maniobra de distracción de la periodista no prosperó, porque después de un escueto “en estos días”, la otra voz continuó de inmediato:

¿Sabés que el sábado el desgraciado le negó el auto a Martín? Además del “Bora”, él tiene un “Clío”. ¿Podés creer que no se lo prestó? El mío estaba descompuesto y Martín tenía que ir a la casa de campo de los padres de Karina…

-Lo habrá necesitado.

-¡Qué lo va a necesitar! Seguro se lo está usando la negrita esa.

Pero Anita ¿no te parece que ya tendrías que dejar de preocuparte por lo que él haga? Se terminó, hace dos años que están separados.

-Lo mismo debería cuidar las apariencias, aunque sea por los chicos. Además, es un diputado, siem- pre sale en los diarios, lo entrevistan por la radio… Hasta en la televisión sale. ¡Resulta que ahora es todo un personaje el hijo de puta!

-Qué más querés, sos la ex esposa de un famoso.

-Vos reite, pero te aseguro que no es nada gracioso. ¡Después de lo que hizo mi familia por él, cuando era un muerto de hambre! Te juro que no entiendo cómo pude haberme fijado en él.

-Buen mozo era. Y sigue siéndolo.

-Es lo único. No sé cómo pude dejarme envolver por un tipo así. No sabés cómo me previnieron mis padres. Me acuerdo que antes de conocerlo, ellos siempre nos advertían a Roxana y a mí: “Nunca vayan a casarse con alguien que no sea de su misma clase”. Roxana les hizo caso, y mirá lo bien que le va. En cambio yo…

-Vos viviste muchos años bien, Anita. Tuviste tus problemas, como todo el mundo, pero no la pasaste mal. Viajaste mucho, esta casa es una mansión… No sé qué pretendés.

-Ser respetada. Y vos sabés que él nunca se preocupó ni siquiera por guardar las apariencias. Es cierto que en los primeros años se portaba bien, no me engañaba… aunque mirá, ya no estoy segura de nada. Pero desde que empezó con la política, ya sabés cómo es eso. Comenzó a volver a cualquier hora, a viajar al interior…

-No me digás que no sabías que la política es así.

-Yo intenté disuadirlo, te juro que hice todo lo po- sible. Pero es un ambicioso terrible, no hubo for- ma. Además, alguna aventura sin importancia se la podría haber perdonado. Pero vos no sabés, fueron montones. Y a cara descubierta, sin cuidarse en lo más mínimo. ¡Mirá que andar con la Teté Salguero, que vive en la otra cuadra.

-¿Pero vos estás segura de eso?

-¡Claro que sí! ¿Qué querés, que los hubiera encontrado en la cama para estar segura?

-No, te digo porque a mí siempre me pareció un buen tipo. Simpático, algo ampuloso, pero todo un señor.

Después de un silencio, la voz sonó desconfiada:

No me digás que a vos también te gustaba…

-No seas boluda.

-Lo que pasa es que, es cierto, los primeros años, cuando vos todavía estabas en la Argentina, era distinto. Pero después… Fue al poco tiempo de irte a Francia que lo pesqué con la primera. Me juró que fue un accidente, que no volvería a suceder… lo de siempre. Pero antes del año ya todo el mundo conocía que andaba con la mujer del legislador Rodríguez. De ahí ya no paró.

Hubo un breve silencio y luego la voz de Mónica se intuyó reflexiva:

Claro, yo estuve tanto tiempo afuera que no sé nada de nada. La verdad es que la versión que yo tengo es distinta de la tuya- Dudó un instante pero luego pareció decidirse: -A mí me dijeron que estás exagerando mucho las cosas.

-¿Quién te dijo?

-Ah, se dice el pecado pero no el pecador- con una risita nerviosa.

No, decime- la urgió –porque últimamente todos parecen estar en mi contra. Comentan cosas, me dejan de lado… Hasta me he enterado que dicen que ando mal de la cabeza.

-Pero no, no te hagás problemas.

La respuesta sonó desconfiada:

-No me digás que vos también, mi amiga de toda la vida, creés que imagino cosas.

-No. No es eso, simplemente me cuesta creer todo lo que me contás. No creo que Javier sea un mal tipo.

Ana estalló:

-¡Es un hijo de puta, Mónica! Tal como te lo digo-

 Después de un breve silencio la voz sonó dura, contenida: –A veces me dan ganas de cagarlo a tiros.

¡A la mierda!- exclamó Mozarreta.

También la voz de Mónica denotaba su sobresalto:

¿Estás loca?

-¡No me digás loca!- casi enfurecida Ana.

Estoy bien cuerda. Pero es lo que se merecería.

-¿Y después qué? Vas a la cárcel.

-Hay otros medios.

¡Qué me dice!- La sorpresa de Mozarreta se palpaba.

Pero Anita, no puede ser- Ahora su voz sonaba realmente preocupada –¿No sería conveniente que hablaras con alguien?… no sé, un sacerdote, un sicólogo…

Ana no respondió la pregunta y continuó:

¿Sabés lo que me hacía? Me hacía llamar por teléfono para que me dijeran que andaba con otras mujeres.

