Libros de Viajes – Tomo V

ÍNDICE

 

Viaje a Marruecos y España

Viaje a Rusia

Viaje a Croacia, Bosnia, Eslovenia e Italia

Viaje a los países Bálticos, Polonia y Chequia

Viaje a Alemania y España

 

VIAJE A MARRUECOS Y ESPAÑA

 

-2 de octubre al 12 de noviembre de 2016- Salimos de Córdoba a Ezeiza a la siesta, y luego de una espera normal, continuamos hacia Madrid a las 22. El viaje es confortable y duermo aceptablemente. Nos esperan en Barajas con un lujoso automóvil, y llegamos al atardecer al hotel Florida Norte -muy bueno- ubicado frente a la ex estación de trenes del Norte, ahora convertida en un gran shopping. Hace muchos años nos alojamos en la misma cuadra -¿quizás en el mismo hotel…?y tomamos un tren en esa estación para dirigirnos a La Coruña.

Sin cambiarnos salimos a caminar por la cuesta de San Vicente hacia el Palacio Real, pero estamos cansados y no nos animamos a subir las empinadas escalinatas que conducen al palacio, por lo que volvemos cuando ya es casi de noche. En la cuesta hay algunos tentadores bares y restaurantes de tapas, pero decidimos cenar en el shopping. La puerta de San Lorenzo, que está frente al hotel, ya está iluminada. Cenamos en un restaurante chino, gambas, ensalada de mariscos y otras exquisiteces, a un precio menor que en Argentina.

Desde la ventana de nuestra habitación tenemos u na linda vista sobre estación iluminada.

Por la mañana nos llevan a Barajas en automóvil; el aeropuerto es enorme y bastante incómodo, porque hay que caminar mucho y hasta debemos tomar un tren interno para ir de una terminal a otra. El viaje a Casablanca es normal -2 horas-.

Al llegar tenemos que salir afuera del aeropuerto para reunirnos con el encargado del transfer, pero no lo encontramos. Sólo al cabo de varios minutos de preguntar lo encuentro -mi nombre no figuraba en el cartel que tenía, pero luego de esperar bastante logramos reunirnos con otros pasajeros y tomar la trafic. El viaje hasta la ciudad -la capital económica de Marruecos es largo y sufro bastante calor porque el aire acondicionado funciona mal.

Nuestro hotel -Movenpick- está en pleno centro, es altísimo y muy lujoso. Tenía pensado ir al famoso bar “de Rick” -Humpery Bogart- del film “Casablanca”, pero un día antes de viajar me enteré de que ninguna escena de la película se filmó en Marruecos, y que ese mítico bar nunca existió; lo hicieron después -en realidad ahora hay dos para satisfacer la curiosidad de los turistas. Por eso voy, solo, en un moderno tranvía hasta el casco histórico. (No pago el boleto porque supongo que hay que pagarlo arriba, pero había que sacarlo en las máquinas, que no vi.) Me bajo más allá de la plaza Mohamed V, en la avenida flanqueada por blancos edificios coloniales, algunos de estilo art decó. De allí salen callecitas laterales que dan a la medina (1), en una de las cuales están filmando una película. La zona está repleta de gente porque es sábado, y voy caminando hasta la plaza Mohamed V y la de las Naciones. Es un atardecer con un clima muy agradable y el ambiente es bastante exótico, con mujeres vestidas de negro con la cabeza cubierta y algunos hombres con chilabas (2) -pero pocos-.

Cuando pretendo sacar el boleto en las máquinas, ninguna funciona -la gente local tampoco puede hacerlo por lo cual me encamino por la avenida hacia el hotel. Se está haciendo de noche y el trayecto es bastante largo, pero finalmente arribo, bastante cansado y ya de noche. Cenamos en el hotel -tenemos media pensión durante todo el viaje-, y a la noche tengo calambres por la caminata.

 

(1) Ciudad vieja -a veces amurallada de las poblaciones árabes.

(2) Largas túnicas con capucha que utilizan los moros.

 

Por la mañana, y ya con el guía Mojtar, que explica en español, portugués y alemán, y la otra gente del tour -hay brasileños, portugueses, alemanes, mejicanos, españoles, chilenos y argentinos, vamos primero al Mercado Central donde, en unas callejuelas tipo zocos, se exponen una gran variedad de especias, flores, carnes y sobre todo pescados y frutos de mar. Luego de una breve parada en las plazas en las que ya estuve ayer, vamos al distrito de Habus, donde están las embajadas y el Palacio Real -uno de los seis que tiene el rey en Marruecos al cual vemos sólo por fuera. A su frente hay una gran explanada desde donde se puede observar parte de la ciudad.

Luego de un breve recorrido por la zona residencial de Anfa -primer asentamiento de Casablanca-, vamos a la fabulosa y moderna mezquita de Hassan II. (Recuerdo que cuando estuve años atrás en el norte de Marruecos, la mezquita aún no estaba terminada; se concluyó recién en 1986.) El interior es de un lujo exorbitante y de una amplitud inusitada, con columnas de mármol y dorados resaltados por una tenue luz indirecta que se filtra desde afuera a través de los ventanales. Su belleza sólo es comparable, quizá, con la mezquita de Córdoba, en España, y con San Pedro en Roma. Por cierto, que es la más grande de Marruecos y su torre de 172 metros, la más alta. Descendemos luego a los pisos inferiores donde están las pilas y fuentes en las que los fieles se purifican lavándose los pies antes de orar; también hay allí un inmenso baño turco.

Afuera hace bastante calor, con un sol radiante, y desde allí se contempla toda la bahía hasta el faro, que se distingue en la lejanía. Al alejarnos de la mezquita la perspectiva simula dejarla en medio del agua (Y, en realidad, sus dos terceras parte se asientan sobre la plataforma submarina.)

Vamos luego a la corniche, la avenida costanera llena de bares y restaurantes, en uno de los cuales -lujoso, con empleados vestidos con trajes típicos-, almorzamos calamares a la siciliana y pastas. La parejita de españoles que comparte nuestra mesa se despachan una impresionante sartenada de pesca dos fritos.

Salimos luego hacia Rabat, la capital política y administrativa del país, recorriendo la corniche que bordea las playas repletas de gente por ser domingo-. El trayecto es corto, y a través de una larga avenida bordeada de tilos vamos al palacio real Mechovar, al que también vemos sólo desde a fuera; incluso nos impiden acercarnos a la puerta donde están los guardias. Al frente hay un gran espacio abierto cerrado a lo lejos por la bella mezquita Oudaya.

Vamos después al mausoleo de Mohamed V, bellísimo. A la entrada de las antiguas murallas, guardias a caballo con coloridos uniformes rojos custodian el monumento, y otros a pie están apostados en las puertas del blanco mausoleo. En el subsuelo, donde están los sarcófagos del rey y los príncipes, permanentemente hay un sacerdote acompañandolos. En la cima de la escalinata de entrada, dos inmensas esculturas doradas también parecen custodiar el edificio. Bajando, a su frente, se encuentran las innumerables columnas truncas de la “mezquita inconclusa”, de la cual sobresale sólo la alta y cuadrada torre de Hassan. Desde fuera de las murallas se contempla una amplia perspectiva sobre la ciudad y el río Bu Regreg desembocando en el mar, y del otro lado la ciudad de Salé.

Vamos luego a la medina, a la casbah de los Oudaya, a la que entramos por la gran puerta Babel Kasbah. Recorremos primero los jardines andalucíes, y luego una zona de empinadas callejuelas flanqueadas por casas pintadas con colores mediterráneos semejantes a los la Santorini griega. Comienzan a encenderse las luces, y el clima es espléndido, más propio de la primavera que del inminente invierno. El hotel Tulip Garden es también muy lujoso, y luego de cenar subimos a tomar café al bar del quinto piso y a contemplar desde allí una hermosa panorámica de Rabat con sus monumentos iluminados.

Por la mañana salimos hacia Mequinez a través de campos cultivados y con la infaltable presencia demanadas de ovejas y de algunos burros que transportan mercaderías. Flanqueamos Mequinez para tomar fotos desde una altura donde se contempla la ciudad fortificada, fundada en el siglo III A.C. por los cartagineses, y seguimos a través de olivares hacia las ruinas de la ciudad romana Volúbilis.

Algunos de sus monumentos -el foro, la basílica del siglo II, el arco de triunfo de Caracalla, el templo de Júpiter Capitolino, las termas de Galieno, así como atrios, baños o hermosos pisos de mosaicos están bien conservados, pero gran parte de la ciudad fue destruida por el terremoto que asoló Lisboa y que la incendió, en 1775. La ciudad es inmensa, y domina desde una baja colina una extensa llanura. Hace un intenso calor, y continuamente debemos guarecernos detrás de las murallas -algunas de ellas demasiado bajas… Un corto trayecto nos separa de la ciudad santa de Mulay Idris, construida en el siglo VIII, donde se encuentra la tumba del rey Idris I, fundador de la dinastía idrísida. Este rey era bisnieto de Alí, el yerno de Mahoma, y fue el que unificó a las tribus bereberes y las convirtió al islam para dominar toda la zona. Fue además el fundador de Fez. La ciudad, lugar de peregrinación de todo Marruecos y de otros pueblos vecinos -casi una pequeña Mecase halla emplazada en una colina, y luego de visitar sólo por fuera el mausoleo -no pueden entrar los no musulmanes bajamos por una empinada cuesta a través de un extenso y exótico mercado.

Entramos luego a Mequinez, que tiene las mu-rallas más largas de Marruecos -40 kilómetros construidas en tres hileras en distintos períodos. Almorzamos “pastillas” -una especie de gran empanada de pescado y de pollo, riquísimas. Vamos luego a ver la alta y bella puerta de Bab Mansur, la más famosa de Marruecos, a cuyo frente se encuentra la plaza principal, que es sólo un gran espacio abierto lleno de gente que se aturde bajo el calor con una música estridente que suena a través de altoparlantes.

Pasamos después al lado del gran estanque de agua -Aguedal-, que se halla al frente del palacio del mulay Ismael, el “rey guerrero”, quien trasladó la capital, Fez, a Mequinez, embelleciéndola hasta transformarla en la “Versalles marroquí”. Este rey se caracterizó por su crueldad y sadismo, haciendo matar a innumerables esclavos. Tenía 500 esposas, y por ser aliado de Francia contra los alemanes, se animó a solicitar al rey Luis XIV -el “rey sol”la mano de su hija, pero no le fue concedida. En los establos reales tenía 12.000 caballos.

Continuamos hacia los Graneros Reales, que son inmensos y altísimos. En ellos reina el mismo frescor que mantenía en buen estado las mercaderías allí acopiadas. Los recorremos con un simpático guía local vestido con una chilaba negra y ojotas, y luego vamos al barrio judío, flanqueado por una alta muralla. Edith y los otros visitan un negocio de damasquinado y tejidos bordados mientras yo voy caminando hasta la puerta de entrada a la medina, a cuyo frente se encuentra una antigua fortaleza.

Finalmente nos dirigimos a Fez, la antigua capital del reino fundada en el siglo IX, donde arribamos en el crepúsculo para alojarnos en el lujoso Park Salagh.

Cenamos y vamos a recorrer la ciudad de noche. Vamos al centro, al Palacio Real, que tiene una puerta dorada bellísima, al barrio viejo y finalmente a un palacio donde, mientras degustamos dulces marroquíes y vino, nos deleitamos con un colorido espectáculo de música y danzas árabes, y un simulacro de boda musulmana. El ambiente es muy alegre y festivo, y al final subimos a la terraza para contemplar la ciudad con algunos monumentos iluminados -pero en realidad no se ve casi nada-.

Por la mañana vamos primero a la medina y visitamos el barrio judío, con sus típicos balcones de madera enrejada, y luego nos dirigimos a una fábrica de cerámica y bordados ubicada fuera de las murallas. Desde el camino puedo ver una hermosa panorámica sobre la ciudad. En la fábrica vemos todos los pasos de la fabricación de la cerámica, y luego las admiramos ya terminadas, algunas de las cuales compramos. Son bellísimas, todas ornamentadas con motivos geométricos muy coloridos. Son indescriptibles las enormes fuentes, que se hacen a pedido y que continuaríamos admirando luego en todo Marruecos. Allí fabrican también hermosas telas bordadas.

Volvemos luego a la medina, habitada por 150.000 personas. Recorremos sus laberínticas y sinuosas jas de palmadon de apenas se puede circular y en las que, si pasa un burro cargado con mercancías, hay que pegarse a la pared para no ser empujado por éste. En esas callejuelas -donde reina el regateo, como en todo Marruecos pululan los maestros coránicos, mendigos, comerciantes, ladronzuelos, vendedores ambulantes de cuanta chuchería exista… y burros. Se dice que la población de Fez tiene la nobleza de los árabes, el refinamiento andaluz, la astucia los judíos y la tenacidad de los bereberes. Llegamos hasta el barrio de los andalucíes, donde está su mezquita, y luego vamos a almorzar a un magnífico restaurante con decoración árabe. Comemos pollo con cebollas y la típica ensalada marroquí servida en distintas cazuelas: berenjenas, garbanzos, aceitunas, remolacha zanahoria, coliflor y arroz, todas exquisitamente condimentadas. De postre frutas y el típico té de menta, como en todos los bares y restaurantes. En la medina los vendedores ambulantes persiguen a Edith durante todo el trayecto pero finalmente entramos a las hermosas medersas(*). -hoy convertidas en museos Attarine y Bou Anania. En esta última, del siglo XIV, subo a las pequeñísimas habitaciones donde se alojaban 4 estudiantes en un espacio de dos cincuenta por dos.

Visitamos luego el mausoleo de Idriss II, pero sólo por fuera, porque los no musulmanes no pueden enentrar, aunque las salas con los fieles sentados en el suelo dan a la calle. Lo mismo sucede con la mezquita y la universidad de Karouini, de la que sólo vemos los patios con 200 columnas.

(*) Escuelas coránicas donde se aprenden los textos sagrados del Islam.

Después de visitar la plaza con la fuente Najarine, vamos al primitivo y emblemático núcleo urbano de Fez, donde están las famosas tanneries -curtiembres enormes piletones donde los obreros –se sumergen para colocar los colorantes con los que teñirán el cuero. Los vemos desde la terraza de una tienda de artículos de cuero, desde la que se observan también las típicas y apiñadas construcciones árabes en la colina. Por fuera corre el río en el que lavan los cueros recién desollados y salados, por lo que el hedor en la zona es insoportable, y todos deben ir con un ramito de menta en la boca. (Yo, por mi anolfia(* ) me río del hedor.)

Vamos después a un negocio donde se fabrican artículos de cobre, en el que se exhiben piezas de una belleza superlativa. Allí demuestra sus habilidades un anciano artesano que es proveedor del rey. Después vamos a otro negocio de alfombras que, a mi juicio, son de inferior calidad a las que viéramos en la India o Thailandia. (A pesar de lo cual, un matrimonio mejicano con sus dos jóvenes hijas compran varias, lo que demuestra su alto poder adquisitivo). Y a en el anochecer, vamos a un mirador sobre una colina, desde la cual vemos la extensa ciudad con las luces encendiéndose, y luego regresamos al hotel a cenar.

(*) Anolfia: Falta total del sentido del olfato.

Por la mañana salimos hacia Marrakech en un viaje largo y bastante cansador. A los pocos kilómetros la ruta comienza a ascender hacia las primeras estribaciones del Atlas Medio, y pronto las colinas se llenan de pinos y abetos. Poco después llegamos a un pueblo con construcciones de tipo alpino. La zona es llamada la “Suiza marroquí”. Está bastante frío -lo que sucede por primera vez desde que llegamos a Marruecos-, y luego de entonarme con un té de menta en la hostería alemana, seguimos viaje a través de suaves colinas de las que, poco a poco, va desapareciendo la vegetación.

Paramos luego en una árida zona arqueológica, donde en un gran salón se exhiben fósiles de todos los tipos y tamaños, sobre todo enormes caracoles. Esta zona estuvo hace miles de años cubierta por el mar. Pasamos por ciudades bereberes como Kandar, Ifrane y Azrof, y el importante centro agrícola Beni Mellal. Nos detenemos a almorzar en un hotel con bellísimos jardines y una exuberante vegetación -por los que deambulan pavos reales y que es

un centro turístico para albergar a quienes van a esquiar en los altísimos picos del Atlas Mayor, que vamos viendo a medida que nos aproximamos a Marrakech. Hay picos que sobrepasan los cuatro mil metros, con nieves eternas en sus cumbres.

Finalmente llegamos a Marrakech, la segunda ciudad más antigua del imperio -la “perla del sur”fun-dada por la dinastía almorávide, continuada por la saadiana y la alawita, y nos alojamos en el Zalag Kasbah, muy bueno pero no tan lujosos como los anteriores. Vamos luego en el bus a recorrer la ciudad nocturna con sus avenidas principales y la zona moderna donde están las casas de modas, los casinos, la bella estación Central de trenes, el teatro, etc. Llegamos finalmente a la famosa plaza Jenna el Flna, con la “Kutubia” iluminada al fondo -la torre del siglo VII, de 70 metros, hermana de la Giralda sevillana que es, junto a las curtiembres de Fez, un ícono marroquí-. La inmensa plaza es un loquero llena de exóticos puestos de comidas de todo tipo, encantadores de serpientes, aguadores, conjuntos musicales que atruenan con sus tambores, adivinos, saltimbanquis, contadores de cuentos, sacamuelas, tiradores de cartas, etc. Todo ello en la semioscuridad que reina en el centro de la plaza.

Está rodeada de bares, al lado de uno de los cuales, mientras tomamos café y gaseosas y conversamos con un alemán en francés e inglés…, se produce una pelea que deja un herido en la cabeza. (Aparte de este incidente, no he observado ningún otro problema de seguridad en todo Marruecos.)

Por la mañana vamos a los jardines que están detrás de la Koutubia, donde me saco la clásica foto con los aguadores, con sus largos vestidos, los turbantes rojos y los dorados recipientes con el agua. El clima es sumamente agradable, con pleno sol. Vamos luego al lujoso mausoleo de la tumbas saadianas, donde están los sarcófagos de los reyes, príncipes y dignatarios -éstos en tierra de esa dinastía de los siglos XVI y XVII. Me llaman la atención los numerosos sarcófagos de niños, lo que indicaría una alta mortalidad infantil.

Luego vistamos el palacio de la Bahía -así se llamaba la favorita el pashácon magníficos y coloridos azulejos de motivos geométricos y un amplio patio interior con lujuriosa vegetación. De allí vamos a una herboristería donde se produce y se vende el famoso aceite de argán, las planta cuyos frutos comen las cabras subiéndose a ellas, para luego defecar el aceite. (Por cierto, el puro -según ellos…es extraído directamente de los frutos.) También producen otros vegetales para innumerables enfermedades que me suenan bastante a charlatanería. (Compro uno para la rinosinusitis, que no me hace nada; en cambio el que actúa contra los dolores, es efectivo). Al final me dan un masaje erótico que sólo me produce algo de relajación muscular. Proseguimos al palacio Dar Si Said, que ahora s un museo bastante pobre que sólo tiene un bello jardín.

Almorzamos en el hotel, y por la tarde vamos al barrio de los artesanos, donde se fabrican toda clase de objetos de madera, vidrio, cobre, etc. Entramos a uno que exhibe hermosas lámparas de vidrio, y a otro donde un anciano que provee al mismísimo rey nos muestra sus habilidades en el grabado del cobre.

Finalmente volvemos a la plaza Jenna el Fna, donde visitamos los zocos que la rodean. Son intrincados vericuetos que de pronto se taponan y hay que regresar por el mismo camino. Contienen artículos más populares -ropas, sandalias…y hay poca artesanía valiosa. Recorremos de nuevo la plaza en el anochecer, pero aún de día, tomamos café en un bar y volvemos a transitar la avenida que lleva a la Koutubia, llena de coloridos carruajes tirados por caballos en los que pasean los turistas. Como siempre, la zona está repleta de gente.

Las murallas rojas de Marrakech refulgen en el crepúsculo cuando nos dirigimos al enorme complejo “Chez Alí”, situado en las afueras de la ciudad, para ver el espectáculo “Fantasy”. Nos recibe la melancólica y sensual melodía ejecutada en un flautín árabe por un músico que está en lo alto de una torre, y luego pasamos a recorrer la “cueva de Alí Babá y los 40 ladrones”, muy bien representada. En un ambiente mágico de penumbras y jardines recorremos el trayecto que nos lleva a las carpas Caida, acompañados por innumerables conjuntos musicales en los que predominan los tambores, de todas las zonas de Marruecos. Cenamos bajo las carpas el típico cordero asado, cus cus -vegetales, garbanzos y carne roja envueltos con sémola detrigo y frutas marroquíes de estación, mientras bailarinas danzan al lado de las mesas al son de los tambores.

Finalmente vamos al campo donde se realiza el espectáculo “corrida de la pólvora”, consistente en jinetes que a toda carrea descargan sus espingardas -viejos fusiles atronado el ambiente y llenándolo de humo y olor a pólvora. Ejecutan también destrezas a caballo, una bailarina baila la danza del vientre en una altísima tarima, mientras al fondo se desplaza lentamente, contra el cielo oscuro, una iluminada “alfombra mágica”. El espectáculo es realmente inolvidable, y la comida muy buena.

Salimos de Marrakech hacia Ouarzazate en una combi con un matrimonio brasilero paulista -Luis y Nenauno portugués del norte -José y Maríay una italiana nacida en Pisa pero que trabaja en Oxford, Martina. Aunque iba a venir otro guía, nos vuelve a acompañar Mojtar.

Pasamos por pueblos de casas chatas de adobe y piedra, color tierra y grises, a orillas de ríos casi secos. Continuamos ascendiendo por el Alto Atlas por un camino de cornisa hasta llegar al paso de Tizín Tichka, el punto transitable más alto del camino a 2260 metros. En invierno el paso se corta frecuentemente por las nevadas. Hoy está frío, un blado y sopla viento, pero no nieva. Contemplo soberbios paisajes, con altos picos y dramáticos cañones de ríos secos. Proseguimos en bajada hasta que llegamos a la famosa casbah de Ait Benadou, a la que podemos admirar desde un altozano en el que algunos carteles ilustran sobre las películas que se filmaron en esos parajes: “La pasión de Cristo”, “Lawrence de Arabia”, “Jesús de Nazareth”, “La biblia”, de Bertolucci, y muchas más.

Almorzamos en el pueblo, en un restaurante con bellos y enormes artefactos de cocina de cobre y bronces -tajines de distintos tipos, cus cus…-, y luego cruzamos el río Mellah que separa el pueblo del Ksar(1) a través de unas bolsas de arena en las que Martina se queda atascada por un buen rato hasta que la rescata Luis. (Edith y Nena nos esperan sentadas en una terraza.)

Entrar en una casbah(2) es como entrar en el tú-nel del tiempo. La fortaleza, de arquitectura rígida y severa, de formas geométricas, es altísima. Subo por escaleras y pasadizos de adobe casi derruidos hasta la terraza de la torre almenada, desde donde puedo contemplar una increíble urbanización color tierra en las laderas de la colina en la que se halla emplazado el Ksar. Me canso bastante, pero la experiencia bien lo vale. En la casbah viven pocas personas, las que dejan fuera de las puertas sus enseres de labranza. Este ksar fue fundado por la dinastía alawita, venida de Arabia.

(1) Ksar: Poblado fortificado formado por varias casbahs.

(2) Casbah: tigua alcazaba -fortaleza-.

Continuamos luego por el valle del río Dra, salpicado de poblados marrones emplazados en algunos oasis, y seguimos luego por el desierto de piedra del Presahara, donde sólo se ven esporádicamente pastores bereberes con algunas ovejas. Transitamos decenas de kilómetros donde sólo hay tierra y piedras. Más adelante, la erosión en los cerros del Antiatlas ha modelado figuras alucinantes, y la soledad parece remitirnos a tiempos bíblicos. Ya es de noche cuando llegamos finalmente a Zagora, a las puertas del Sahara de arena. El hotel -Palais Asmaaraes exótico, decorado como un palacio árabe, y su estructura externa simula las líneas de una casbah. Cenamos -excepcionalmente, hoy no hay comida bufet, sino a la cartay nos acostamos temprano.

A la mañana siguiente recorremos kilómetros y kilómetros de desierto en los que sólo algunos macizos pétreos rompen la monotonía del paisaje. Llegamos a Tamgroute, donde se halla un monasterio musulmán custodiado por mujeres -equivalentes a las monjas cristianas, con sus largas túnicas negrasque asisten allí a discapacitados mentales, a los que vemos en el patio pero no podemos filmar. En ese monasterio o medersa se encuentra la biblioteca coránica que conserva ejemplares y documentos del siglo XII, pero lamentablemente se halla cerrada, por lo que debo conformarme con admirar su hermosa puerta de entrada. Vamos luego por un largo, estrecho y lúgubre pasadizo techado casi desierto -por el que asoma apenas, por la puerta de una casa, un burro-, hacia un rústico negocio de alfarería bereber, en el que compramos algunos objetos.

Proseguimos luego por un paisaje desolado, de otro planeta, con cerros en los que la erosión ha modelado figuras fantasmagóricas que simulan catedrales, personas, castillos y mesetas que semejan fortalezas. Más adelante atravesamos algunos pueblos marrones, con casas semiderruidas pero de los que emerge, invariablemente, elcuadrado minarete de la mezquita. Almorzamos comidas típicas en Tazerine y proseguimos hacia una zona arqueológica cuyos restos fósiles se encuentran en cualquier parte a flor de tierra y sobre placas de mármol, que los lugareños tallan gastando el mineral para dejar en relieve los fósiles, construyendo de ese modo innumerables objetos y hasta hermosas fuentes.

Allí vienen a buscarnos los jeeps que nos llevarán a las dunas de Merzouga. Edith va directamente al hotel de Erfoud, y yo voy en uno de los jeeps junto a José y María. Luego de transitar unos pocos kilómetros de desierto de piedra a través de una huella, llegamos a las primeras dunas, que ya presagian el formidable espectáculo que veremos luego. En el campamento subo finalmente a un camello -“Jimmy Hendrix”- que me sacude bastante al levantarse. Adelante van Luis y Nena -por cierto, cada uno en su camello-, detrás José y María y finalmente Martina y yo. Mi camellero es Ahmed, un joven árabe que habla bastante español, feo y desdentado pero muy simpático, que a cada rato grita mi nombre, hace chistes, me saca fotos y filma. Después me coloca su túnica bererber y su turbante para salvaguardarme de la arena, aunque el viento sopla, por suerte, muy débilmente. Pasamos primero frente a unas negras carpas donde unos extranjeros acamparán algunos días, y a medida que asciendo el color de las dunas va cambiando, mientras los camellos de la pequeña caravana recortan sus sombras sobre la arena de las dunas que van quedando atrás. El sol, que se escondía tras las nubes, finalmente emerge unos minutos antes de desparecer tras el horizonte, permitiéndome ver, sentado en la duna a la que hemos ascendido a pie, la puesta del sol en el desierto dorado. Sopla un vientecillo con arena algo frío, pero no tanto como había imaginado.

Cuando el sol desparece y el dorado va tornándose gris, Ahmed tira de la tela donde estaba sentado arrastrándome hacia la base de la duna en medio de sus alegres gritos. A lo lejos, otra caravana más grande viene descendiendo de unas dunas más elevadas. Más allá se divisan las altas montañas de Argelia. Monto de nuevo el camello y regresamos lentamente al campamento, en cuyo frente las llamas de una hoguera iluminan la noche. Antes, al bajar del camello, Ahmed -como los otros camellerosme vende unos objetos con fósiles a modo de propina, luego del consabido regateo.

Regresamos en los jeeps por un camino más corto a Erfoud, donde Edith me espera para cenar en el hotel El Ati, tan exótico como el de Zagora.

A la mañana continuamos atravesando el desierto de piedra. Al costado de la ruta pastan algunos camellos o algún escuálido rebaño de ovejas, y a lo lejos, al pie de las montañas, se divisan las negras carpas de algunos campamentos de nómades bereberes. Nos detenemos a ver unos antiguos pozos de agua excavados en la tierra árida, ahora ya secos y en desuso.

Llegamos finalmente a Tinegir, una típica ciudad bereber. Como es domingo, se ha instalado en calles un gran mercado regional, al que concurren también habitantes de poblaciones cercanas. Se exhiben allí una gran variedad de dátiles y otras frutas, sobre todo granadas. En los puestos de venta de carnes me sorprenden enormes cabezas de jabalí -u otro gran animal para mí desconocidoa las que los matarifes cortan a machetazos. También hay chinchulines trenzados y todo tipo de achuras colgadas de los ganchos. Mientras Edith y los otros van a una tienda de alfombras y objetos de plata y piedras preciosas, yo recorro el mercado y zonas aledañas filmando y fotografiando. En un cartel leo en nombre de la ciudad escrito con los alfabetos occidental, árabe y bereber, este último muy similar al griego, lo que haría suponer que podrían descender de esta civilización.

Almorzamos y atravesamos grandes palmerales y plantaciones de olivos -Tinegir es un oasismientras nos dirigimos a las gargantas del río Todra. Nos detenemos a observar desde un mirador Tinegir y to-el oasis que lo circunda. El río Todra forma en esa zona un imponente desfiladero flanqueado por verticales paredes de roca de 300 metros de altura, que recorremos a pie. Hasta hace pocos años había en la ladera, al lado del río, un hotel, que fue destruido por una avalancha de rocas y del cual permanecen las ruinas. Aunque hay un sol radiante, en la sombra de los farallones sopla un viento bastante fuerte y muy frío, que me molesta porque he bajado desabrigado.

Continuamos luego bordeando el río Dades por el “valle de las rosas” -que allí se cultivan atravesando enormes palmerales y pueblos de adobe color ocre. En uno de esos oasis está Rizani, el lugar de nacimiento de la actual dinastía reinante, la alawita, formada por tribus descendientes del profeta Mahoma venidas de Arabia. Continuamos por la “ruta de las casbahas” -ha comenzado a llover hasta Ouarzazate, donde llegamos ya de noche. Recorremos brevemente la ciudad y nos alojamos en el Karam Palace, ricamente decorado con azulejos geométricos por todos lados, incluso en la habitación y el baño. Hay también dos hermosos sillones-tronos, en los que, por cierto, nos sentamos y fotografiamos.

Ouarzazate es una ciudad moderna fundada por los franceses como base militar a principios el siglo XX, por lo que no hay nada importante, salvo los estudios cinematográficos y la casbah Taorir, que recorremos a pie por la mañana. Aunque es muy típica -en sus torres y tejados anidan muchas cicgüeñas-, no está desierta como las otras, sino que deambulan por ella algunas personas que la habitan.

Emprendemos el regreso a Marrakech por e mis-l mo camino que hicimos para llegar al sur, ascendiendo de nuevo hacia el Alto Atlas. Llueve durante todo el trayecto, y ya ha nevado en las altas cumbres, por lo que me golpea un frío intenso al bajarnos en un parador. La lluvia y la niebla impiden casi la visión en el paso de Tizin Tichka, pero la ruta permanece abierta. El año pasado se cortó por la nieve durante varios días, y hubo que hacer un largo desvío hasta Agadir para llegar a Marrakech. Mientras descendemos hacia la llanura, debemos detenernos porque una combi ha volcado en plena ruta, y más adelante unas grandes piedras desprendidas de la ladera obstaculizan el paso, pero ya las están sacando, y en pocos minutos logramos sortearlas. Al aproximarnos a Marrakech la lluvia disminuye, y ya casi no llueve cuando llegamos al Zalag Park para almorzar. (Al entrar a la ciudad, a nuestro chofer le pusieron una multa por adelantarse a otro vehículo.)

A la tarde vamos en taxi a los jardines de Majorel. El coche debe desviarse varias veces porque muchas calles están cortadas por la Conferencia Internacional sobre Medio Ambiente que allí se realiza, y que ya estaba promocionada desde que llegamos. Hay banderas y policías por todos lados.

Los jardines son hermosos, indescriptibles, con variadas especies de árboles, arbustos, una enorme cantidad de grandes y extraños cactus, albercas y fuentes pintadas, igual que las macetas, con colores brillantes -azul intenso, anaranjados, violetas…28

También se encuentra en los jardines el museo de arte bereber -al que no entramos y un memorial a Ives Saint Laurent, quien compró los jardines a Majorel y luego los amplió y embelleció. A la sombra está bastante frío, pero al salir el clima ha mejorado, y hay un sol radiante. Paseamos por los alrededores, donde hay lujosos negocios, y volvemos al hotel en taxi. Por los cortes de calles nos deja algo alejados, pero no mucho. Descansamos recorriendo el hotel, con amplios jardines y una gran piscina. Por primera vez en el viaje, a la noche dormimos un poco más.

Nos vienen a buscar en un lujoso coche -casi una limusina…para llevarnos al aeropuerto, pequeñopero agradable. Encontramos a Luis y Nena, que irán a Lisboa para trasbordar a San Pablo. El viaje a Madrid es normal, pero en Barajas debemos caminar increíbles distancias para retirar el equipaje, y hasta debemos tomar un tren interno que va de una terminal a otra. También en coche nos llevan hasta el Florida Norte, donde llegamos al atardecer. Voy solo a tomar café al shopping, y cuando vuelvo Edith está asustada porque un hombre ha abierto la puerta con la tarjeta y ha entrado a la habitación sin llamar. Cuando protesto airadamente en la con consejería, me explican que ha sido el plomero del hotel, al que habían llamado en la mañana para solucionar un problema en el baño, y no le habían advertido que la habitación ya estaba ocupada. “Mil disculpas…”, pero no pasa nada. Volvemos a cenar -¡mucho…!en el mismo shopping, pero en otro restaurante. Hace mucho frío en Madrid, y ya ha nevado en la cercana sierra de Guadarrama. Edith está con problemas intestinales.