-¿Y cómo sabés que era él quien te hacía llamar?

-¿Y quién querés que fuera? O me llamaba por teléfono, y cuando yo atendía, no contestaba nadie.

-Pero podía ser otra persona, o equivocado…

– No me creés- Había dureza en el reproche, pero continuó:- .Y cuando cogíamos, las pocas veces que sucedía, estaba pensando en otras. Yo lo presentía.

-Pero seguía acostándose con vos.

-Muy poco, una o dos veces por semana.

-¿Y te parece poco después de tantos años de matrimonio?

-No me creés nada de lo que te digo.

-No sé qué pensar, es todo tan raro.

-Además es un corrupto. ¿Cómo creés que hicimos esta casa, con su profesión? ¡Por favor! ¿Y los campos de Río Cuarto, y la casa de La Cumbrecita?

–¿Pero vos sabés que realmente es así? ¿Él te dijo algo?

–No, nunca habló de los asuntos económicos con- migo. Pero plata entraba, y plata grande. Al principio no, claro, para la otra casa nos ayudaron mis padres. Pero después…

Hubo un silencio, y Mónica trató de cambiar de tema:

Se está poniendo fresco, ¿no?

Pero Ana continuó:

Ahora no quiere hablar más conmigo. Hasta hace un tiempo al menos nos veíamos alguna vez, hablábamos de los chicos…- La voz ahora era triste, melancólica.

-¿Y para qué querés hablar con él si le tenés tanta bronca?

-No sé, cambió tanto. Tan bien que nos llevábamos al principio, sobre todo sexualmente.

–¿No será que todavía lo querés, que no podés olvidarte de él?

-¡Por favor, te juro que lo mataría!

-Anita, me parece que vos estás confundida. Yo creo sinceramente que te haría bien consultar a un sicólogo, o a un siquiatra.

-No, me hace falta- La voz parecía otra vez firme, segura. Pero de inmediato volvió a tornarse triste –No saber más nada de él, no verlo en los diarios, en la televisión…

Mónica cambió de tema:

Hablemos de otra cosa, eh? Contame de Pupi, de Graciela

-Hace meses que no las veo. ¿No te digo que na- die quiere estar conmigo, que cuando me encuentro con alguien me miran como a un bicho raro?

-¿Por qué no aprovechaste y te fuiste con tu mamá al Caribe?

-No tengo ganas de salir. Además, ella también está rara. No sé si será por la edad, pero me culpa a mí de la separación. Vos sabés, cuando nos casamos no lo podía ni ver. En cambio ahora dice que no es malo, que la culpa es toda mía- Aunque había un leve temblor en la voz, después volvió a sonar normal, casi alegre: –Pero tenés razón, hablemos de otra cosa. Tendrás tanto que contarme sobre Francia- Pero antes de que Mónica empezara a hablar, continuó apresuradamente: –Ah, y vos sabés que ese hijo de puta…- López Echenique apagó la grabación.

-Lo que sigue es más de lo mismo.

-Pero entonces ahora sí tenemos un sospechoso firme- casi exultante Mozarreta.

El gesto ambiguo del fiscal denotó sus dudas.

-Sí, pero no me parece que haya que creer a pie juntillas todo lo que dice. Es evidente que está muy perturbada, pero de allí a que cumpliera sus amenazas… De todas maneras es bastante impactante, ¿no?

-Ya lo creo. Por lo que habló conmigo, nunca lo habría sospechado ¿Cómo se le habrá ocurrido a la periodista grabar la charla?

-Ya estaba sobre aviso de que a la amiga se la veía rara. Pero fue sobre todo para ver si la grabación podría resultarle útil a algún profesional de la salud. ¿Así que usted no notó nada cuando hablaron?

-La verdad que no. Me pareció una mujer fría, algo cínica, pero nada más. Claro que se notaba su aversión por el marido. Pero mi entrevista fue después de que a él lo mataran, ¿será que ya estaba más tranquila…?- suspicaz Mozarreta. Después preguntó: -¿Usted cree que esto le alcanzará a Barrera para imputarla?

-No sé si para imputarla, pero seguro dispondría una indagatoria, y entonces la mujer se va a enterar de la grabación de su amiga- preocupado López Echenique.

-Y bueno, doc, es un crimen…

-Y sí, habrá que llevársela nomás- Después se mordió los labios y casi murmuró: -Mi prima me mata.

Mozarreta se despidió pensando “por fin te vas a tener que preocupar por algo”.


 

26

-¡No me vas a creer lo que confesó el Zurdo González! -exultante Varela. Mozarreta permaneció en silencio esperando que continuara: -Tenías razón con eso de cargarle la muerte de Santamaría para que hablara. Lo que no sé es si lo hizo para salvarse o para cagarlo al Puma Iturbide.

-¿Ese no es un sicario peruano?

-Sí, y el Zurdo afirma que fue Iturbide quien mató a Santamaría.