Por la mañana vamos en metro a Chamartín para tomar un tren a Salamanca. Pasamos por el costado de Ávila y en dos horas y media -porque es un tren que para en varios ladosestamos en la estación. Tomamos un bus hasta la Alamedita -una señora muy amable nos indica donde bajary luego nos dirigimos por la calle Toro hasta la Plaza Mayor. Está nublado, hace mucho frío y corre un viento helado. La plaza es espectacular, más linda que la de Madrid. Fue construida en 1775 en estilo barroco churrigueresco. Es el alma de la ciudad, y por sus puertas se entra y se sale a los lugares más importantes. Luego de dejar atrás la plaza del Corrillo nos dirigimos por la rua Mayor hacia la iglesia de la Cleresía, con sus dos magníficas torres. En ella funciona en la actualidad la Universidad Pontificia, y al frente está la famosa “casa de las conchas”, ícono del gótico civil español de fines del siglo XV. Las incrustaciones de grandes conchas en sus paredes dan nombre al palacio. Pasamos luego por la famosa Universidad, de estilo renacentista español, de principios del siglo XIII y embellecida luego por Alfonso el sabio. Mientras nos dirigimos a la plaza de la Catedral, pasa una nutrida manifestación de estudiantes con los cabellos revueltos por huevos y otras pinturas, seguramente signos de alguna graduación. La Catedral Nueva, soberbia, de estilo gótico renacentista y barroco, empequeñece a la Catedral Vieja que está al lado, de estilo románico y más austera. Al frente de la plaza está el imponente colegio San Bartolomé, y atrás de la Catedral Vieja, las torres de ésta, que junto a las dos catedrales conforman un imponente conjunto monumental. Como no hemos almorzado, en un bar de la rua Mayor tomo el clásico chocolate espeso español con churros rellenos. Edith come uno, y le cae mal. Luego descendemos un trecho por un callejón frente a los museos catedralicios y de la guerra civil, donde un acordeonista está tocando tangos, pero no llegamos al famoso puente porque la cuesta es muy empinada, estamos cansados y la tarde ya está muy avanzada. Emprendemos lenta mente el regreso a la Plaza Mayor, y antes de llegar tomamos café en un bar. El sol del ocaso -que finalmente ha asomado hace resplandecer las fachadas de la plaza pintándolas de oro. Salamanca es bellísima.

En la Alamedita volvemos a tomar un bus que nos deja en la estación justo a tiempo de tomar nuestro tren de regreso. Aunque éste demora menos -una hora y media ya es noche cerrada cuando llegamos a Chamartín. En la estación comemos pizza en un restaurante casi desierto que está por cerrar. Allí nos enteramos del triunfo de Trump. En metro llegamos a nuestro hotel, bastante cansados. Edith sigue descompuesta.

Por la mañana vamos a Alcalá de Henares -toda la ciudad es patrimonio de la humanidad por medio de varias combinaciones de metro y tren de cercanías que nos insume bastante tiempo. De la estación de trenes vamos caminado por el Paseo de la Estación hasta el palacio Laredo, del siglo XIX, donde funciona el museo cisneriano. Es un capricho arquitectónico gótico y mudéjar, muy raro y espectacular. Hay un sol radiante, aunque continúa haciendo frío. LLegamos a la iglesia y colegio jesuítico del siglo XVII, y en la rotonda de los Mártires doblamos por la continuación de la calle Mayor. En cada campanario, torre o simple tejado anidan decenas de cigüeñas. (Alcalá es “la ciudad de las cigüeñas). Llegamos a la plaza de Cervantes, centro neurálgico de la ciudad. En el centro se levantan la estatua del “manco de Lepanto” y el kiosco de la música. A uncostado está el “corral de la comedia”, del siglo XVII, el espacio escénico todavía en funcionamiento más antiguo de Europa. En la punta de la alargada plaza está la torre de Santa María, lo único que queda de la antigua iglesia destruida durante la guerra civil. En ella se conserva la pila donde fuera bautizado Cervantes. También están la “capilla del oidor” y restos de las ruinas de Santa María. Desde allí puedo ver también las agujas de las torres de los conventos de los Caracciolos y los Trinitarios. Todo conforma un conjunto monumental precioso.

Volvemos a la calle Mayor, la calle soporta lada más larga de España. Llagamos hasta la casa natal de Cervantes, que ahora es un magnífico museo, y recorremos una a una sus numerosas habitaciones ambientadas con muebles y objetos de la época en que nació el autor del Quijote. Al lado está el edificio del hospital de Antezana, donde el padre de Cervantes ejercía la profesión de sangrador (una especie de cirujano de la época.)

Almorzamos a pleno sol en la plaza de los Irlandeses, con el convento de los Agustinos al fondo Como canelones y chipirones a la siciliana, y Edith sólo tortilla española. Caminamos un trecho por la calle Mayor hacia la plaza de los Santos Niños, donde está la Catedral Magistral, pero por no tener mapa y desconocer el lugar, un par de cuadras antes de llegar emprendemos el regreso. Edith no está bien, y el trayecto hasta la estación de trenes es largo. Previa parada en un bar, tomamos el tren que nos deja en una estación del metro, y de ahí, combinaciones mediante, llegamos al hotel al atardecer.

Voy solo por la cuesta de San Vicente a subir las empinadas escalinatas que me llevan a los jardines de Sabatini, detrás del Palacio Real. Sigo subiendo escalinatas, y aunque estoy cansado y me duelen las cervicales, llego a la plaza de Oriente donde está el Teatro Real, y desde donde se van los altos ede la plaza de España. Ya ha salido la luna, y puedo fotografiar y filmar el palacio iluminado. Luego emprendo el regreso al hotel, al que llego muerto de cansancio. Como sólo galletitas con atún en la habibitación; Edith, nada.

A la mañana dejamos el equipaje listo en el hotel y vamos en metro hasta Sol, donde hay una multitud de turistas. El clima es magnífico, frío, soleado y sin viento. Vamos luego a la Plaza Mayor, al Mercado San Miguel, atiborrado de pescados, mariscos, jamones y pequeños puestos de ventas de comidas. Comemos sandwiches de jamón ibérico en el “Mesón del Jamón”, postres en “la Almudena”, paseamos por Preciados y retornamos al hotel. Un lujoso coche nos pasa a buscar a las 15, y ya es de noche cuando despegamos de Barajas. Duermo bien, y a las 4 estamos en Ezeiza. Debemos esperar hasta las 11 hasta que salga nuestro vuelo a Córdoba. Para el almuerzo estamos en casa, con mucho calor.

VIAJE A RUSIA (7 al 20 de setiembre del 2017)

Salimos de Pajas Blancas para Aeroparque a las 13, después de pagar 260 dólares el pasaje de Edith porque el canje de millas no se había concretado. Luego de muchos trámites y esperas para la respuesta de la agencia, ésta fue negativa y tuve que sacar el pasaje 15 minutos antes del vuelo.

En Buenos Aires, luego de alojarnos en Cerrito y Perón como siempre, vamos en metro -hay que cruzar toda la 9 de julio bajo el Obeliscoal Centro Cultural Kirchner. Después merendamos en la cyti y volvemos al hotel caminando por Corrientes. Está fresco. Más tarde regresamos a Corrientes a cenar pizza en “Las cuartetas”, y nos acostamos a las 24.

A la mañana, el taxista que nos trajo de Aeroparque y que había prometido pasar a buscarnos no vino, por lo que pedimos otro en el hotel, cuyo conductor, en el largo trayecto por distintos barrios, nos contó su vida, que parece una novela.

Embarcamos después de mediodía, y aunque el viaje es largo -14 horas por suerte estamos en el primer asiento, con mucho espacio. En Fiumicin esperamos 6 horas, pero el aeropuerto es acogedor y el vuelo a San Petersburgo dura sólo 3 horas y media.

En el avión todos hablan solamente ruso, pero en el aeropuerto nos espera una chica simpatiquísima que habla español muy bien y que nos va describiendo la ciudad -lo que no es habitual en todo el trayecto del viaje al hotel. Al llegar, a Edith le duele el tobillo, y casi no puede caminar.

El hotel Olimpia Garden es muy bueno; está en medio de un parque y al lado de la avenida Moscú. El lobby, el bar y el restaurante están interconectados, conformando un gran espacio. Voy a la avenida a buscar cambio, pero el banco, lógicamente, a esa hora está cerrado. Cuando intento comprar agua en un minimercado, como no tengo rublos y no me reciben euros, una amable clienta me la paga, y no me acepta mis euros. Cuando intentamos cenar, no podemos hacerlo porque no tengo rublos -ni tar-reta…y en el hotel no cambian moneda. De modo que cenamos latas de atún con galletitas en la habitación.

Pero el desayuno es espectacular: salmón ahumado, caviar, todo tipo de salsas, una gran variedad de comidas calientes, además de los fiambres habituales y… ¡champán!

Cuando vuelvo al banco, aún no está abierto. Voy solo a caminar por el parque y la avenida, y por suerte en el hotel un amable argentino me cambia unos euros por rublos por lo cual puedo almorzar sopa de pescado con caviar.

A la siesta nos pasa a buscar María, otra chica muy hermosa y simpática, que habla también perfectamente español; ha estudiado lenguas en la universidad y recientemente ha estado en España. En un lujoso automóvil el chofer nos lleva a Pushkin -antes llamado Sarcoje Seloa 30 kilómetros de San Petersburgo, donde está el palacio de verano de Catalina la Grande, de principios del siglo XVIII. (A esta excursión la había contratado por Internet desde Córdoba). El palacio es bellísimo, de estilo rococó, con extensos parques, lagos, distintos pabellones de huéspedes y una gran galería rodeada de floridos jardines. A la entrada está la iglesia, y el interior es enorme y muy bello, con un gran salón de baile con profusión de dorados. La perla del palacio es la “sala ámbar”, con aplicaciones de este material. Hay decenas de habitaciones -salón del trono, diversos comedores, etc.con hermosas estufas que llegan hasta el techo, las que son amenamente descriptas por María. El palacio fue muy averiado durante la guerra, como lo atestiguan numerosas fotografías, pero fue restaurado minuciosamente. Después de pasear por lo parques regresamos al atardecer. El concentrado “expreso” que tomo en el bar me cae mal. Pero cenamos lingüinis -spaguettiscon un rico y fuerte vino ruso, y me compongo.

Por la mañana vuelvo al banco y por fin me atienden, pero… no cambian divisas. Después de ha

berme desencontrado con Edith y equivocarme, aparentemente, de bus -porque el folleto decía que debíamos ir a Peterhof, pero cuando le menciono el nombre al chofer me dice con la cabeza que nofinalmente encuentro a la guía Irina, que me reconviene por el retraso, que no era tal, porque estaba en hora y otros pasajeros llegaron después que yo.

Vamos a hacer el city tour, y nos detenemos primero en la plaza san Isaac, donde hay un apiñamiento de buses de turistas. Llovizna un poco, pero no hace frío. La catedral, con su cúpula dorada y sus imponentes columnas de granito, es soberbia. La estatua ecuestre de Nicolás I domina la plaza, y en otro extremo se halla el palacio Marinski, hoy ocupado por la Asamblea Nacional. Permanecemos allí un buen rato, sorprendiéndonos con el primer contacto directo con el centro de la ciudad. Luego nos detenemos a la vera del Neva, donde hay unas estatuas egipcias y desde donde se observa una hermosa panorámica de San Petersburgo.

Vamos luego a una fábrica de “matriuskas” -las famosas muñecas que contienen en su interior otras cada vez más pequeñas-. Al lado puedo finalmente cambiar mis dólares, por lo que compramos algunas y otros suvenires. Luego nos dirigimos a la iglesia de “La sangre derramada”, llamada así a causa del asesinato del zar Alejando a mitad del siglo XIX. Es una bellísima iglesia ortodoxa, con profusión de estatuas y bulbos multicolores a la cual, lamentable-mente, no entramos porque hay que hacer cola y nos falta tiempo. Caminamos a la orilla del canal en busca de un restaurante, y luego de desechar uno muy pop pero oscurísimo, entramos a un agradable patio donde almorzamos salmón rosado y carne a la Strogonoff.

Continuamos hacia la fortaleza de Pedro y Pablo, el núcleo desde el cual Pedro el grande fundara luego San Petersburgo con pretensiones de emulara a las capitales europeas -París, Viena, etcétera- Se halla emplazada en una isla del Neva y desde 1703 fue utilizada como cárcel. Pero lo más importante es su catedral, con su torre culminada en una aguja de 123 metros rematada por un ángel. Su interior es muy hermoso y en él descansan, en lujoso féretros, los restos de casi todos los zares, desde Pedo el Grande hasta Nicolás II y su familia -el último Romanoff, asesinado por los bolcheviques en 1917 depositados aquí luego de encontrar su tumba recién en 1998. Nos dirigimos después al embarcadero que está frente al Hermitage, y recorremos el Neva y otros ríos y canales. Durante el recorrido vemos innúmerables íconos de San Petersburgo, además de la fortaleza de Pedro y Pablo: pasamos frente al Almirantazgo, con su fina aguja visible desde varios puntos de la ciudad, la Escuela de Equitación, el jardín de los zares, la mezquita con bulbos similar a las mezquitas de Samarkanda… Aunque al principio está frío, a poco de salir comienza a brillar el sol, pintando de amarillo los clásicos edificios de 3 y 4 pisos que bordean el Neva. Pasamos luego bajo el gran puente de hierro de la Trinidad, rodeamos el acorazado Aurora, fondeado frente al museo naval, desde el cual se dispararon los primeros cañonazos contra el Palacio de Invierno al comienzo de la revolución de 1917. Transitamos luego el río Moika y pasamos frente a la casa de Pushkin, donde muriera luego de un duelo. (Pushkin es venerado en toda Rusia por ser el escritor que dio impulso al idioma ruso, porque hasta entonces todos escribían en francés). Seguimos por el canal de invierno y pasamos bajo el puente del Hermitage, y regresamos al Neva, donde desembarcamos.

Volvemos al hotel pasando por la plaza “de los decembristas”, donde está la estatua ecuestre de Pedro el Grande -el “jinete de bronce”sobre un enorme bloque de granito. Transitamos la avenida Nevski, la más importante de la ciudad, flanqueada por la iglesia de Kazan, la torre de la Duma y muchos otros importantes edificios. Luego bordeamos el Neva atravesado por puentes en cuyos extremos hay estatuas de leones, grifones, caballos… y llegamos al anochecer con tiempo apenas para bañarnos y comer un poco de atún con galletitas.

Vamos enseguida a la plaza de las artes y entramos al pequeño pero coqueto teatro Palace, donde disfrutamos del “lago de los cisnes” interpretado por el ballet ruso, con una excelente y bella escenografía. Hace muy buen clima, frío pero agradable, y de vuelta podemos contemplar la ciudad con sus monumentos iluminados.

En una mañana nublada vamos a Peterhof, a 30 km. de San Petersburgo, sobre el golfo de Finlandia. Pasamos por unas impresionantes rutas elevadas sobre la zona fabril de la ciudad, y atravesamos una campiña con sembradíos y un par de pueblos rurales.

Al llegar al palacio, nos recibe una pequeña banda de músicos.

El palacio de los zares, de 1705, es de estilo barroco, y además del cuerpo principal, en sus extremos se hallan una hermosa capilla y la armería con su sólida torre. El interior es de estilo franncés; vistamos la sala del trono, la sala china, el salón de baile, la sala de los retratos, el estudio de Pedro el Grande y un sinnúmero de habitaciones. A pesar del lujo, es menos espectacular que el de Catalina en Pushkin y, a diferencia de éste, no me permiten filmar ni fotografiar.

Pero los jardines inferiores son indescriptibles. Hay varias cascadas, 18 fuentes, decenas de estatuas doradas y surtidores de agua por todos lados que fluyen naturalmente, sin equipos de bombeo. Es majestuosa la gran cascada, lo mismo que la de los leones, la fuente de Sansón y muchas más.. Desde los jardines parte un canal que desemboca, unos pocos centenares de metros adelante, en el golfo de Finlandia, y por el cual arribaban, en barco, los integrantes de la corte. El canal está flanqueado por surtidores y atravesado por puentes que ofrecen unas hermosas vistas del palacio; discurre a través de un bosque de altos árboles por el que corretean las ardillas. Después de caminar un trecho, Edith me espera sentada en un banco mientras yo voy al embarcadero al final del canal, a cuyos lados se extiende un mar gris y un poco lodoso. En el canal hay una variedad de patos y otras aves; continúa nublado, pero con buena temperatura. Cuando vuel. vo -cansadoalmorzamos sangüiches calientes en un chiringuito al costado del canal. Al preguntarle a la chica que atiende de qué animal es la carne, no me entiende, pero finalmente me hace gestos de cuernos, a lo que respondo sin vacilar: “¡sí, de vaca!”. Cuando regresamos al palacio se nos ha hecho tarde, por lo que apenas tenemos tiempo de visitar brevemente los jardines superiores, donde hay un lago, algunas fuentes y extensos parques.

Regresamos a la ciudad y vamos directamente al Hermitage, el grandioso museo que ocupa el antiguo Palacio de Invierno. La plaza del palacio, centro histórico y cultural de San Petersburgo, es inmen mensa y está flanqueada, además del palacio de invierno -de estilo barroco y color azulpor el gran arco de triunfo levantado para celebrar la victoria sobre Napoleón, rodeado a su vez por extensos edificios de estilo neoclásico. En el centro de la plaza se levanta la altísima columna de Alejandro, de granito rojo, la más alta del mundo en su tipo con sus 50 metros.

El interior del palacio es indescriptiblemente faspuertas bellamente labradas, desde las que se obser-van también hermosas vistas sobre el Neva y la ciudad y sobre los floridos jardines interiores. Describir los tesoros que han acumulado los zares en apenas un par de siglos, resulta imposible, y eso que el turista sólo puede admirar una ínfima parte de esos tesoros. En sus centenares de habitaciones hay arqueología prehistórica, arte de Grecia y Roma, pinturas y esculturas occidentales y rusas -vemos la

única escultura de Miguel Ángel existente en Rusiainfinidad de arte decorativo, como enormes y bellos jarrones, un gran pavo real de oro, móvil, etcétera.

Harían falta varios años para admirar los cientos de miles de objetos artísticos que atesora el museo. Regresamos al hotel muy cansados, y Edith apenas puede caminar por el tobillo. Yo como pasta en el restaurante, Edith, nada.