-¿Contratado?

-Claro, pero, según él, no sabe quién le encargó el trabajo.

-¿Está preso el Iturbide ese?

-No, estuvo un tiempo pero hace como tres años que anda suelto.

-Habrá que buscarlo, entonces.

-En eso estamos. Ya comisioné a los muchachos para que lo busquen por barrio Müller, que es por donde suele andar. Aunque -aclaró- también lo han visto por la villa “el nylon”.

El comisario no estaba del todo convencido.

-Yo desconfío de esas acusaciones de presos a tipos que están afuera.

-Y sí, habrá que esperar a que lo agarren para ver qué pasa.

-Si lo agarran- Mozarreta seguía escéptico, y Varela se lo hizo notar.

-¡Vamos, Mario, arriba ese ánimo! Vas a ver que los muchachos lo van a localizar.

-¡Ojalá!

-Claro que- aceptó el subcomisario -una cosa es agarrarlo y otra que confiese, o que se obtengan pruebas. Pero algo es algo, ¿no?

-Por supuesto, y yo te agradezco mucho que te hayas involucrado en un caso que no es el tuyo.

-Paree eso están los amigos, carajo. Si no nos ayudamos entre nosotros…- sonrió complacido.

Mozarreta se quedó pensando si Varela sería real- mente un amigo o si sólo estaría tratando de hacer méritos. “Bueno, no seas tan desconfiado, por ahí es cierto que te quiere ayudar. Después pretendió preguntarse cómo había logrado que el Zurdo confesara, pero la respuesta le pareció tan obvia que no alcanzó a formulársela. En cambio se hizo otra: “¿Será realmente necesario aplicar esos métodos para que esos hijos de puta canten?”. La respuesta le satisfizo a medias: “Y sí, si queremos que haya justicia, no hay otra”. Pero un molesto desasosiego se había aposentado en su espíritu. Con una sonrisa triste le respondió al subcomisario “claro, claro”, pero el malestar no se disipó.

-Ni bien tenga novedades te aviso, así vos te hacés cargo- Las palabras de Varela le devolvieron a medias la tranquilidad -Y por supuesto, podés ir encargándole a tu gente que también lo busque.

-Seguro, ahora mismo me pongo a trabajar.

Se despidió, y al salir echó una última mirada a la Jefatura. “Pensar que esa amiga de Laura quiere ser policía. Al fin y al cabo, que trabajo de mierda es el nuestro”. Pero los días soleados siempre lo alegraban, y esa mañana el sol refulgía sobre la ciudad. Se fue caminando por Colón hacia el centro.


 

27

-Así es, Amílcar, las cosas se van aclarando. O- dudó, bajando la voz -complicando, según cómo lo veas.

El “Ateneo” estaba lleno, como siempre. Por más que las mesitas fueran pequeñas y estuvieran una al lado de la otra casi sin permitir el paso de las mozas, el bar era demasiado reducido. La cantidad de volúmenes apilados en las mesas y los estantes del espacio destinado a librería era en cambio amplio, y casi no había gente mirando u hojeando libros. La profusión de estos era tal que parecían apabullar a Suarez, quien de vez en cuando echaba una mirada de reojo hacia el lugar.

El comisario continuó:

-Antes no teníamos ningún sospechoso firme, y ahora tenemos demasiados

-A mí esto me pareció importante, y por eso te llamé. Pero ahora que me contaste lo de la mujer, el sicario y el marido de Clarita Domínguez, no sé, a lo mejor no tiene importancia.

-Todo lo tiene. A ver cómo es la cosa.

-Mirá que son sólo comentarios- aclaró, cubriéndose -Lo que me contó Márquez es sólo lo que Nieto, otro legislador, le dijo a él, así que tomalo con pinzas- “Puta que está misterioso”. Pero sólo asintió brevemente con la cabeza y lo miró a los ojos, alentándolo -Lo que Márquez me dijo, a raíz de un comentario mío sobre el caso Santamaría, es que Nieto le había comentado confidencialmente que él sabía que el que te mandó agredir era Morelo.

-¡Mirá vos!- y continuó mirándolo atentamente. Suarez continuó:

-Pero cuando yo le pregunté si conocía el motivo, me respondió que no, que Nieto sólo le había dicho eso, y que él no quiso insistir. Como no era su pro- blema…

-Claro, claro- Mozarreta se había quedado pensativo, pero no parecía demasiado sorprendido. Como Suarez permanecía callado, le comentó: -En realidad ya lo sospechaba, pero nos viene bien esta confirmación. Claro que no me va a servir de mucho saberlo porque ¿qué pruebas puedo aportar para acusarlo? No lo voy a meter en un quilombo a Márquez para que atestigüe.

-Tampoco creo que aceptaría hacerlo, aunque a lo mejor…

-No, no, no quiero comprometerlos, ni a él ni a vos. Total, lo hecho hecho está, y la paliza ya la recibí. Pero esto ratifica las sospechas sobre Morelo en lo de Santamaría porque ¿qué otro motivo podría tener aparte de que yo lo estaba investigando con respecto al caso? Pareció un aviso para que no continuara haciéndolo- Después exclamó, amoscado: -¿Cómo pudo ser tan boludo para creer que yo voy a parar una investigación de este tipo por ese mensaje?

-Y, él no te conoce…

-Debió haberse dado cuenta de que lo investigaba- casi con bronca -Esto no hace más que aumentar las sospechas sobre él.

Permanecieron un momento callados, y luego Suarez le dijo tímidamente:

-Si podés no sacar a la luz que fui yo quien te contó… porque no le dije nada a Márquez- Pero agregó rápidamente: -Claro que si es estrictamente necesario para el caso…

Mozarreta sonrió.

-No te preocupés, si yo casi lo sabía. De todos modos, la investigación sobre él va a seguir por otros carriles. Yo te agradezco mucho el dato.

Pagaron y se levantaron. Antes de salir, Suarez echó otra mirada dubitativa hacia los estantes y confirmó: -No me gusta este lugar. Es como… opresivo.

“Si lo oyera el doc”, pensó Mozarreta sonriendo.


 

28

-Ahora se va a caer de espalda usted con lo que le voy a contar- “No te digo que te sentés, porque siempre estás con el culo en ese sillón” -Creo que ya sabemos quién es el autor material del hecho- Ignoró la mirada incrédula del fiscal y continuó: -Parece que es un sicario peruano, el Puma Iturbide.

-¿Y cómo lo averiguó?- El tono de la pregunta fluctuaba entre la desconfianza y la envidia.

-Lo apuraron al matador de la mujer de Abdala.

-¿No habrá confesado para que no se prolongara demasiado el “interrogatorio”?- subrayó.

-Uno nunca puede estar seguro- admitió -De todos modos, ya tenemos localizado al Puma en barrio Müller.

-Bien, Mozarreta, lo felicito.

-Felicítelo al subcomisario Varela, él fue quien lo hizo cantar al Zurdo González- Después dudó: -Claro que esto no resuelve totalmente el caso, pero es un adelanto, ¿no? Justo ahora que tenemos tres sospechosos firmes de ser el autor intelectual.

-Ese es el problema, Mozarreta. El autor material casi siempre cae, pero ¿el intelectual? Es tan difícil probarlo, sobre todo si el autor material quiere protegerlo.

Aunque la duda sobrevolaba la conversación, el comisario finalmente preguntó:

-Francamente, doc, ¿usted de quien sospecha más?

López Echenique levantó el índice y sonrió.

-Como decía el inspector Maigret, nosotros no sospechamos, investigamos- “¿Y ese quien será? De aquí no es, lo conocería” -Igual voy a contestar su pregunta. A la luz de lo que hemos averiguado hasta ahora, me inclino por la ex mujer- “Ya me parecía, el “entorno íntimo” -¿Y usted?

Mozarreta frunció los labios, y respondió:

-Yo me inclino más bien por una cuestión política.

-Morelo.

-Sí -“¿será por la paliza?”- o algún otro político. Pero también puede ser por una cuestión personal.

-¿El marido de Clarita?

“No creo que sea el gringo”. Pero se acordó de Laura y respondió:

-Puede ser.

El fiscal reflexionó:

-Aunque, como en las novelas policiales, no siempre el más sospechoso resulta ser el autor, ¿no? ¿Se acuerda del profesor Bermúdez?

“Claro que me acuerdo”, pensó agradecido. “Gracias a vos, que resolviste el caso, a mí me ascendieron”.

-Tiene razón, doc. Pero primero agarremos al Puma, después veremos.

Se despidió y salió a la explanada del Palacio de Justicia. La fuente del Paseo Sobremonte arrojaba sus chorros de agua, y Mozarreta se sintió bien. “Tengo que llamar a Laura”. Después dudó: “¿Pero qué excusa pongo para qué verlo de nuevo a Toselli? Mejor espero que venga ella”. Siguió hasta la plaza Italia, y excepcionalmente las aguas de los monumentos también estaban funcionando. “Con razón después suben las tarifas”, pensativo. Pero luego sonrió y siguió hasta la Legislatura. La miró con aire dubitativo -“pensar que hace más de un mes que estamos en esto”- y se fue a tomar un café al paso a la barra del Bonafide.


 

29

-¡Cayó el pez gordo, doc!- eufórico Mozarreta en el teléfono.

-¿No me diga?- alegre López Echenique.

-Cómo le digo. Ya voy para allá y le explico.

 

En la fiscalía.

-Como usted sabe, ya lo teníamos localizado, de modo que fue bastante fácil. Estaba con una mujer.

-¿No se resistió?

-Intentó buscar un arma, pero los muchachos ya habían roto la puerta y lo tenían encañonado. No tuvo más remedio que entregarse. Previamente habíamos rodeado la manzana, no tenía forma de escapar.

-¿Dijo algo?

-No, todavía nada- un poco desalentado el comisario.

-Pero ¿consiguieron algo, alguna prueba relacionada con el crimen?