Acompañados por Lara, la nueva guía, abandonamos San Petersburgo en una mañana levemente lluviosa hacia el “anillo de oro”, conjunto de pueblos y ciudades que conformaron el germen de “la gran Rusia”. Recorremos otra vez la larguísima avenida-por la que vinimos del aeropuerto. Vemos de nuevo muchos edificios de la época estalinista y las enormes estatuas de grupos de soldados que están sobre el museo de la segunda guerra mundial, zona en la cual se desarrollaron los combates más violentos. Pasamos luego por varios pueblos rurales con casas semi abandonadas de tres ventanas -antiguamente las de más de tres pagaban impuestosy nos adentramos en una zona boscosa donde abundan los ríos y pantanos hasta llegar a Velik Novgorod(*)

A mitad del siglo XIII, y luego de disputas internas que lo habían alejado de los habitantes de la ciudad, el príncipe Alejandro Nevski aceptó el ofrecimiento de estos para que comandara la resistencia que la ciudad se aprestaba a ofrecer a los invasores alemanes. Nevski triunfa, con la ayuda del rompimiento delhielo del lago Limen, que se traga a los atacantes, y desde entonces Nevski es el máximo héroe de Rusia. Después, bajo la ocupación de los tártaros mongoles sobre la zona moscovita, Nevski sugirió a los habitantes de Novgorod pagar un peaje a los ocupantes, y de ese modo la ciudad fue preservada del saqueo.

(*) Hay otro Novgorod.

 

Novgorod es una ciudad de ensueño; en el predio de la corte de Jaroslav y el antiguo mercado hay un conjunto de pequeñas iglesias antiquísimas, de los siglos XI y XII, y a la orilla del río Voljov se levan-ta el majestuoso kremlin(*), con sus altas murallas y la blanca catedral de Santa Sofía, la más antigua de Rusia, con sus cúpulas azuladas, la mayor de las cuáles está coronada por la paloma que, según la leyenda, caería cuando cayera Novgorod. La ciudad resistió ataques de las tropas de Iván el Terrible, las hordas de los tártaros, y sólo se rindió finalmente ante los nazis, fecha en que cayó la paloma. Pero ésta fue llevada a España, donde el Escuadrón Azul la rescató y la devolvió a Novgorod, al emplazamiento donde siempre estuvo y está aún hoy: la cima de la cruz de Santa Sofía.

Luego de cruzar un largo puente sobre el Voljov, penetramos en el interior de la fortaleza, en cuya entrada se halla la espadaña de la catedral, y más adelante las enormes campanas de los antiguos templos de la ciudad. Entramos luego a Santa Sofía, bellísimo exponente de las iglesias ortodoxas rusas en cuyo interior, bastante oscuro, se halla el infaltable iconostasio -retratos de personajes bíblicos, históricos y religiosos-, típico de esas iglesias. En esta se halla la imagen de la Virgen del Presagio, uno de los íconos más venerados de Rusia. (En las iglesias ortodoxas existen imágenes de personas, pero no esculturas).

(*) Kremli: fortaleza.

 

Vemos después el imponente monumento al “milenio de Rusia”, levantado en el siglo XIX, al cumplirse el milenio de la fundación de Novgorod. El monumento es una bella obra escultórica que exhibe altos relieves de muchos personajes históricos y de la cultura, y que Hitler intentó en vano robar. Vemos también la tumba del soldado desconocido, y luego regresamos a pie al bus para dirigirnos a San Jorge, a la vera del lago Limen, donde almorzamos ensalada, sopa “borsch” y pescados del lago, acompañados por unas mujeres con vestimentas tipicas que tocan el acordeón y cantan.

Seguimos después hasta una isla en un brazo del lago Valday, donde se encuentra el monasterio Iverski, con sus torres rematadas por conos oscuros y sus hermosas cúpulas doradas. El interior de la catedral Uspenski incluye un gran iconostasio y una puerta plateada magníficamente labrada. El monasterio fue restaurado y embellecido por Vladimir Putin, quien de niño solía pasar las vacaciones con sus padres en ese lugar. Llueve bastante en gran parte del camino, y llegamos a Tver ya de noche. La ciudad es atravesada por el río Volga, y fue muy importante en los siglos XIII y XIV. Recorremos brevemente su avenida principal -que se llama Unión Soviética y en cuya plaza central se halla una estatua de Leniny nos detenemos a la vera del Volga, en el lugar donde se encuentra la enorme estatua del famoso expedicionario Afanasi Nikitín, cuyo barco parece a adentrarse en el río. En la otra orilla se ve la ciudad iluminada. Hace un poco de frío.

El hotel es muy moderno y lujoso; cenamos ensalada, sopa de pollo con cabello de ángel, carne con arroz y helado. No bajamos las maletas del bus.

En la mañana bordeamos durante un largo trecho el río Volga -de entrañables reminiscencias por la canción “los barqueros del Volga”-, y nos detene-mos brevemente en Klim, en la casa museo de Tchaikowski, Se halla en una pequeña elevación en medio de un bosque, pero la vemos sólo por fuera. (En el bus, Lara nos pone música del célebre compositor)

Llegamos luego al magnífico monasterio de la Trinidad y san Sergio, en Sergei Posad, corazón de la religión ortodoxa rusa. Es un impresionante y bello conjunto monástico en cuya entrada revolotean cientos de palomas. Alberga varias joyas aarquitectónicas, como la catedral de la Asunción, coronada por sus bellos bulbos azules y dorados, la iglesia del Espíritu Santo, la alta torre del Campanario, sobre la que sobrevuelan bandadas de pájaros, y varias más. La catedral de la Asunción fue construida por el zar Iván el Terrible como expiación por haber matado a su hijo de un bastonazo. Su interior es tan hermoso como su exterior, adornado con pinturas del célebre Andrei Rubliov, como el famoso ícono “La Trinidad”. Sobrecoge ver a muchos fieles besando con unción y gran recogimiento los íconos y catafalcos. El monasterio es un bastión de la espiritualidad rusa, y a principios del siglo XVII resistió el asedio de los invasores polacos. El clima es muy agradable, nublado y fresco.

Luego del almuerzo atravesamos zonas rurales cultivadas, en cuyos campos se ven cientos de redondos fardos productos de la reciente cosecha. Por angostos caminos secundarios dejamos atrás pequeños pueblos y llegamos a Alexandrov, que fuera capital de Rusia en el siglo XVI durante diecisiete años. Allí se encuentra el kremlin de Iván el Terrible, quien venciera definitivamente a los tártaros en la batalla de Kazán. En el monasterio visitamos los oscuros aposentos del zar, a los que accedemos a través de estrechos pasadizos y escaleras. Vemos su dormitorio, el pequeño y oscuro comedor -todos de techos muy bajosy finalmente descendemos a la tétrica cámara de torturas, donde Iván confinaba, entre otros, a sus archienemigos los nobles boyardos, quienes bregaban por imponer en el trono a su sobrino, el príncipe Vladimir -a quien finalmente Iván mandó matar-. En la galería superior también vemos su trono de oro y otros objetos personales.

Nos dirigimos luego a Yuryer Polskiv, cuyo importante y bello kremlin se halla por ahora abandonado. Lo vemos sólo por fuera, y finalmente llegamos al atardecer a Suzdal.

El sol va cayendo lentamente sobre el museo al aire libre de casas de madera cuando entramos al extenso predio. Las casas son un vívido recordatorios de cómo se vivía en la ciudad durante el medioevo. Mientras Lara describe al grupo la historia de la iglesia de san Nicolás -exótica y altísimayo me adentro en varias casas que contienen su mobiliario original y sus enseres cotidianos. Están tal cual eran cuando estaban habitadas, y la presencia de algunas personas ataviadas con vestimentas típicas aportan más realismo a las viviendas. Además de las habitaciones habituales -dormitorios, cocina, etc.-, también tienen altillos y galpones donde se guardaban los enseres delabranza. Todasellas están íntegramente construidas en madera, y sus puertas y ventanas están finamente labradas. Las iglesias tienen sus correspondientes conos y bulbos ortodoxos también de madera. Vemos además una escuela y dos molinos de viento que recortan su silueta contra el sol del ocaso. Sopla un moderado viento y hace un poco de frío.

Luego recorremos brevemente el pueblo de Suzdal lleno de iglesias y antiguas fortificaciones, y nos alojamos en un hotel con varios cuerpos de edificación. Cenamos lo habitual: ensaladas, sopas y platos de carne con cereales preparados de distinta manera, y mientras lo hacemos nos acompaña un numeroso y eficiente conjunto de músicos y cantantes que interpretan un repertorio folklórico.

Por la mañana vamos primero a una fábrica de “matriuskas”, donde nos ofrecen los elementos para pintar una al gusto de cada cual. Compramos algunas cosas -que luego perderíamos olvidándolas en el bus-, y nos dirigimos hacia el exterior del monasterio del Salvador y San Eutimio, a orillas del río Kamenka, desde donde se observa una magnífica pano-rámica de las numerosas iglesias de Suzdal y, en otro ángulo, de su blanco kremlin del siglo X, rodeado por las murallas del mismo color.

Entramos luego al monasterio, cuyas impresionan tes murallas y sus altas torres coronadas por conos fueron construidas sólo con tierra. Visitamos su iglesia de bulbos verdes y dorados, y escuchamos desde sus jardines el singular “concierto de las campanas” que un campanero ejecuta desde la torre del monasterio.

Vamos después al kremlin, que ahora contiene también un pequeño y agradable pueblo por el que circulan bellos y variados tipos de carruajes tirados por caballos. Allí visitamos la blanca catedral de la Natividad, coronada por soberbias cúpulas azul cobalto con estrellas doradas. Si el exterior es hermoso e impresionante, el interior es una maravilla bizantina, con bellísimos frescos del siglo XIII y XIV y hermosas puertas doradas, además del clásico iconostasio. El sol brilla radiante, y por primera vez desde que estamos en Rusia el clima es algo caluroso.

Almorzamos cerca de Suzdal en una casona con ventanales de madera labrados y un coqueto parquesito, y proseguimos hacia Vladimir, una gran ciudad moderna pero que conserva los vestigios de su histórico pasado, como la “puerta dorada” -que en realidad es blanca…-, la catedral de la Dormición y san Demetrio, del siglo XII, y otros monumentos. La ciudad fue fundada en el siglo XII y fungió como capital del principado de Vladimir y Suzdal hasta mediados del siglo XIII en que los tártaros la destruyeron. Visitamos la catedral de la Dormición, una de las más importantes de Rusia, emplazada en una pequeña colina. El exterior, blanco como casi todas las iglesias, tiene una alta torre terminada en aguja y otras más bajas coronadas por cúpulas en media esfera doradas. En ellas se inspiró el arquitecto italiano Fioravanti para diseñar la catedral de la Dormición del Kremlin de Moscú. El interior contiene numerosas pinturas del famoso Andre Rubliov -el Miguel Ángel rusocuya gran estatua, pintando sentado, se halla al pie de la escalinata de la catedral, en la gran plaza cerca de la “puerta dorada”.

Finalmente nos dirigimos a Moscú en el atardecer. El cielo se ha vuelto a nublar, y al poco tiempo comienza a llover copiosamente. Es muy raro que en esta zona y en esta época el clima permanezca estable durante veinticuatro horas. Cuando llegamos, aún de día, comienzan a perfilarse las altas torres modernas de la periferia, y nos dirigimos a nuestro hotel a través del tercer anillo de circunvalación de la capital. El hotel -Crowne Plazaes espectacular, y se halla adosado a la torre aún más alta del World Trade Center, al lado del río Moscova, que atraviesa toda la ciudad. En la entrada hay una gran fuente cuyos surtidores arrojan agua en forma de círculo plano.

El lobby es enorme, y por los costados de las paredes de los once pisos circulan velozmente cuatro ascensores exteriores que permiten la visualización de los bares, restaurantes, surtidores de agua con luces de colores y el gran reloj de unos ocho pisos de altura, rematado por un enorme gallo que cada media hora mueve su cresta con un canto que abre una puerta por la que empiezan a girar los muñecos. El lobby se extiende también hacia una galería de pinturas, otras confiterías y una iluminada escalera mecánica que conduce a un bien provisto supermercado -donde compro vodka y caviary otras dependencias. En suma, el lobby semeja un pequeño y coqueto shopping. Desde nuestra habitación, el hiato entre las altas torres del hotel y del World Trade Center nos permite contemplar una hermosa puesta de sol.

Como hemos contratado la excursión “Moscú iluminado”, apenas tenemos tiempo de arreglarnos y aun así, cuando salimos del hotel para abordar el bus asignado, vemos que éste se está yendo. Por suerte hay otro bus que está arrancando y la guía -Nadiamu y amablemente nos invita a subir con ellos. Recorremos la ciudad contemplando distintos edificios, monumentos y puentes iluminados, y llegamos al centro neurálgico de Moscú, donde confluyen las principales calles y avenidas y donde se halla el alto y emblemático edificio rojo del museo Estatal de Historia, presidido por la gigantesca estatua ecuestre del mariscal Zhukov, el héroe de la segunda guerra mundial y la Plaza Roja, la que, una vez transpuesta, me deslumbra con la visión de las ex tiendas Gum -ahora un gigantesco shopping profusamente iluminado. Al frente está la gran muralla que contiene el mausoleo de Lenín, y al fondo se recorta la silueta del ícono de la Plaza Roja y de todo Moscú: la catedral de San Basilio, con sus ocho cúpulas de distinto estilo y distintos colores, que fuera construida por Iván el Terrible para celebrar la victoria definitiva sobre los tártaros mongoles. Se ha levantado un viento helado, y aunque recorremos la plaza a buen paso para no perder de vista a Nadia, noto que el frío me está afectando las vías respiratorias. Todas las altas torres del Kremlin con sus estrellas en las puntas están iluminadas, y la visión del conjunto es majestuosa.

Después continuamos bordeando el Kremlin por fuera, lo que refuerza la imagen de grandiosidad del mismo. En cada parada que efectuamos para ver algún monumento, confirmo que el frío me está afectando, porque he dejado la campera en el hotel, y solo llevo puesto un pulóver. Paramos en una plaza donde hay unas enormes fuentes con surtidores de aguas rojas -Nadia nos habla de la simbología de la sangre de los numerosos héroesy unas grandes letras iluminadas con el nombre de la ciudad. Yo voy con Nadia y unas pocas personas más -Edith no baja en varias paradas hasta un pequeño lago al lado del monasterio Novadevitchiy, donde, según la leyenda, se inspiró Tchaikowski para componer “el lago de los cisnes”. Pronto abandono las explicaciones de Nadia para regresar prestamente al bus escapando del frío.

Por la mañana hacemos el city tour. Desde nuestro hotel, que está frente al río Moscova y frente a una de las siete torres de estilo staliniano que hay en Moscú -ésta está ocupada en la actualidad por el hotel Raddisson; otra es la universidad Lomonosov, otra el hotel “Four Seasons”…-. Pasamos por las principales avenidas del centro de Moscú, por el teatro Bolshoi, bordeamos las murallas del Kremlin con sus enormes torres. Las blancas iglesias de éste elevan sus cúpulas doradas al cielo soleado.

Paramos en la gran catedral de Cristo Salvador, a la vera del Moscova. Fue erigida para conmemorar la victoria sobre Napoleón, y es la iglesia ortodoxa más alta del mundo. Stalin la hizo dinamitar para

emplazar allí el Palacio de los Soviets, gigantesco monumento del delirio staliniano que nunca se construyó -el dedo índice de una mano iba a medir seis metros de largo-. La catedral fue reconstruida recién en el año 1994, bajo el gobierno de Boris Yeltsin. Está construida en piedra blanca y mármol, y la belleza del interior, cuyas columnas son de granito gris y marrón, es indescriptible. Desde el puente que lleva a su entrada se observa una magnífica postal con el Palacio de los zares al fondo. (La entrada a este palacio está prohibida al público, y solo se lo utiliza para recepciones a gobernantes extranjeros.)

Finalmente entramos al Kremlin por la puerta de la gran torre coronada en su aguja por una estrella roja. En el interior, lo primero que resalta es el edificio amarillo del Arsenal, que alberga unas de las arme-rías más grandes del mundo. Más adelante hay una fila de antiguos cañones y comienzan a perfilarse las cúpulas doradas de las blancas iglesias. También hay un gran cañón similar al “gran Berta” de los alemanes, y la enorme campana rota -“del zar”, la más grande del mundo que nunca pudo ser emplazada en la torre campanario Iván. Ya en la plaza de las catedrales, vemos el cambio de guardia de los marciales soldados y jinetes de vistosos uniformes, y entramos a la catedral de la Dormición, del siglo XV. Adornan su interior numerosos íconos y frescos, y en ella fueron coronados muchos zares. Contiene además el panteón de los metropolitanos y patriarcas de Moscú. También entramos a la iglesia del arcángel Miguel y a la de la Asunción. Son to das espectaculares, y su descripción sería una reiteración de las bellezas de todas las iglesias ortodoxas rusas. Recorremos luego el agradable paseo “jardines de Alejandro” hasta llegar a la plaza del Museo de Historia, a cuyo frente se encuentra la estatua ecuestre del mariscal Zukov.

Volvemos a entrar a la Plaza Roja por su bella puerta, y puedo entonces comprobar que todo lo visto de noche adquiere de día otra dimensión, más monumental. La inmensidad de su espacio es impresionante. Ahora, con la luz solar, puedo admirar toda la magnificencia de la plaza: la catedral de San Basilio, el mausoleo de Lenin -al lamentablemente no podemos entrar porque está cerrado-, las tiendas Gum , la catedral de Kazán… Paseamos por las veredas de las tiendas Gum, ahora ocupadas por coquetos bares y restaurantes, y entramos al elegante e inmenso shopping de varios pisos. Después de una larga espera en un barcito podemos almorzar creps -yo, de caviar…-. También demoramos bastante hasta encontrar la salida por el otro extremo, al lado de la catedral de Kazán, por lo que llegamos justo para reunirnos con Nadia y el grupo para regresar al bus. El día es soleado, y la temperatura fresca y agradable. Ya no quedan rastros del viento helado de la noche anterior.