Mozarreta se rascó la cabeza y admitió:

-La verdad, relacionado con el caso, nada. Pero secuestramos dos armas, un 38 largo y una 9 milímetros, que habrá que ver si es la misma del crimen. Los de balística ya se están dedicando a eso. También secuestramos dos celulares para analizar- los, pequeñas dosis de cocaína y bastante plata, dólares incluso.

-¿Nada más?- algo desilusionado el fiscal.

-Nada más, doc. Ah, y un pasamontañas y una máscara de hombre araña.

López Echenique sonrió y meneó la cabeza, y luego comentó:

-Habrás que esperar el informe de balística, entonces. Y de los celulares también puede surgir algo.

-Ojalá. Ahora vamos a interrogarlo en serio. Hasta ahora lo único que hizo fue preguntar por qué lo de- tuvimos.

 

La comisaría séptima.

-Bueno, Puma, hablá.

-Sobre qué- En sus rasgos había reminiscencias indígenas, pero leves.

-No te hagás el boludo. Sabemos perfectamente que fuiste vos quien mató al legislador Santamaría- Fingió sorpresa, pero ni el comisario ni sus dos ayudantes se inmutaron -No dilatés las cosas, porque va a ser peor. Te batieron, Puma.

Ahora la sorpresa parecía real.

-¿Quién?

-¿Lo admitís, entonces?

-No, sólo quiero saber quién está mintiendo- El rostro acholado estaba serio, atento.

-Mirá, Pumita, de que vos lo mataste no tenemos ninguna duda, y lo vamos a probar. Lo que nos interesa es saber quién te contrató.

-Eso nunca, inspector- y aclaró, bajando la voz: -Aunque fuera cierto.

-No me digás que tenés códigos, vos.

-¿Usted no los tiene, inspector?

El comisario lo miró un buen rato sin responder, rascándose la nariz, “¿Los tengo?” Claro que sí. Pero con tipos como vos, no”.

-No vas a confesar- se resignó -No ahora, al menos. Pero vas a terminar haciéndolo- Se levantó y le hizo una seña a sus ayudantes., pero antes de salir el Puma lo llamó.

-Inspector…-Mozarreta se dio vuelta -La 9 milímetros no es la que se usó para matar a Santamaría.

Volvió a girar y salió con uno de sus hombres, sin responder. El otro se quedó con el preso.


 

30

-Tenía razón el Puma en lo de la nueve milímetros- López Echenique le mostró unos papeles – Balística confirmó que, aunque es del mismo cali- bre, no es el arma homicida.

-Qué macana, ¿no?

-Pero en cambo hay cosas raras en los celulares. Los técnicos recién lo están confirmando, pero parece que hay algunas llamadas que provienen de un móvil que está a nombre de Martín Santamaría.

-¡No me diga! ¿El hijo?

-Todavía no es seguro, pero parece que es así.

-¿Qué raro, no?

-No veo por qué- indiferente el fiscal – Todo es posible en esta vida.

-No me diga que pudo haber sido el pibe- incrédulo.

-O la madre, vaya uno a saber.

-Pero entonces es cierto nomás que la ex…

-No, Mozarreta, no se adelante. Yo no afirmo nada, sólo le comunico lo que me dijeron los técnicos.

“¿Pero vos que pensás? Alguna idea tenés que tener”. Después se autointerogó sin obtener respuesta: “¿Y vos, Marito?”. Sólo comentó, todavía perplejo:

-No lo puedo creer.

López Echenique respondió, benévolo:

-Tiene que creer en todo, amigo, y a la vez no creer en nada; al menos hasta no tener pruebas con- cretas- aclaró -En todos los aspectos de la vida, no sólo en estos casos. Todo es posible, Mozarareta, todo fluye, como decía Heráclito- “Bueno, lo único que faltaba” -y nadie se baña dos veces en el mismo río. “¿Se estará volviendo loco el doc con tanta filosofía? ¿Qué tendrá que ver…?”.

Pero el fiscal se había quedado pensativo, mirando a través del comisario, sin verlo, la pared de enfrente.

Mozarreta sintió el impulso de chasquear los de- dos para despertarlo, pero sólo carraspeó y murmuró:

-Claro, doc, claro- Después de unos segundos preguntó: -¿Y qué hacemos ahora? ¿Volvemos a inteinrogar a la ex, como teníamos pensado?

López Echenique pareció despertar.

-Todo depende de lo que digan los técnicos en co- municaciones. Si se confirma que había llamadas, o mensajes, del móvil del chico o de la madre, Barrera la llamará a indagatoria y quedará imputada.

-O el hijo…

-Y el hijo- afirmó, rectificando.

-O sea que Morelo, y los otros…- Pensó en Toselli y, por proximidad, en Laura. “¡Qué buena está!”.

-Y no, hasta que no se aclare esto…

-Parece bastante claro,  ¿no?

-No sé, Mozarreta, habrá que esperar.

Por primera vez el comisario lo veía desalentado, como si lo estuviera invadiendo una gran pena. Parecía como si temiera que los autores intelectuales fueran realmente la ex mujer o el hijo. Sintió que debía dejarlo solo, y se despidió.