Vamos luego a recorrer varias estaciones del Metro. Bajamos a gran profundidad por unas empinadas escaleras, y ya en la primera estación me deslumbra el lujo con que fuera construido el “palacio del pueblo”. En esta hay estatuas de bronce que rememoran las luchas de obreros y soldados durante la revolución de octubre, y en varias más hay pinturas y esculturas con los mismos motivos: la imagen de Lenin, la hoz y el martillo, etcétera, además de los hermosos frescos de los techos, mosaicos, vitrales, azulejos, bajos relieves, columnas de mármol y diversas incrustaciones en las paredes. El Metro es eficiente y rápido, y los trenes pasan cada medio minuto. Las estaciones más bonitas son las de Kievskaia y Komsomolskaia, pero las otras no le van en zaga. Luego de visitar seis o siete salimos en la plaza cerca del Bolshoi y volvemos al hotel para bañarnos y asistir al espectáculo del ballet folklórico Kostroma.

El ballet es brillante, con sus integrantes ataviados con vistosos vestidos de distintas zonas de Rusia y una escenografía impresionante, con tres pantallas gigantes como telón de fondo que van reproduciendo los paisajes de las zonas de las danzas que ejecutan los bailarines. El programa es extenso, y al final hay un despliegue acrobático impresionante en altas tarimas colocadas al afecto. Regresamos al hotel para cenar en el restaurante -yo, una de las riquísimas sopas rusas. El vino local, el de la casa servido en copa, es muy bueno y de alta graduación alcohólica.

A mañana siguiente vamos con el guía Nadir a la residencia de verano de los zares en Kolomenskoye, en las afueras de Moscú y a orillas del Moscova. Es una construcción totalmente en madera, similar a los palacios de cuentos de hadas. La construcción original era del siglo XVII y tenía doscientas cincuenta habitaciones, pero luego fue abandonada. La actual es una réplica exacta, y fue levantada recién en el 2010. El lujo, tanto exterior como interior, es impresionante. Algunas habitaciones fungen como museos, e incluso hay figuras de tamaño natural del zar Alexei Mikhailovich -quien la mandó construir-, de Pedro el Grande y otros zares.

Luego de recorrerla vamos a los sótanos, donde nos muestran un simulacro de boda tradicional en el que algunos de los integrantes del grupo actúan como personajes -novios, padres, etcétera- ataviados con vestimentas típicas y dirigidos por actores profesionales, mientras la voz de Nadir en off relata en español los distintos actos que se están representando. Es un espectáculo ameno y muy agradable, y al final nos sirven empanadas e hidromiel, el licor típico de Rusia.

Almorzamos sólo sángüiches que habíamos preparado en el desayuno, y ya en Moscú vamos a otra fábrica de matriuskas y otras artesanías. Se ha unblado y comienza a lloviznar apenas, pero no hace frío. Vamos luego a la “colina de los gorriones”, donde está la famosa universidad Lomonosov. Allí, en el rascacielo más alto de los siete de la época staliniana, funciona la universidad a la que fueran invitados muchos estudiantes latinoamericanos comunistas. Concentra todas las facultades, menos las escuelas de Medicina, que funciona en otro complejo. Desde la colina se observa un amplio panorama de la ciudad, incluido el gigantesco estadio donde se jugará la final del mundial de fútbol 2018.

Antes de llegar se había producido un atascamiento de tránsito por una caravana de ciclistas, que nos mantiene media hora inmovilizados frente al cemen-terio donde se hallan enterrados muchos personajes célebres y autoridades gubernamentales que no murieron en sus funciones -como Nikita Kruschev, por ejemplo-; los que sí murieron en funciones, está enterrados en el Kremlin

Por el atraso llegamos bastante tarde a la calle Arbat, la más antigua del Moscú moderno y centro de la vida bohemia moscovita. Hay casas antiguas color pastel, estatuas de personajes célebres, la casa donde vivió Pushkin después de casarse, tiendas de artesanías, bares, etcétera. Merendamos creps y sangüiches en un barcito frecuentado sólo por mosco-vitas, y cuando volvemos a la plaza frente al Bolshoi comienza una tenue lluvia. Ocho integrantes del grupo no llegan a horario para ir al circo de Moscú, por lo cual Nadir debe delegar el bus en otro guía y esperarlos para transportarlos en taxi hasta el circo.

Éste es inmenso, y de circo tiene sólo la pista y la cúpula, porque el resto es una gran infraestructura de cemento, repleta de espectadores. Hoy es el último día del festival anual del circo, y se entregan las medallas a los ganadores. Está presente la princesa Stefanía de Mónaco, quién es la patrocinadora del festival. El espectáculo es muy bueno, e incluye animales -tigres, pelícanos, caballos…pero la calidad de los artistas no parece superior a la de los integrantes del Cirque du Soleil. Cuando salimos, continúa lloviendo. Ceno solo en el restaurante del hotel, otra riquísima sopa crema.

A la mañana, ya por nuestra cuenta, vamos caminando con Edith hasta el complejo de rascacielos del Centro Internacional de Negocios, a través de cuya cúpula vidriada se ven las enormes y supermodernas torres. A Edith comienza a dolerle mucho la rodilla, por lo cual debemos descansar un buen rato hasta que le haga efecto un antiinflamatorio. Teníamos pensado tomar un barco para recorrer el Moscova, pero el embarcadero cerca del hotel está del otro lado del río, y no hay ningún puente cerca, por lo cual desistimos del paseo. Cerca del complejo de rascacielos hay en realidad un puente techado, una especie de tubo por el cual circula el metro, del cual el puente es una estación. Pero los guardias no hablan más que ruso, y al no entenderme no me dejan entrar. De modo que regresamos al hotel caminando a pesar de la dificultad de Edith, que ya ha mejorado algo. (Nos habían recomendado no tomar taxis porque al no hablar más que ruso no entienden las direcciones, y además son todos delincuentes que cobran cualquier cantidad.)

Almorzamos, tarde, fiambre es que habíamos comprado en el supermercado del hotel, y yo voy a caminar solo a la vera del Moscova, pero en dirección contraria a la de los rascacielos, El clima es muy agradable, hasta algo caluroso, y llego casi hasta el puente desde donde, en la contrarrevolución comunista de 1993, los tanques comandados por Boris Yeltsin atacaron el edificio del Parlamento que está enfrente.

El río está flanqueado por numerosos edificios de unos cinco o seis pisos similares a los San Petersburgo. Casi al frente del hotel, al otro lado del río, se levanta una de las torres stalinianas, hoy ocupada por el hotel Raddison. Mientras regreso, un solitario pescador acaba de sacar un pez bastante grande. Varios barcos de turismo surcan el Moscova, y cuando llego cerca de nuestro hotel ya ha caído la tarde. Puedo entonces extasiarme contemplando y fotografiando una hermosa puesta de sol tras los rascacielos. Cenamos en el restaurante, lingüines y… ¡sopa!, rica y picante. Vuelvo a padecer una tos impresionante, consecuencia del frío del “Moscú iluminado”.

A mañana pasa a buscarnos puntualmente un señor -que no habla una palabra que no sea rusopara llevarnos al aeropuerto. En algunos tramos hay un tráfico pesado pero llegamos bien, con tiempo de sobra. Almorzamos en el avión y a las 18 estamos en Fiumicino. Salimos a las 21,45, y muy temprano estamos en Ezeiza, luego de haber dormido bien por estar en el primer asiento, con mucho espacio. El taxista que nos lleva a Aeroparque hace malabares en las atestadas calles y avenidas de Buenos Aires, y por fin llegamos sin problemas. Al mediodía estamos en Córdoba, con bastante calor.

 

VIAJE A CROACIA, BOSNIA. ESLOVENIA E ITALIA -19 de abril al 3 de mayo de 2018

Luego de una noche con fiebre leve, escalofríos y algo de tos -producto de una inmersión en la piscina con el agua fría, a pesar el calor-, me levanto muy temprano con bastante malestar, y salimos de Pajas Blancas a media mañana. El día está fresco, y debemos esperar 5 horas para salir hacia Amsterdam, adonde llegamos a las 11. Caminamos mucho en el aeropuerto de Cipol, y salimos hacia Zagreb a la 1, con pleno sol pero mucho frío. Los campos de Alemania están cubiertos de nieve.

Al llegar a Zagreb nos espera una desagradable sorpresa: nuestros equipajes no han llegado. Luego del reclamo correspondiente la empleada contacta al encargado del transfer, quien le informa que estaremos en otro hotel en lugar del previsto, y nos entrega un kit de “supervivencia”. El conductor, quien por suerte habla italiano, trata de tranquilizarnos asegurándonos que el equipaje llegará al día siguiente. Está nublado, y hace mucho frío.

Edith se acuesta porque está descompuesta, y yo, luego de recorrer brevemente el hotel -un cinco estrellas muy lujosos algo a caminar por una zona de grandes y bellos edificios barrocos, renacentistas y de otros estilos, que se levantan alrededor de la plaza Marsala Tita -rebautizada Croacia después de

la muerte del mariscal-. Allí se encuentran el imponente y austero edificio del museo Mimara, el amarillo y bello Teatro Nacional, el café Hemingway, donde este escribiera varios capítulos de “Adiós a las armas”, la Universidad, el moderno edificio circular de la Biblioteca Nacional, todos rodeados por bellos y floridos jardines. Por la zona, detrás del jardín Botánico, está la estación de trenes donde solía parar el “Orient Express” que iba de París a Estambul.

Aunque no tengo kunas -la moneda local, ya que Croacia, a pesar de pertenecer a la Comunidad Europea, tiene moneda propia logro comprar fiambres y pan con la tarjeta de débito, tarjeta que me recibirán en todos los lugares del tour, incluida Italia. Cenamos esos fiambres con cerveza y nos acostamos temprano. La habitación no está demasiado calefaccionada, pero tenemos unas bellas vistas sobre la ciudad y las montañas desde nuestra ventana.

Por la mañana, luego de un pantagruélico desayuno, intento salir a caminar, pero intensas ráfagas de viento helado y nieve me reintroducen en el hotel. Pero al mediodía finalmente salimos a caminar por la misma zona para ver precios de ropas, por si no llegan los equipajes, pero lo precios son altísimos -por suerte tenemos gruesos y confortables abrigos-. Almorzamos pizza en un barcito al paso.

Cuando regresamos al hotel, y aunque ya ha arribado el vuelo de Amsterdam, nos dicen que e equipaje no ha llegado. Resignados subimos a la habitación, pero al poco tiempo un empleado -que también habla algo de italiano me comunica que las

 

valijas están en la recepción. Mientras las retiramos, contentos, nos encontramos con Vieko, el simpático y amable guía que tendremos durante todo el tour.

A media tarde salimos con el grupo -somos 23para recorrer la ciudad, cuyos primeros asentamientos humanos datan de varios siglos antes de Cristo. Primero vamos en el bus a la zona ya conocida por nosotros, atravesamos varias avenidas -en una plaza está el edificio circular en homenaje a Tesla, el croata que disputó a Marconi la paternidad de la electricidad alternada y luego a la colina donde se halla la catedral, de estilo gótico y altas y esbeltas torres. La rodean algunas ruinas de la antigua muralla de la fortaleza y un amplio espacio, donde se levanta una hermosa columna y desde el cual se divisan las agujas de otras iglesias. Caminando recorremos la bonita plaza del mercado, la Puerta de Piedra -la única medieval que existe en Zagreby la pintoresca calle Tkalciceva, bajo cuya acera circula el arroyo afluente del Sava que en la edad Media dividía las dos colinas, la religiosa Kaptol, de la nobleza y el clero, y la mundana Gradec, del pueblo común. Por pintoresca callecitas vamos hacia el Ayuntamiento y la icónica iglesia San Marcos, de finales del siglo XV-otros dicen del siglo XIII mezcla de gótico tardío con románico, en cuyo techo de azulejos policromados se dibujan los escudos de Zagreb y del reino de Croacia. Luego de ver un negocio donde se exhiben enormes corbatas -los pañuelos que usaban los croatas en el siglo XVII mientras luchaban en Francia y cuyo nombre en francés, crovatte, dio nombre a la naciónvamos hasta un mirador donde hay una enorme torre medieval, y desde el cual se observa una hermosa panorámica de la ciudad.

Desde allí, por tortuosas y empinadas escalinatas, descendemos hasta la calle Radiceva, que desemboca en la plaza Bela Jelacic, el corazón económico y social de la ciudad. La estatua ecuestre del controvertido ban que descollara durante el impero austrohúngaro -y que fuera motivo de desapariciones y reposiciones de acuerdo a las distintas vicisitudes políticaspreside la plaza, rodeada de magníficos edificios cuyas fachadas refulgen bajo el sol declinante. En la plaza, fundada en el siglo XVII, hay muchos tenderetes -libros, artesanías, etc.y a su costado circulan a cada instante los tipicos tranvías azules (Zagreb es llamada la “ciudad azul” por el color de su escudo y por la camiseta del club de fútbol Dínamo.) Paseamos por la zona, entramos a un gran shopping y luego tomamos chocolate y té verde con strudel en un elegante bar que está en un extremo de la plaza, y desde el cua vemos cómo el sol se va esfumando detrás de los altos edificios. Ya es de noche cuando vamos a reunirnos con el resto del grupo para dirigirnos, a través de la bohemia calle Vlaska, llena de bares y vinotecas, hacia el bus que nos espera par llevarnos al hotel a cenar.

Por la mañana temprano salimos hacia Bosnia cruzando el Novi Zagreb, con anodinos edificios de la época de Tito. Atravesamos la llanura agrícola de Slavonia -antiguamente el “granero de Europa”-, y nos detenemos en Slavonski Brod, a orillas del río Sava. Caminamos por una amplia explanada -cuya única particularidad es la estatua e una famosa escritora de cuentos para niños hacia el río, que es allí bastante ancho y viene crecido. Hay un poco de nieve en algunos lados, y hace bastante frío. A la entrada de la ciudad hay una gran estatua de una cigüeña, homenaje a la historia que los vecinos cuentan sobre el anual regreso de un macho para a-aparearse con la hembra, que permanece todo el año en la ciudad.

Continuamos hacia la frontera, que atravesamos sin inconvenientes en poco tiempo, aunque debemos bajar del bus para sellar los pasaportes. Ya en Bosnia, la edificación cambia; las casas son más modestas, están bastante descuidadas y en algunas se ven las secuelas de la guerra. A medida que avanzamos hacia Sarajevo los campos están cada vez más cubiertos de nieve, y empiezan a aparecer algunas colinas. Poco después comenzamos a bordear el río Bosna, a cuyos costados se ven algunos poblados y bosques de árboles totalmente pelados. Llegamos a Maglaj, un pueblo que en una colina conserva una fortaleza medieval y también una gran mezquita. Almorzamos en un bonito parador que está cubierto de nieve.

Seguimos bordeando el Bosna, que discurre a través de colinas y bosques cuyos árboles deshojados cubiertos por la nieve pintan hermosas y a la vez fantasmagóricas postalesAl llegar a Sarajevo, nieva intensamente y la ciudad está completamente blanca. Al igual que las calles, los vehículos estacionados e incluso los que circulan están cubiertos por la nieve.

Con la guía local comenzamos el recorrido del casco histórico guareciéndonos bajo el alto techo bellamente decorado de la galería del ex ayuntamiento, hoy un museo. A medida que avanzamos por el centro histórico la nieve se intensifica y debemos tener mucho cuidado al caminar. Los bazares turcos, las aceras y la gran mezquita Ferljadija, donde nos detenemos, están cubiertos por la nieve. Vamos luego a la plaza principal, donde está la gran fuente medieval Sebil, de madera y mármol, y desde donde se observan los blancos minaretes de varias mezquitas. Luego vamos al puente desde el cual saliera el joven anarquista Gavrilo Princip para matar al heredero del trono austrohúngaro, el archiduque Francisco Fernando, y a su mujer, suceso que desencadenó la primera guerra mundial. En esa esquina, que entonces era un bar y ahora un museo, hay una gran placa y fotos que conmemoran el hecho. Volvemos hacia el centro, y llegamos a la catedral cristiana, enfrente de la cual hay un elegante bar al cual, ya separados del grupo, entramos para calentarnos y tomar café macchiato y té con torta. Al salir, bastante repuestos, ya no sentimos tanto el frío aunque la nieve continúa cayendo copiosamente

Es de noche cuando volvemos a atravesar el casco histórico, ya iluminado y con la gran mezquita irradiando desde su cúpula destellos verdes, rojos y azulados. La voz del muecín convocando a la oración, la tenue iluminación de las calles y la nieve que continúa cayendo, convierten al lugar y al momento en una romántica y mágica postal.

En el bus nos dirigimos al complejo hotelero cinco estrellas en el cual nos alojaremos, en las afueras de la ciudad. Es muy ruidoso porque está atestado de jóvenes adolescentes -suponemos que en viaje de estudios- que llenan las canchas de bowling y otros espacios deportivos, además de los numerosos bares. Voy caminando un par de cuadras sobre una espesa y resbaladiza capa de nieve a comprar jarabe para la tos en una farmacia que había visto al llegar. Para reponer fuerzas cenamos abundantemente con buen vino en el bufet junto a Julio y Estela, de quienes nos hemos hecho amigos.