 

31

-¿Vio que al final todo se aclara? Aunque hay veces en que uno quisiera que no sucediera- El fiscal parecía apesadumbrado. “¿Qué bicho le habrá picado? En lugar de alegrarse…”.

-Lo importante es que el caso esté resuelto, ¿no?

-Casi, Mozarreta, casi. Una cosa es lo que dice Iturbide, y otra que podamos probarlo.

-¿Los técnicos no confirmaron las llamadas?

-Sí, pero falta la confesión del pibe.

El comisario parecía desorientado, no entendía las dudas del fiscal. Por eso insistió:

-Yo creo que con los resultados que consiguieron los técnicos, más la confesión de Iturbide, ya no hay ninguna duda.

-Aunque tiene razón, me resisto a creerlo- desilusionado López Echenique -Ante casos como este, la razón se tambalea.

“¿No eras vos el que ya no se asombraba de nada?”, sádico Mozarreta; pero sólo con el pensamiento. Las palabras en cambio demostraron solidaridad.

-Y sí, es duro, pero qué le vamos a hacer. Por otro lado, esto confirma su opinión de que el autor in- telectual estaba en el entorno íntimo- entre irónico y adulador.

El fiscal no se dio por aludido y reflexionó:

-Todavía falta dilucidar si actuó solo o en complicidad con la madre. Las llamadas son sólo de él.

-¿Qué dice el Puma?

-Que a él lo contrató el chico. De la madre no sabe nada.

-¿Y de dónde habrá sacado la plata el pendejo? Es mucha guita, según Iturbide.

-Es cierto. Claro que lo que diga Iturrbide hay que tomarlo con pinzas; sus amigos de la jefatura no se andan con chiquitas en los interrogatorios. Son capaces de hacerle confesar al más macho que es marica.

-“¡Epa!, ¿y eso? ¿Te traicionó el subconsciente?”.

-No es para tanto, doc. Además, están las llamadas. ¿Para qué iba a seguir negando?- López Echenique hizo un gesto de duda y Mozarreta continuó: -Y ahora ¿qué pasos piensa seguir?

-El interrogatorio del pibe. Pero eso lo voy a hacer yo- serio y como preocupado -¿No es menor, verdad?

-No, tiene diecinueve- Después preguntó: ¿Y la madre?

-A ella puede interrogarla usted, que ya la conoce, antes de traerla a la fiscalía.

“Claro, la avinagrada para mí”.

-Yo creo que esto se acaba, aunque usted tenga sus dudas.

El fiscal sonrió, pero era una sonrisa triste. El comisario se despidió.


 

32

-Bueno, señora, la escucho. Cuénteme todo, pero que sea la verdad.

La suficiencia y altivez que exhibiera durante la anterior entrevista con el comisario habían desaparecido. Ahora, en la jefatura, lucía abatida.

Su delgadez se había extremado. “¿Dónde quedó tu prestancia, tu arrogancia? ¿Será una señal de culpabilidad?”. Pero pareció recuperarse y preguntó, distraída:

-¿Qué quiere saber?

-Todo- Su participación y la de su hijo en la muerte de su esposo- Un gesto de sorpresa le devolvió súbitamente la atención, que parecía diluida, ausente.

-¿Qué participación? ¿Qué es eso de que mi hijo….?

Mozarreta continuó mirándola sin responder. Después de un largo silencio ella agregó, de nuevo abatida, compungida: -No me diga que sospecha de Martín.

-No sospechamos, sabemos- recalcó -que su hijo es el autor intelectual del asesinato de su padre. Y, por cierto, creeos que usted también es cómplice.

Estaba auténticamente sorprendida.

-Pero, inspector, yo no sé nada. ¿Está seguro…?

-Por favor, señora, le aconsejo que confiese todo. Será mejor para usted, y quizá constituya un atenuante para ambos.

Unas lágrimas pugnaban por brotar, aunque no lo lograban.

-No sé nada, inspector, no sé de qué me habla. No puede ser que Martín…- miró hacia todos lados, como buscándolo. “Parece sincera. ¿Será tan buena actriz?”.

-En este momento su hijo está en la fiscalía contándole todo al fiscal, de manera que, para facilitar las cosas, es mejor que usted también acepte decir la verdad. Sabemos que antes de la muerte de su esposo- “que me perdonen la periodista, la prima y el doc” -usted profirió amenazas de muerte contra él.

-No, yo nunca…- se encogió de hombros.

-Haga memoria.

-No sé, no sé, no recuerdo…- se interrumpió, como si de pronto recordara. Pero se detuvo y negó un par de veces con la cabeza.

-Si no coopera voluntariamente, igual será acusada de cómplice en la autoría intelectual del crimen- técnico y expeditivo.

-Esto es una trampa- ahora altiva, de nuevo segura como la recordaba el comisario.

-Tenemos todas las pruebas necesarias. La confesión del autor material, las llamadas de su hijo al asesino… todo. Sólo falta que usted confiese para cerrar el caso.