Cuando salimos por la mañana continúa nevando, aunque menos, y la blancura de la ciudad es total. Nos dirigimos al “túnel de la vida”, que fuera construido por los bosnios durante la guerra del 91 al 95, cuando Sarajevo soportó el asedio más largo de la historia de la humanidad. Edith se queda en el bus por el frío, y yo voy a la casa donde comenzaba el túnel, que los habitantes de la ciudad habían construido a lo largo de casi un kilómetro para llegar hasta el aeropuerto, donde estaban los aviones de las Naciones Unidas que podían evacuarlos. El túnel nunca fue descubierto a pesar de los francotiradores y de la artillería pesada serbia que disparaba desde las colinas circundantes. Veo primero un video con la actividad en el túnel durante la guerra, y luego recorro el trecho, de un metro cincuenta de altura, que permanece reacondicionado y ambientado con los sacos de arena, bombas, proyectiles y demás elementos bélicos de la época. Es un lugar sugerente que me transporta veinticinco años atrás a los días de la guerra, cuando los argentinos seguíamos el conflicto por la televisión. Hay diarios de la época, fotografías de los hombres que escaparon y de los que murieron, y enseres cotidianos de la casa donde empezaba el túnel. La propietaria de esa casa es quien ha reacondicionado la misma para la visita del público.

Continuamos por paisajes nevados similares a los que vimos al llegar a Sarajevo, y pronto comenzamos a bordear el río Neretva. Más adelante bordeamos también un grande y bonito lago y luego comenzamos a ascender por un camino sinuoso hacia las colinas cada vez más altas hasta convertirse en montañas, desde las que se ven precioso valles. En esta zona de Herzegovina se libró la batalla de Neretva entre los partisanos de Tito y los nazis durante la segunda guerra, y allí se filmó también la película “Tito y el Eje”. Las montañas continúan nevadas, y las aguas color esmeralda del río contrastan hermosamente con su blancura. Nos detenemos en un mirador, y luego continuamos hacia Mostar. En la ruta hay un despiste de un gran camión, pero luego de unos minutos de espera lo sorteamos sin dificultades.

Mostar es una ciudad preciosa, con sus callecitas pavimentadas con pequeñas piedras ovaladas bordeadas por tenderetes que simulan un bazar turco en los que se ofrecen bellas piezas de orfebrería. Todo histórico conserva edificaciones y mezquitas de los siglos XV y XVI, y en sus vetustas paredes pueden verse todavía las huellas de la guerra de los 90.

Llegamos al famoso puente de piedra sobre el Neretva -Stari Most-, construido por Suleimán el Magnífico, y que fuera destruido por los croatas y luego reconstruido después de la guerra, pero no ya en piedra sino en cemento. A pesar de ello conserva su encanto, y desde él se observa un bellísimo panorama de la ciudad a orillas del río, con los minaretes de las mezquitas y las fortificaciones medievales. Debajo de la torre de entrada hay una gran piedra con la leyenda “No forget 93”, fecha de la destrucción.

Cruzo el puente -Edith se queda en ély voy a caminar por la parte más antigua, desde donde las vistas son aún más espectaculares. Lamentablemente me he quedado sin batería para la video filmadora, y me he olvidado en el bus la de repuesto, por lo que sólo puedo filmar algo con el celular. En la calle principal almorzamos sendos platos de riquísima y caliente sopa que nos reconforta, y baklava. A la entrada de esa calle hay una gran iglesia cristiana, prueba de la coexistencia pacífica que existía antes de la aguerra entre musulmanes, cristianos y ortodoxos. Sale el sol a ratos, pero continúa muy frío, Vieko nos informa que hace 0 grados.

Continuamos hacia el santuario de Medjugorje, ascendiendo hacia los cerros por un camino sinuoso desde el que puedo contemplar lindos y apacibles paisajes del valle y algunos poblados. En Medju jugorje hay un gran espacio abierto -similar al de Fátima, en Portugalpara la concentración de fieles, y una iglesia y una capilla que no tienen nada de particular. Voy a caminar solo por el pueblo, que también es anodino, y continuamos hacia las bellas cataratas de Kravice, en medio de una compacta vegetación. Tiene 30 metros de altura, y debo bajar -¡y subir…!80 escalones para llegar a ella. Edith se queda contemplándola desde un mirador donde ha estacionado el bus.

Ya de nuevo en Croacia -las aduanas continúan siendo ágiles y expeditivas-, volvemos a ascender hacia una respetable altura desde donde se observan los canales y meandros naturales del río Neretva, zona que denominan “la huerta de Croacia”. Es el crepúsculo cuando llegamos a la vera del Adriático. La ruta que lo bordea -la “magistrala” nos permite avizorar los bellos paisajes de un brazo de mar y las islas que de él emergen. Nos detenemos en un parador, desde el cual contemplo una soberbia postal del Adriátco y sus contornos, en el cual se reflejan los rojizos rayos de la puesta de sol. Ya está oscureciendo cuando volvemos a hacer aduana en Neum para entrar en Bosnia Herzegovina. Este país posee una estrecha franja de tierra que da al Adriático, pero en realidad no tiene salida efectiva al mar, porque las tierras circundantes son croatas, y ellos controlan esas aguas. Ya es de noche cuando entramos una vez más en Croacia, y pocos kilómetros más adelante llegamos a Dubrovnik, la antigua república independiente de Ragusa, cuyo status político fue definitivamente abolido por Na72

poleón. La cena en el cinco estrellas es magnífica, con chefs que cocinan a la vista de los comensales.

Por la mañana lo primero que hacemos es dirigirnos al funicular, que asciende hacia una cima desde la cual se observa una espectacular vista de la ciudad, su caso histórico y las impresionantes y altísimas murallas. Luego de bajar, cruzamos la puerta de Ploca -con la estatua de san Blas, y al lado del fuerte Reveliny entramos al casco histrico. Vamos atravesando innumerables callejuelas perpendiculares a la calle principal -Stradum, o Plocacon empinadas escalinatas que de un lado de la calle suben y del otro bajan, flanqueadas por casas que están deshabitadas u ocupadas por bohemios y sobrevivientes de la guerra.

A la entrada de la Stradum -ancha y llanaestán la iglesia de san Blas, de estilo barroco, la catedral, el palacio Sponzaal que no podemos entrar porque lo están restaurando-, la torre del campanario, las bellas arcadas del Ayuntamiento… Es el día del festival de las ostras, que la gente degusta parados frente a altas mesitas. Hay música y el sol calienta lo suficiente, por lo que el ambiente es muy festivo.

Caminamos hacia la otra punta de la Stradum, donde está la gran fuente circular Onofrio, del siglo XVI, con 16 caras laterales. A su lado está el convento de las Clarisas y el monasterio franciscano, al que entramos por la pequeña iglesia del Salvador, de principios del siglo XVI. Vemos los claustros, el museo de arte sacro y la farmacia más antigua de Europa -Mala Bracade 1317. Aparte del museo de ésta, sigue funcionando como farmacia con ventas al público de productos naturales.

Vamos luego al antiguo puerto a embarcarnos en la lancha que nos lleva por detrás de la isla que está frente a Dubrovnik, hacia los acantilados de las afueras de la ciudad. La vista de las altas y sólidas murallas del siglo XVI es soberbia. Lamentablemente se ha nublado y comienza a lloviznar con un viento frío.

De vuelta tomamos algo en un bar y comenzamos a recorrer la ciudad -la plaza con la estatua del poeta Iván Gundulic, estrechos pasadizos techados, callejuelas semi desiertas… Subimos a una parte de las murallas desde donde se observa el puerto y parte de la ciudad, pero no vamos a recorrerlas completas porque son muy largas. Almorzamos pizza al aire libre -con sólo un techo de plástico a pesar del frío, porque los pequeños restaurantes no tienen mesas adentro. Toda la infraestructura turística está hecha para el verano, cuando la ciudad se llena de visitantes. Ahora hay muy poca gente en las calles, y continúa lloviznando.

Volvemos caminando por la Stradum hacia el monasterio franciscano para comprar cosméticos en la farmacia, pero está cerrada. Mientras Edith me espera dentro de un estudio cinematográfico -en Dubrovnik se han filmado partes de “Games of thrones yo voy a la parte alta de la ciudad subiendo unas bellas y altas escalinatas donde se filmaron algunas escenas, pero arriba sólo hay viejos edificios descuidados y una gran iglesia abandonada. Es la única parte de la ciudad donde veo piso de tierra.

Volvemos a la otra punta de la calle y nos refugiamos de la lluvia en la Catedral, donde nos espera la sorpresa de una orquesta con un gran coro que están ensayando. Nos quedamos un buen rato escuchándolos, y luego descansamos en un bar tomando el clásico café machiato y gaseosas.

Aunque habíamos decidido quedarnos hasta la noche y regresar al hotel por nuestra cuenta, al final nos reunimos con el grupo -porque continúa lloviznando y salimos por la puerta Pila, frente a la fuente Onofrio. La puerta, del siglo XVI, es un complejo de dos puertas, la exterior renacentista y la interior gótica, a la que se llega atravesando dos puentes, uno de piedra y el otro levadizo. Se halla rodeada por torres y murallas.

Volvemos en el bus al hotel, que está en las afueras de la ciudad, y desde cuyas terrazas y jardines se observan unas espectaculares vistas sobre el Adriático. Aprovechamos para recorrerlo y arreglarnos sin apuro para ir a cenar. A medianoche debemos adelantar el reloj una hora -lo que significa una hora menos de sueño…-.

Salimos temprano hacia Split por el camino ya recorrido -la “magistrala” bordeando el Adriático. Volvemos a entrar en Bosnia y luego de nuevo en Croacia, siempre bordeando el mar. Se ven pequeñas calas, islas, pueblitos de pescadores… a través de un paisaje muy agradable. Llegamos a Split al mediodía.

Luego de alojarnos en el hotel, vamos caminando por una amplia peatonal hacia “la riva” -un hermoso paseo a la orilla del mar donde están ancladas pequeñas embarcaciones y también un gran crucero. Entramos al casco antiguo -que está íntegramente construido sobre el palacio que el emperador romano Diocleciano mandó levantar a fones del siglo III por la puerta de Oriente, con altas torres y arcadas románicas. Almorzamos empanadas y otros bocadillos en un localcito al paso, y luego volvemos a salir para recorrer las plazas y callecitas circindantes. Hay una pequeña placita donde está la estatua de Marco Marulic -poeta croata del siglo XV defensor del cristianismo-(*) que tiene fachadas de cinco estilos diferentes: románico, gótico veneciano, renacentista, neoclásico y art nouveau, además de una gran torre medieval. Todo el conjunto es hermoso y sugerente.

Luego nos reunimos con la guía local, quien nos lleva a los sótanos del casco chico, donde están las altísimas ruinas, más o menos conservadas, del palacio de Diocleciano (**). Allí vemos las largas estancias con sus altas bóvedas, un catafalco, el busto del emperador… Algunas puertas del palacio están derrumbadas y llenas de escombros consecuencia del peso de las construcciones que con el paso de los siglos se han ido construyendo sobre él.

 

(*) Es extraño y sugestivo que en los Balcanes -como en Rusialos poetas y escritores tengan gran predicamento en la población y se levanten estatuas y monumentos en su honor.)

 

(**) El palacio en realidad era un complejo que englobaba no sólo al palacio propiamente dicho sino también a una fortaleza militar.

 

Salimos luego hacia el exterior a través de una galería techada con arcadas y flanqueada por tenderetes de todo tipo, y luego de recorrer estrechas callecitas del casco chico llegamos al enorme e imponente frontis del palacio, al lado del cual está adosada una iglesia con alto y bello campanario. Salimos fuera de la muralla que lo rodea y volvemos, ya de nuevo por nuestra cuenta, al centro de la ciudad, fuera del casco chico. Paseamos, descansamos al solcito en la plaza en el pedestal de la estatua de Marulic, y regresamos a la riva. Allí nos reencontramos con Julio y Elena, que están sentados en uno de los tantos barcitos al aire libre que bordean el mar, y descansamos tomando unas cervezas. Por primera vez durante el viaje me despojo del buzo, ya que el clima es ideal.

Al atardecer volvemos al hotel por la misma calle peatonal; nos detenemos en una hermosa plaza que está al lado de una muralla medieval, donde están el teatro y otros lindos edificios. El hotel es pequeño pero muy bien decorado en madera. Cenamos pasta, carnes con papas y mouse -no buffety nos acostamos temprano. Split es una ciudad preciosa, mágica.

Por la mañana salimos con sol, y a medida que ascendemos por los Alpes Dináricos o kársticos, porque son de esa consistencia continúa el buen clima. Al detenernos en un parador frente a una antigua fortaleza, sigue soleado, aunque con un fuerte viento. Pero cuando llegamos a la cima de la montaña y la atravesamos por un túnel, el panorama del otro lado cambia totalmente: en el cielo hay una cerrazón y tanto las montañas como los campos están cubiertos por la nieve. Seguimos atravesando esos campos nevados y a medida que avanzamos empiezan a aparecer bosques con árboles cada vez más altos. Finalmente llegamos al pueblo donde hay un gran hotel en medio del bosque.

Edith, Julio y una boliviana se quedan en el hotel y nosotros, desde el campamento contiguo, iniciamos la visita hacia el parque nacional Plitvice -patrimonio natural de la Humanidad constituido por lagos, cascadas y bosques. Un grupo de siete personas vamos con Vieko a recorrer el bosque por la parte alta, desde donde podemos observar la panorámica de lagos y cascadas, y la mayoría del grupo, con una guía local, inician el descenso hacia un profundo cañón, al pie de las cascadas, donde las vistas son más espectaculares. Nosotros, por un sendero nevado, continuamos desplazándonos por el bosque y contemplando la gran cascada, las más pequeñas, las más pequeñas rodeadas por el verdor de los pastos, las pasarelas que pasas frente a ellas y los lagos de altura escalonada que van generando esas cascadas. El bosque -de árboles pelados está totalmente nevado, pero no se siente demasiado frío porque no hay viento. El paisaje es una reiterada pero siempre renovada postal para las fotos y las filmaciones. Al llegar frente al lago mayor, sentado en la nieve en posición de buda hay un monje tibetano quien, después de permanecer un rato inmóvil, se levanta y comienza a correr dando alaridos de alegría. Finalmente llegamos a otro campamento donde nos pasa a recoger una camioneta acondicionada para esos lugares, que nos transporta hacia el hotel. Luego de tomar café y deambular el hotel -hay allí un oso embalsamado -recorro los alrededores totalmente nevados. Después de un rato llega el otro grupo, que ha atravesado el lago mayor en lancha.

Continuamos hasta un parador donde almorzamos gulash con macarrones. Aparece un sol débil, y a medida que dejamos atrás los bosques del parque poco a poco la nieve va desapareciendo de los campos, hasta que volvemos a llegar a la costa dálmata, que bordeamos a través de bellos paisajes. En la lejanía distingo un alto y largo puente que une una isla con tierra firme. Al atardecer llegamos a Opatia, la ciudad balnearia que se hizo famosa por las estadías en ella de la nobleza del imperio austrohúngaro.

Cuando salimos con Edith a recorrer la ciudad ya está anocheciendo. Desde la costanera podemos contemplar hermosas vistas de los paisajes que se extienden hacia las afueras, y ya es plena noche cuando nos detenemos en el pequeño muelle en el que se encuentra la estatua en bronce de un pescador, frente a la terraza de un lujoso hotel. Más adelante, sobre una roca, está la gran estatua de una niña con una gaviota, la cual, durante la marea alta, parece quedar flotando sobre el agua. Lujosos hoteles y mansiones jalonan la avenida costanera, adornada con guirnaldas de luces por la proximidad de la pascua. No hay casi nadie en las calles, y el clima es fresco pero muy agradable.

Regresamos al hotel, cuya recepción está ambientada como si fueran las habitaciones de un gran almacén. En el patio hay también un grande y antiguo carromato. Cenamos modo bufet mariscos, salmones, frutos de mar… como no podía ser de otro modo en una ciudad balnearia. La habitación es normal, pero tiene la particularidad de tener una ventana pequeña y sumamente baja, pero desde la cual se ve parte de la ciudad y el mar.

Salimos hacia Eslovenia, cruzamos la frontera y vamos a la famosa gruta de Postonja, la más grande de Europa. Ya en el trencito descubierto que nos lleva tres kilómetros y medio por el interior de la gruta, podemos ir descubriendo un subterráneo mundo de maravillas. Pero sólo cuando descendemos de él y comenzamos a caminar, es cuando ese mundo se nos manifiesta en toda su grandiosidad: senderos que ascienden y descienden flanqueados por bellísimas estalactitas y estalagmitas de todas las formas, colores y consistencias, algunas brillantes como diamantes.

Llegamos -Edith también se animó a venir a pesar del problema de la rodilla a una inmensa cámara a través la cual el camino serpentea subiendo y bajando sobre abismo de piedra y sal. La iluminación difusa le confiere un cariz fantasmagórico: las formaciones pétreas mutan sus colores con cada cambio de luces, y los turistas que alcanzo a divisar en los senderos superiores e inferiores parecen pequeñas hormigas. Calculo que la gigantesca bóveda de la caverna debe de estar unos cien metros por encima de nuestras cabezas. Descendemos lentamente por un caminito húmedo, mojado por las filtraciones de agua de las paredes, y llegamos finalmente, luego de una hora de trayecto, a un gran anfiteatro natural adornado con lámparas de cristal de Murano en el que suelen realizarse conciertos. Abordamos nuevamente el trencito, que a través de una doble vía nos deja cerca de la salida, a la que llegamos caminando. Antes vemos el río subterráneo que penetra en la gruta, y en unos arroyuelos descubro los enigmáticos proteus anguinis, fuente de mitos y leyendas. Son unos pequeños reptiles alargados de hasta treinta centímetros de longitud, de transparente piel casi humana, cuatro patas y sin ojos, a los que llaman “peces humanos” o “pichones de dragón”. Viven hasta cien años y pueden estar diez sin comer. Ya fuera de la salida, el río forma un diquecito con pequeños saltos de agua.