-Pero yo no puedo confesar algo que no hice- angustiada, irritada, casi enojada.

“¿Será cierto, o sigue la actuación?, sorprendido y algo desalentado Moazarreta -Le juro, inspector, yo no sé nada, y no puedo creer que Martín…- Ahora sí sus lágrimas contenidas brotaron, liberadas.

“Se complica la cosa. ¿Si ella no fuera? ¿Qué opinará el doc?”, casi perplejo. Pero luego se repuso. “Marito, ¿cómo le vas a creer a unas lágrimas de mujer? Sin embargo, parece sincera…”.

Un silencio embarazoso se había instalado entre ambos, y fue el comisario quien lo rompió:

-Permítame que insista en el consejo: para evitar complicaciones, es mejor que confiese. Total, estas declaraciones suyas no tienen validez oficial- persuasivo -Todo tendrá que ratificarlo después en la fiscalía.

Contestó seria, segura:

-No, inspector, no confesaré algo que no hice. Y por supuesto, debo hablar antes con mi abogado.

-Por cierto que tiene ese derecho- aceptó, resignado, y agregó: -No creo que valga la pena insistir, si usted sigue negando su participación. Habrá que esperar su declaración ante el fiscal, entonces- Se levantó -Puede retirarse, ya la llamarán.

La mujer también se incorporó y salió con la mirada enajenada, sin saludar al comisario.

“¡Qué lo parió! ¿Será que el pibe lo hizo solo, nomás?”


 

33

-Bueno muchacho, aunque ya sabemos todo, necesitamos tu confesión. Hablá nomás- El fiscal parecía tranquilo, suficiente, pero su mirada era triste. El chico en cambio estaba nervioso, tenso. Aunque miraba hacia el piso con la cabeza gacha, de vez en cuando la levantaba y la dirigía hacia ambos lados, como buscando algo.

-¿No tengo derecho a estar con un abogado?

-Sí, Martín, no te hagás problemas. Contame solamente por qué fue, como te contactaste con el sicario… en fin, es para saber nomás, después lo haremos oficialmente.

Levantó la vista y lo miró un instante en silencio. Luego preguntó:

-¿Y usted cómo sabe…?

-El sicario, el Puma Iturbide- le aclaró para observar su reacción -confesó todo. Y además detectamos varias llamadas tuyas en sus celulares.

-Yo no dije nada por teléfono.

-Pero están grabadas tus llamadas al contactarte con él- López Echenique parecía cansado, quizás aburrido -Hablá, no tengas miedo, después te ponés de acuerdo con tu abogado para ver cómo van a encarar el asunto.

Martín Santamaría empezó a hablar, y a medida que lo hacía su voz y sus gestos se iban haciendo más seguros.

-¿Qué quiere que le diga, si ya lo sabe? Al sicario me lo recomendó un amigo que está en la droga.

-¿Vos consumís?

-Claro- con gesto elocuente.

-¿Qué?

-De todo. Marihuana, cocaína, a veces pastillas. Pero poco- aclaró.

-¿Cómo poco?- sorprendido el fiscal.

-Sí, sólo en ocasiones especiales.

-¿Me estás diciendo que no sos adicto? No te creo- sonrió. Después volvió a ponerse serio -Pero seguí.

-Y bueno, el viejo era un garca, no me daba un mango, y a mi vieja tampoco. Un poco lo hice por ella, también. Yo veía lo amargada que estaba con eso de las minas del viejo, mientras que a nosotros nos daba sólo lo estipulado. Ni uno de los autos me quería prestar- despreciativo, mordiéndose los labios. -Yo precisaba plata, imagínese, y a él le sobraba.

-¿Y cómo hicieron con el sicario?

-Quedamos en cinco mil dólares. Se los pedí a mi tío Vicente, el hermano de mi vieja. Como había aprobado el ingreso a Abogacía, le dije que me que- ría comprar un autito, y me los dio.

-¿Qué raro, no? ¿No te preguntó por qué no te los daba tu viejo?

-No, porque él sabía cómo era. Además, mi tío no lo tragaba. Y para joderlo…

-Claro- Después de un silencio el fiscal preguntó:

-¿Y eso fue todo? Digo, el motivo.

Martín se encogió de hombros.

-Y sí, pensé que heredaríamos sus capitales.

–¿No habían hecho el reparto de bienes?

-No, porque él no quería hacer el divorcio, no todavía- Y bajando la voz: -También fue por eso. La pobre vieja andaba medio rara últimamente.

Mientras el chico hablaba, López Echenique lo miraba insistentemente, estudiándolo. Pero ahora bajó la vista y permaneció en silencio. Recién después de un rato preguntó:

-¿No se te pasó por la mente arrepentirte de la decisión, abortarla?

-No. Además, una vez comprometido el sicario…

-¿No pensaste que podríamos descubrirte?

-No, nunca imaginé que si lo agarraban a ese boludo iba a confesar.

-¿Y tu madre no sabía nada?