Poco después llegamos a Bled. Está nublado y frío, pero el paisaje es bellísimo. Desde la costa del lago se ve la isla, en la que se destaca la alta torre del monasterio de los franciscanos. Del otro lado, en la cima de una colina, se recorta la silueta del castillo, que tiene como telón de fondo las altas montañas nevadas. Comienza a lloviznar cuando subimos a un pintoresco y colorido bote. Un remero -especie de gondolero- lo hace avanza lentamente hacia la isla. La quietud del lugar y la llovizna ponen un toque romántico a la travesía. Luego de bajar en la isla subimos una larga y empinada escalinata que nos lleva hasta el monasterio. Desde arriba contemplamos otra magnífica postal del lago. Al volver, pasamos frente a la terraza volada sobre el lago de la casa en la que solía hospedarse el mariscal Tito.

Vamos después a visitar el pueblo, y almorzamos en una recoleta cantina riquísimas sopas de hongos y de pollo, vegetales y crema. Cuando continuamos

recorriendo el pueblo ya ha salido el sol, pero en algunos rincones todavía hay un poco de nieve. Seguimos luego hacia Lubliana, la capital, por una carretera con pesado tráfico de camiones.

Lubliana es hermosa. Caminamos hasta la plaza central, alrededor de la cual hay muchos edificios de estilo barroco y art nouveau. En el centro de la plaza está el gran monumento al poeta nacional France Precerej. La frustrada historia de amor del poeta con una señorita de la ciudad -ella al final se casó con otro, y él con otraquedó inmortalizada en la estatua del monumento y en el busto de la muchacha enclavado en la que fuera su casa, ubicada frente a la plaza, como si ambos estuvieran mirándose.

Frente a otra plaza cercana hay un hermoso edificio ocupado por la universidad, y en otro costado de ella la Filarmónica, cuyo primer director fuera Gustav Mahler. Cruzamos el puente sobre el río Lublianesa -el mismo que corre por el interior de la gruta Postojniahacia el barrio medieval, donde ya no existen casas de esa época pero que conserva hermosas edificaciones antiguas y la sinuosidad de sus calles, desde donde se puede ver, sobre una colina, el castillo del siglo XIV. En esa colina, en el siglo I A.C. ya había una fortaleza y un templo, y en la alta edad media se construyó el primer castillo de madera.

Luego de visitar la catedral -nada especial vamos al mercado, a esa hora vacío. Allí se expende leche fresca, que una máquina va colocando en las botellas. Cruzamos de nuevo el río y en un bar de la costanera toamos té y café con strudel. Cuando nos reunimos con el grupo al anochecer, y aunque había salido el sol, vuelve a hacer mucho frío.

En el hotel compartimos una cena de despedida con el grupo, ya que la mayoría de ellos sigue en bus a Venecia. Unos pocos volvemos a Zagreb; nosotros volaremos a Venecia vía París, mientras que los otros seguirán a Bosnia y Dubrovnik, por el itinerario que ya hiciéramos nosotros.

Por la mañana vamos a Maribor, la segunda ciudad de Eslovenia, pequeña y muy bonita. Caminamos bastante por el centro hasta la catedral -a la que no entramosy hasta una hermosa plaza, cerca del río Drava, rodeada de bellísimos edificios, y en cuyo centro hay una alta fuente rodeada de estatuas de mármol. Volvemos por unos pasadizos solitarios, pero llegamos a tiempo para reunirnos con el grupo en el bus.

Luego de cruzar la frontera croata, proseguimos hacia Zagreb a través de pueblitos rurales, colinas, bosques y varios túneles. Pasamos por el lugar donde fueran descubiertos los restos del hombre de Cro Magnon, y llegamos a Zagreb pasado el mediodía. (Habíamos almorzado sanguiches y fiambres adquiridos en Maribor, porque no íbamos a parar a almorzar.)

Luego de alojarnos en el hotel -algo más alejado que el que estuvimos primeroel resto del grupo, que no conocía Zagreb, va a hacer el city tour en el bus, y nosotros aprovechamos para que nos lleven hasta el centro, cerca de la plaza Bela Jelasic. Caminamos por ella y por la zona, entramos a un

shopping, y cuando estamos sentados decidiendo que hacer antes de tomar una café, vemos que pasa el grupo, ya de regreso. Como estamos algo cansados, decidimos volvernos con ellos al hotel.

Voy a caminar solo por la zona residencial ale-daña, con grandes edificios, muchos bares y confiterías y también con callecitas laterales donde hay modestas y antiguas casitas pintadas de color pastel. A la noche cenamos, ya por nuestra cuenta, rissotto en el hotel, que es bastante lujoso.

El día siguiente es fatal. Después de caminar otra vez por la zona y fotografiar -hay árboles y arbustos que ya están florecidos a pesar del fríonos pasa a buscar el mismo hombre que nos trajera -y que habla italianopara llevarnos a tomar nuestro vuelo a Venecia vía París. Nora, una abogada uruguaya del grupo, que tiene su vuelo de regreso tres horas más tarde, le pide al chofer que la lleve y viene con nosotros. Al llegar al aeropuerto, Nora intenta hacer nuestro cheek in, pero la máquina rechaza nuestros pasaportes y nos indica que vayamos al mostrador. Y allí ¡oh sorpresa! nos enteramos de que nuestros nombres no están en la lista de pasajeros del vuelo de Air France. Después de reclamar en las oficinas correspondientes, y pese a la ayuda de Nora, que habla inglés, el reclamo no prospera. “El vuelo está cerrado”, es la única respuesta. Me quieren vender pasajes en la clase bussines a 450 euros cada uno, u otro con escala en Viena a 400. Aunque los dólares que llevo me alcanzarían justo, obviamente no accedo porque no podría subsistir en Italia. Después de llamar a mi hija en Córdoba para que se conecte con la agencia -infructuosamente, porque es el feriado de semana santa agradecemos a Nora se ayuda y ella se va a realizar sus propios trámites. Y así, sentados en un banco con nuestro equipaje, pasamos el momento más desagradable del viaje; sin saber qué hacer, en un país en el que apenas hablan inglés y absolutamente nada de castellano, y sin dinero para la estadía en Venecia si comprara los pasajes que me ofrecen. Finalmente averiguo que en la Turkish Airlines hay alguien que habla italiano, y al exponerle a la mujer -muy amable pero que de italiano no habla casi nada nuestro problema, se dirige a la aerolínea croata, y al rato regresa para informarme que no hay más opciones, pero me pregunta, sin mucha convicción, si no estaríamos dispuestos a viajar a Venecia directamente en bus, a lo que respondo positivamente sin dudar. Nos informa que del aeropuerto salen buses -baratísimos…que nos dejarán en la terminal de Zagreb para que, por 50 euros cada uno, tomemos el bus que nos llevará a Venecia. Así lo hacemos, y luego de almorzar -¿merendar…?pizzas, salimos en el atardecer.

El viaje parece interminable; el cruce de la frontera croata-eslovena es muy lento, comienza a llover, debemos cambiarnos de asiento porque el muchacho que va atrás mío golpea a cada instante mi respaldo, y luego de intentar dormir infructuosamente, finalmente volvemos a pasar por Lubliana. Por suerte en el bus venden bebidas y algunos paquetitos de comida. Casi a la medianoche iniciamos el descenso hacia Trieste -no hay que hacer aduana y luego de llegar a Venecia nos dirigimos finalmente a Mestre, que es donde tenemos reservado el hotel.

Bajamos del bus en una calle totalmente desierta, tanto de vehículos como de personas; ni pensar en tomar un taxi. Antes de que se vaya le pregunto al chofer donde queda la estación de trenes, enfrente de la cual debería estar nuestro hotel. “Ahí” me dice, señalando la acera de enfrente. Entonces, pienso, nuestro hotel debería estar por aquí. Levanto la vista y justo encima de donde estamos parados veo el cartel que señala el hotel. Sin poder creerlo, pregunto al conserje si están nuestras reservas, y sí, están. Es más de la una, estamos muertos de cansancio, pero el minibar tiene bebidas y comidas. Aviso a mi hija que suspenda todos los trámites, y nos dormimos beatíficamente.

En la mañana, después del desayuno, tomamos un tren que en diez minutos nos deja en la estación santa Lucía de Venecia. Allí, ya olvidados de las peripecias del día anterior, compramos los tickets para ir a las islas de Murano, Torcello y Burano. Después vamos en ferry -no por el Gran Canal, sino por fuera a la estación de la piazzeta que está frente al palacio ducal. Caminamos por lo típicos vericuetos de Venecia hasta llegar por atrás a la plaza San Marcos. Almorzamos en un restaurante de

los alrededores cazuela de callos con polenta y luego embarcamos hacia Murano.

Allí nos muestran cómo se fabrican las piezas de cristal -que habíamos visto en otro viaje y mientras

Edith compra algo en el carísimo negocio contiguo, yo voy a caminar por las aceras que bordean los canales. Las vistas son bonitas, pero nada excepcional. El día, que estaba agradable y soleado, se pone nublado y con fuerte viento mientras nos dirigimos a Torcello, una isla que está casi deshabitada. Caminamos largo trecho a la vera del canal que conduce al minúsculo pueblito de pescadores, atravesando algunos viñedos y sembradíos. En el pueblo están las ruinas bien conservadas de Santa María Asunta, la primera catedral de Venecia, fundada a principios del siglo VII. Después de tomar café en un chiringuito volvemos a embarcarnos hacia Burano, la más bonita de las islas, con sus negocios de bordados y sus casitas de colores resplandecientes. Caminamos bastante, pero lamenta-mente sigue muy frío, nublado y ventoso. Es el anochecer cuando volvemos a la estación Santa Lucía, y de allí proseguimos en tren hacia Mestre. Llevo sándwiches y bebidas al hotel y nos acostamos temprano.

Llovizna cuando a media mañana salimos en tren hacia Verona, a la que llegamos dos horas después, pasando por Pádova y Vicenza. Vamos en taxi hasta la plaza Bra, centro neurálgico de la ciudad, a un costado de la cual está el famoso anfiteatro romano Arena, donde suelen efectuarse grandes eventos musicales. Subimos aun trencito turístico abierto -por lo cual nos hace bastante fríoque nos lleva por toda la ciudad, incluso a las zonas más alejadas como el Puente de Piedra y la Catedral, bordeando el río Adigio.

Cuando regresamos, comenzamos a caminar por la calle principal, en la cual almorzamos pizza y sándwiches parados, porque no hay mesas ni sillas. Continuamos hasta la plaza “de las hierbas”, repleta de puestos de flores y otros artículos, y en cuyo centro está la fuente de Madonna Verona y en su extremo el palacio Maffei. Vamos después a la plaza donde están las “arcas scalígeras” de estilo gótico, tumbas de los podestá(*) de la dinastía de los Della Scala. Resguardan los sarcófagos de Cangrande, Mastino, Consignorio y Giovanni, esta última levantada en la fachada de la iglesia que está enfrente. En la cima de las tumbas góticas están las estatuas ecuestres de esos podestá. Luego vamos a la contigua plaza dei Signore, en cuyo centro se levanta la estatua de Dante, y a los costados los palacios de Domus Nova, la Casa della Pietá, la Logia del Consiglio, el palacio del Capitán, etc. Entramos luego al patio del palacio de la Ragione, en donde se inicia una hermosa escalinata de mármol hacia el interior. En su frente, sobre la plaza de las hierbas, se levanta la esbelta torre de Lamberti.

 

(*) Título de los antiguos gobernantes de Verona.

 

Proseguimos luego hacia la “casa de Julieta”, para ver el famoso balcón. El patio está repletísimo de gente, y en él se encuentra una estatua en bronce de la supuesta Julieta, prácticamente invisible por las personas que la rodean para sacarse fotos. En el interior de la casa hay otra estatua, y las paredes de

la entrada están totalmente cubiertas por las firmas

y los mensajes de los turistas.

Descansamos después un buen rato en una plaza que está frente a una iglesia, y luego recorremos los alrededores para retomar una calle paralela a la que transitáramos al venir. Allí merendamos café y té con masas en un estrechísimos pero calentito bar lleno de gente y con sólo dos mesitas con sillas. Cuando regresamos a la plaza Bra, ya no llovizna aunque continúa el frío, pero nosotros no le prestamos atención porque Verona es bellísima.

Tomamos un bus que nos lleva a la estación de trenes, donde abordamos uno mucho más rápido que eue nos trajera, En el trayecto vemos las monmontañas nevadas de los Alpes Trentinos, y cuando llegamos a Mestre el cielo ya está limpio. Compramos fiambres y cenamos en la habitación, junto a las latas de atún y las galletitas que siempre llevamos, por las dudas… En el mini bar hay cervezas, y hacemos café en la pava eléctrica.

Cuando en la mañana salimos en tren para Vicenza, el día está precioso, soleado y con temperatura agradable. Pasamos de nuevo por Padova, y al llegar a la estación tomamos un taxi que nos deja en la plaza Matteotti. A su frente está al teatro Olímpico, pero no entramos a él. Caminamos por el corso Palladio hasta la plaza dei Signore, en cuya entrada hay dos altas columnas con el alado león de Venecia y con el Cristo Redentor. En un costado de la plaza está la hermosa y grande “basílica palladia89

na”, creación, junto al teatro Olímpico y a otros muchos edificios de Vicenza, del famoso arquitecto Andrea Palladio, del siglo XVI. Los costados de la

plaza están ocupados por las mesas de los bares. Reina un gran bullicio, que no logra sin embargo tapar los acordes que un clarinetista y un guitarrista arrancan a sus instrumentos frente a la iglesia de San Vicente. Vamos después a la plaza del Duomo, de estilo gótico, pero como está cerrado no podemos entrar. No hay casi nadie a su alrededor, y una solitaria violinista ejecuta Mozart sólo para nosotros y otro par de turistas. Almorzamos fiambres de la zona y ensaladas en un restaurante al aire libre -el clima es magnífico y siempre caminando retornarmos a la plaza dei Signore y al corso Palladio para seguir hasta el Palacio Vechio. Al final del corso entramos a los jardines Salvi, que no tiene demasiados atractivos. Seguimos por el gran parque Campo de Marzo, donde está el monumento al famoso navegante y escritor local Antonio Pigafetta, en cuyas paredes hay unos exaltados versos de su coterráneo, el poeta Antonio Fogazzaro. Volvemos a la estación y tomamos un tren que nos deja en la estación Santa Lucía de Venecia.

Hay una multitud de gente en las calles porque es Pascua y porque el clima es agradablemente cálido. Caminamos hasta la judería, donde están las sinagogas, el ghetto viejo y el nuevo y por donde deambulan algunos judíos ortodoxos, con sus respectivos trajes negros, sus largos rulos y sus kipás. En un bar judío de la plaza, al lado de mu-l seo Hebraico, tomamos café y gaseosas, y luego de cruzar un puentecito caminamos por la orilla del río Girolamo, flanqueado por antiguos palacios mal conservados y surcado por alguna góndola y otras

pequeñas embarcaciones. Luego de mucho caminar, y luego de ver pasar una lancha policial a toda velocidad con la sirena ululando, descansamos en un muellecito a la vera de otro canal, y continuamos caminando por la Strada Nuova hacia la zona del puente Rialto. Comemos riquísimas masas de almendras al lado de un coqueto puentecito sobre un pequeño canal surcado por varias góndolas con turistas, y luego de atravesar múltiples vericuetos -la calle principal está cortada por la policía, no sabemos por quéllegamos finalmente al puente Rialto. Desde su cima contemplamos, a uno y otro lado del mismo, la mundialmente famosa postal sobre el Gran Canal al atardecer, cuando las luces comienzan a encenderse y los últimos rayos solares doran las aguas, los palacios y las embarcaciones. Abordamos un vaporetto y surcamos una vez más el Gran Canal, admirando y filmando los bellísimos edificios que lo flanquean.

Llegamos, ya anocheciendo, a la ferrovía de Santa Lucía, descansamos un rato en un banco escuchando a un conjunto de música andina, y volvemos a tomar el tren para Mestre ya de noche. Ce-namos en la estación focaccia y bocadillos con cerveza, y nos acostamos cerca de la medianoche, muertos de cansancio.

A la mañana pensábamos volver a Venecia para visitar algún palacio-museo, pero tenemos mucho sueño y seguimos cansados, por lo que desistimos y seguimos durmiendo un poco más. Después vamos a caminar por Mestre, hacia el centro, pero no hay nada importante que ver y retornamos al hotel luego de comprar algunas chucherías en los negocios de la zona, que cuestan la mitad que en Venecia. Almorzamos en el restaurante del hotel espaguetis a la carbonara y a la boloñesa con un buen vino, y vamos a buscar el equipaje que habíamos dejado en el depósito.