-Nada. Como le dije, un poco lo hice también por ella, pobre vieja. Pensé que se iba a alegrar cuando se enterara- Una leve sonrisa le distendió apenas los labios.

-¿Tanta bronca le tenía?

-¡No sabe lo que era mi viejo! Un tacaño de mierda.

López Echenique frunció el entrecejo y lo miró se- rio. Pareció que iba a enrostrarle algo, pero se con- tuvo y sólo dijo:

-Bueno, muchacho. Sabrás que vas a quedar detenido, ¿no?- Martín bajó la mirada y no contestó -Esperame aquí, enseguida vuelvo.

Pero salió, meditabundo, mientras le daba instrucciones al guardia. Después se dirigió al bar y, aunque nunca tomaba bebidas fuertes, pidió un cognac.


 

34

-Lo felicito, Mozarreta, tuvo una acertada intuíción al ponerse a investigar entre los sicarios.

-Gracias, pero usted también tuvo razón al pensar que el instigador estaba en el entorno íntimo- retribuyó sin ironía, pero con algo de envidia.

-Quizás hubiera preferido equivocarme- Otra vez López Echenique estaba como ausente. Que fuera el marido de Clarita, o Morelo…- “Claro, así se justificaba la paliza que me dieron, ¿no?” -Cuando su- ceden estas cosas uno se queda… como decirle, medio descolocado- El comisario también lo pensaba, pero resultaba evidente que era el fiscal quien se sentía más afectado -¿Cómo uno se va a imaginar que pueda ser el propio hijo quien mande matar a su padre?

-Tampoco es para sorprenderse tanto, doc. Hay quienes los matan con sus propias manos.

-Eso quizá resultaría más entendible. La emoción violenta, el instinto… Pero así, premeditadamente, fríamente.

Mozarreta permaneció callado, meditando, tratando de entender el agobio de López Echenique, pero no lo logró. “Al fin y al cabo nosotros no sabemos lo que es tener un hijo”, se justificó. Por eso cambió el enfoque:

-Qué macana que balística haya confirmado que la pistola secuestrada no es la del crimen.

El fiscal pareció reanimarse.

-Sí, hubiera sido una prueba contundente contra el Puma. Pero con la confesión de Martín y las llamadas a los celulares alcanza.

-Por supuesto. Y con la madre ¿qué cree que hará el juez?

-Tendrá que evaluarlo, pericias siquiátricas y demás. Yo por mi parte no pienso inculparla. Todo parece indicar que realmente no sabía nada y que el chico lo planeó solo. Parece increíble- volvió a tema recurrente -¿Qué puede esperar la sociedad de esta juventud?

-Qué quiere, doc- medio fastidiado -Con lo que ven…

-Cierto. Funcionarios corruptos que vacían el Estado, narcos que manejan a los políticos y a la justicia-, el comisario lo miró de reojo, pero el fiscal continuó enumerando: -pibes que matan a gente indefensa que no se resiste para robarles el auto o el celular, violadores, torturadores y asesinos de adolescentes… una violencia física y moral sin límites. El mundo está podrido, Mozarreta- El desaliento había retornado a su rostro.

-¿Qué podemos hacer nosotros?

-Nosotros somos la justicia. Debemos tener esperanzas.

-Que es lo último que se pierde, ¿no?- ironizó son- riendo. Pero luego reflexionó: -Lástima que, aunque sea lo último, igual casi siempre se pierde.

-El hombre se ha vuelto muy cruel, cada vez más. Cuando uno ve a las grandes potencias bombardear pueblos enteros de civiles inocentes sin enviar uno solo de sus soldados al campo de batalla ¿cómo asombrarse después de que desde esos pueblos surjan individuos capaces de inmolarse con tal de matar, también indiscriminadamente, a los habitantes de las naciones agresoras?

-¿Será tan inocente la gente que elige a los gobernantes de esa naciones?

El fiscal ignoró el comentario, y prosiguió:

-Es cierto que desde siempre el mundo ha sido una selva donde cada cual ha peleado por su supervivencia. Peor las técnicas bélicas actuales parecieran estar preparando el apocalipsis.

Mozarreta compartía sólo en parte las reflexiones de López Echenique. Él era más optimista, sobre todo cuando pensaba en Laura “¡Qué tetas, qué culo perfecto! Hoy sin falta la llamo”. Una pequeña sombra le menguó el optimismo: “¿Se acostará nomás con el gringo?”. Pero la sombra se esfumó de inmediato. “Y bueno, total, qué secretaria no se acuesta con su jefe”.

Se había abstraído totalmente de las lucubraciones eticosociales del fiscal, y al ver que éste permanecía callado, ensimismado, tomó una decisión que había postergado demasiado tiempo:

-¿Vamos a tomar un café, doc? Pero no aquí-, con mirada desaprobatoria -vayamos a “Il gatto”.

Cuando salieron, el agua de la fuente del paseo Sobremonte les sonreía y la sombra de las arboledas los envolvió con su frescura.

 

Córdoba, setiembre 2016.