Nos busca el transfer para llevarnos al aeropuerto, y luego de un vuelo de dos horas estamos de nuevo en Amsterdam. Después de una respetable espera en el aeropuerto de Cipoll -aunque no tan larga como cando fuimos a la India, ¡once horas!salimos para Ezeiza ya de noche, y llegamos a las seis. Después de una larga espera vamos a la otra terminal para iniciar el embarque, y entonces me entero de que nuestro equipaje no irá a Córdoba, como me lo habían despachado en Venecia, sino que debemos recogerlo y volverlo a despachar. Por suerte me lo tienen en Air France en la terminal donde habíamos llegado, y luego de recogerlo volvemos de nuevo a la otra terminal para terminar el trámite. Llegamos a Córdoba al mediodía, donde nos espera nuestra hija para llevarnos a casa.

 

VIAJE A LOS PAÍSES BÁLTICOS, POLONIA Y REPUBLICA CHECA

(22 de agosto al 7 de setiembre del 2018)

 

Salimos a las 16 en un vuelo normal a Ezeiza, donde debemos esperar 8 horas para tomar el avión de la Turquish hacia San Pablo y luego Estambul.

En Ezeiza nos encontramos con un matrimonio amigo que viajará en el mismo avión para proseguir luego a El Cairo. En San Pablo paramos 2 horas para que suban otros pasajeros, llegamos a Estambul cerca de la medianoche. La compañía nos lleva a un Holliday Inn en la colina Eyup, cerca del bar de Pierre Loti. Dormimos apenas 3 horas porque a las 4 debemos levantarnos para que nos lleven a tomar nuestro avión a Tallin.

El viaje de tres horas es normal, y nos alojamos en un hotel cerca del casco histórico. Luego de almorzar vamos caminando por una empinada cuesta hasta al colina de Toompea, donde está el castillo con su altísima torre llamada “Herman el Largo”. El fuerte es del siglo XIII y ahora funciona allí, en un ala restaurada, el parlamento estonio. Enfrente está la bellísima catedral ortodoxa Alejandro Nevski, que sigue los lineamientos estilísticos de las iglesias de Moscú -cúpulas en bulbo, frontispicios dorados, etc.-. El interior está fabulosamente decorado, como todas las iglesias ortodoxas. Pensábamos ir al parque Kadriorg, donde está el palacio de Catalina, pero desistimos porque hay que ir a la estación de trenes y está algo lejos.

Subimos en cambio al trencito que recorre el caso histórico, cuyas calles empedradas hacen sacudir bastante al vehículo. Luego de recorrer todo el casco histórico y algunos parques, bordeamos las altas murallas de la ciudad y entramos por la puerta de piedra donde está la “torre de la doncella”, llamada así irónicamente porque allí solían encerrar en el siglo XIV a las prostitutas. Es un lugar mágico, donde están las enormes estatuas de los monjes negros sin rostro, y desde donde se observan vistas maravillosas de las torres de las iglesias de Tallin y los tejados rojos de la ciudad. El lugar es sitio de leyendas -como que la torre de la doncella estaba habitada por fantasmas y donde también tenían lugar allí duelos y suicidios. Tomamos gaseosas en un precioso bar en una callecita al lado de la catedral, y luego vamos hasta la iglesia católica de Santa María, de principio dl siglo XIII y la más vieja de Tallin, pero está cerrada. Regresamos al hotel a través del gran parque que está frente al castillo, y dormimos un rato. Cenamos en el hotel y nos acostamos a la medianoche. (El sol se pone en Tallin a las 21)

Salimos para hacer el city tour y vamos primero de nuevo a visitar por dentro la catedral Alejanadro Nevski. Luego recorremos el barrio Kadriorg, en medio de un bosque que se prolonga hacia el parque donde está el palacio de Catalina, pero al cual no vemos. En ese barrio vivía la nobleza del siglo XIX. Vamos después, pasando frente al hotel Vidú -en el cual funcionaba, en el último piso, la central de espionaje de la KGBal “campo de la música”, donde cada 4 años se realiza un importante festival con figuras como Madonna, Sting, etc. y donde en el 91, luego del colapso de la Unión Soviética, se produjo la “revolución cantada”, única de los países bálticos en la que no se produjeron hechos violentos, y donde se proclamó la nueva independencia de Estonia. En ese año tuvo lugar la “cadena humana” que unió los 3 países bálticos, iniciándose en Tallin y concluyendo en Vilnius. Desde el “campo de la música se ve el mar Báltico, con los cruceros que allí atracan.

Continuamos luego por el casco histórico y accedemos a dos miradores de la ciudad alta, desde los cuales se observan preciosas vistas de Tallin con su enjambre de iglesias, torres, murallas, tejados… Vemos la gran torre “Margarita la gorda”, la altísima aguja de la iglesia san Olaf -que con sus 154 metros fue, en el momento de su construcción en el siglo XII, el edificio más altoy muchas otras construcciones medievales, siempre con el mar Báltico de fondo. Permanecemos un rato en una minúscula y pintoresca placita rodeada de bares y pubs y repleta de turistas, muchos e habla hispana, que llegan en los cruceros.

Bajamos luego por el callejón de Santa Catalina hacia la ciudad baja, donde está la bellísima plaza del Ayuntamiento, de principios del siglo XV, rodeada de hermosos edificios, donde termina el city tour con guía. Hay un mundo de gente en las calles, y almorzamos en una terraza al aire libre tallarines con hongos. Entramos a un callejón donde, en el piso, están las placas de los distintos momentos históricos de Tallin desde su fundación y admiramos el reloj de madera más viejo de Tallin, en la iglesia del Espíritu Santo. Vemos los edificios puntiagudos a dos aguas de los “cabezas negras”, hermandad medieval que tiene sus casas en todos los países bálticos. Caminamos luego hacia la colina de Toompea, viendo hermosos edificios y deteniéndonos en una placita donde pintores y artesanos exponen sus obras. Tomamos café en un bar al paso, donde un único muchacho trabaja incansablemente pata atender a los clientes. Esta aptitud para el trabajo es característica de los estonios. Seguimos en busca de la estación de trenes para ir al parque Kadriorg, pero decidimos abandonar de nuevo y nos quedamos en la plaza donde han levantado un inmenso escenario cubierto y donde una orquesta está terminando de actuar. En la plaza hay una completísima exposición de grandes fotografía antiguas de la ciudad y sus monumentos históricos. Mientras Edith descansa en un banco, entro a la iglesia que está frente a la plaza, donde un coro está ensayando. La tarde está nublada pero el clima es muy agradable. Volvemos caminando a través de un parque hacia las murallas donde ya estuvimos ayer, y luego regresamos al hotel por la cuesta que pasa frente a la catedral Nevski y “Herman el largo”.

Como estamos bastante cansados dormimos un

par de horas, y antes que anochezca voy solo a caminar por el parque que está a los pies de la colina de Toompea. Cuando llego hasta otra parte de las murallas, donde hay una placa conmemorativa a Boris Yeltsin y otra gran puerta de entrada, se ha hecho de noche, y comienza a lloviznar. Me adentro un poco en la parte edificada y luego vuelvo a través del parque, donde hay un lago y desde donde se ve la colina. Al llegar cerca del hotel me paso unas cinco cuadras y debo volver rápidamente porque ha comenzado a llover más fuerte. Estoy muy cansado y dolorido por un desgarro detrás de la rodilla. Cenamos en el hotel y nos acostamos a la medianoche.

Tallin es preciosa, y tiene el casco histórico medieval mejor conservado de Europa. Los estonios son tesoneros, trabajadores, y tratan de no demostrar sus sentimientos. Los padres le enseñan a sus hijos: “que tu rostro sea como el hielo.”

Todo el camino saliendo de Tallin está bordeado por bosques en cuyo interior se levantan las casas de fin de semana y, más adelante, granjas de campesinos. Nos detenemos en Parnu, una bonita y tranquila ciudad balnearia que recorremos brevemente a pie. Allí cerca hay una base militar de la OTAN, y vemos algún moderno avión que sobrevuela la zona patrullando la frontera con Rusia. En la época soviética había allí cerca una base de submarinos atómicos. Aunque Parnu es agradable, no tiene nada de particular. Vamos luego a la playa, pero como está lloviznando, hay viento y hace frío, permanece desierta. De todos modos, el oleaje y la inmensidad del mar Báltico ponen su nota de soledad y melancolía en el paisaje.

Siempre a través de bosques nos adentramos por caminos interiores en la zona rural de Letonia, donde proliferan las leyendas sobre brujas, duendes y hadas. Letonia -Latviaes un país muy supersticioso. Allí se celebran fiestas donde se bebe y se bailan danzas folklóricas con vestimentas típicas, como en la noche de San Juan, cuando la población permanece en los bosques bebiendo hasta que amanece. Almorzamos en Sigulda, en un precioso parador que se llama precisamente “Brujas”, adornado con tallas de madera de tamaño natural de esos duendes y brujas. De postre tomamos helado con el típico dulce de frutos el bosque.

Llovizna cuando vamos al parque nacional Gauja, un bosque muy verde salpicado con grandes estatuas que contiene, además, el castillo de Turaida, la capilla luterana y la tumba de la Rosa de Turaida, la bella joven de 19 años que, a principios del siglo XVII, fuera asesinada por un soldado polaco luego de la batalla entre éstos y los suecos. Maija -así se llama base había citado con su novio Víctor en una gruta de las inmediaciones, pero el polaco, enterado de la cita, usurpó el lugar del novio. Al no acceder Maija a sus requerimientos, la mató y culpó a Victor, que fue detenido y encarcelado. Sólo mucho tiempo después se probó su inocencia, pero ya la leyenda de la Rosa de Turaida había comenzado. Al lado de la tumba -muy visitada por los recién casados hay un tilo, símbolo de la femineidad, así como el roble lo es de la masculinidad.

Recorremos el castillo, que mantiene en pie sólo una parte del mismo y la alta torre de vigilancia; el resto está en ruinas. En la parte restaurada hay un pequeño museo que contiene objetos de los nobles habitantes, los hermanos de la “orden de la espada”, monjes guerreros que fueron asimilados después por los “caballeros teutónicos”

Tanto Letonia como Estonia y Lituania son países pequeños y con pocos habitantes, muy débiles militarmente, por lo que fueron invadidos por alemanes, suecos, daneses, rusos… y más tarde por los nazis y los soviéticos, lo cual los ha tornado muy nacio-nalistas y apegados a su tierra.

Visitamos luego otros dos castillos en Sigulda, pero no entramos porque a uno lo están restaurando y se hace tarde. Llegamos a Riga al anochecer y nos alojamos en el Radisson -de 26 pisoscerca de la plaza del monumento a la liberación.

Por la mañana, luego de un desayuno pantagruélico, iniciamos el recorrido a pie por la calle Elizabeth y las avenidas próximas al hotel, para a admirar los numerosos edificios estilo art nouveau de comienzos del siglo XX, típicos de Riga. En la ciudad hay cerca de 200, a cual más bonito, con estatuas y relieves antropo y fito mórficos, blancos o pintados de color pastel. Entramos también a un negocio para ver las decoraciones interiores del mismo estilo. Atravesamos luego un gran parque con una fuente de aguas danzantes que está frente al Palacio de los Congresos, un grande y austero e-dificio de la época soviética, y cruzamos un romántico puentecito sobre un brazo del río, donde reposan algunos barquitos y canoas. Luego de pasar frente a un típico edificio a dos aguas en cuya fachada están los escudos todas las regiones de Latvia -más de 50llegamos al único trozo de muralla de la ciudad que aún se conserva, con su enorme y redonda “torre de la Pólvora”. Al lado está el museo de la guerra, que alberga objetos y recuerdos de todos los conflictos padecidos por Letonia. Vemos después los tres clásicos y bellos edificios de la hermandad de los “cabezas negras”, y arribamos finalmente a la plaza del Ayuntamiento, presidido por éste y por la iglesia de San Pedro. En un espacio lateral de la plaza se encuentran los bellísimos edificios a dos aguas, rojos y dorados con estatuas en su frente, del gremio de los “cabezas negras”.

Atravesando estrechos pasajes y vericuetos arribamos a la agradable plaza Livu, cubierta de flores y rodeada por bonitos edificios. Terminamos el tour frente al imponente monumento a la liberación, tras el cual sobresale la alta torre de nuestro hotel.

Descansamos un rato en un banco -estamos bastante cansados…y vamos a almorzar tallarines a un restaurante de la plaza Livu, los que, a pesar de ser muy ricos y abundantes y acompañados por vino -o quizá precisamente por eso…hace que por un rato me sienta realmente mal, con opresión en el pecho y taquicardia. Pero la molestia no dura mucho, y después de contemplar los barquitos de excursión que surcan un canal del río Dugava y admirar las magníficas estatuas que rodean la base del monumento a la liberación, proseguimos caminando hasta nuestro hotel.

Edith se queda allí, y yo voy caminando al museo de la KGB, que está relativamente cerca. Por fuera es un lindo edificio de varios pisos, de aspecto normal, pero en su interior albergó en la época de Unión Soviética la central de inteligencia de la KGB, donde se realizaban los interrogatorios y las torturas a los prisioneros, antes de ser enviados a Siberia o simplemente eliminados. Es un museo relativamente pequeño pero con mucha información de la época, aunque sin celdas de detención -al menos yo no las vicomo las que existen en Vilnius.

De regreso entro en una pequeña pero hermosa sinagoga y a una iglesia católica de estilo gótico, también muy linda. Después voy al parque que está frente al hotel y que rodea la magnífica catedral ortodoxa, con sus clásicas cúpulas de bulbos dorados. El interior, a diferencia de otras con recargada decoración, es muy simple y casi todo blanco. Luego de comprar vituallas para cenar en la habitación, regreso al hotel, donde encuentro a Edith algo descompuesta.

Subo al piso 26, donde hay un bar con amplios ventanales queme permiten realizar un festival de fotos y filmaciones de la ciudad al atardecer, con los bulbos dorados de la catedral a mis pies y, en la lejanía, recortados sobre la puesta de sol, el gran puente sobre el Dugava, la Riga moderna, el clásico rascacielos de la época soviética -regalo de Stalinetcétera. Los letones son también algo parcos y reservados, pero no tanto como los estonios. Nos acostamos temprano.

Al salir de Riga cruzamos el puente sobre el importante río Dugava y luego, atravesando capos agrícolas y algunos bosques, llegamos al palacio de Rundale, construido en medio del campo por los duques de Curlandia, ducado que ocupaba gran parte de Lituania durante los siglos XVII y XVIII. Fue diseñado por Bartolomeo Rastrelli, el mismo arquitecto que construyó el palacio de invierno de San Petersburgo para Pedro el Grande. Es de estilo barroco, y posee unos bellísimos jardines de los que sobresalen el “francés” -similar al de Versallesy el “de las rosas”. En el interior se destacan los salones “dorado” -semejante al de Catalina en Pushkiny el “blanco”. Las innumerables habitaciones son un compendio de lujo y la opulencia que caracterizaba a la nobleza de la época. Resulta imposible describir en pocas líneas el sinfín de suntuosos objetos que adornan cada habitación. Rivaliza en belleza y fastuosidad con los palacios de Peterhof y de Catalina, cercanos a San Petersburgo. Tiene incluso varias habitaciones en los subsuelos repletas de escudos de armas y objetos de temática mortuoria -lápidas, estatuas, urnas funerarias.

Continuamos hacia la frontera lituana y tras atravesarla llegamos al exótico “montículo de las cruces”. El lugar es impresionante, cabal exponente de la religiosidad lituana. Hay allí más de cien mil cruces, de un tamaño que va de diez centímetros a cuatro o cinco metros, de tal manera que ya no hay espacio para otras, por lo que las nuevas se han ido extendiendo hacia el campo raso. Comenzaron a colocarse en 1831, en homenaje a los muertos por el levantamiento de ese año, y el proceso nunca ha concluido. Es uno de los santuarios más impresionantes de todo el mundo, visitado por el papa Juan Pablo II.

Al mediodía llegamos a Silé, la cuarta ciudad de Lituania, donde almorzamos en un lujoso restau-rante, muy bien ambientado en los sótanos de una antigua bodega, pero muy oscuro, motivo por el cual Edith se cae al comenzar a subir unos peldaños, aunque no le pasa nada. Cerca de Silé estuvo la base de misiles soviéticos con cargas atómicas que estuvieron en alerta total durante la “crisis de los misiles” en Cuba, en octubre del 62. Luego en el bus Mercedes, la guía española, nos pasa la película “13 días”, referida a esos acontecimientos que casi desatan el holocausto nuclear. El trayecto es largo y aburrido, pero al llegar a Trakai todo cambia. El castillo, ubicado en una isla del lago Galvé, es precioso, y su entorno bucólico y relajante. Algunos veleros y barcos de turismo surcan las aguas el lago, mientras numerosos globos aerostáticos comienzan a elevarse detrás del pueblo. Al imponente castillo del siglo XIV, al que se llega por un largo puente de madera, lo rodea un profundo foso defensivo. Es de estilo gótico, y alberga un completísimo museo de historia. Subo los tres pisos por empinadas y largas escaleras de madera que me cansan bastante, pero la vista del patio interior desde arriba justifica el esfuerzo. En ese patio y en el exterior se suelen efectuar torneos medievales. Al salir, una multitud de globos aerostáticos ya pueblan el cielo, recortándose sobre los últimos rayos crepusculares. Llegamos a Vilnius -o Vilnaya de noche y nos alojamos en el Radisson de 22 pisos que está sobre una colina a la vera del río Vilnia. Cenamos sangüiches en el shoping que está frente al hotel.

Cuando salimos en un breve city tour en bus -el resto lo haremos caminandoestá nublado y pesado, con grandes nubarrones que presagian lluvia. Recorremos un largo trecho a la orilla del río, flanqueado por el extenso bosque de un parque, y llegamos a la iglesia de San Pedro y San Pablo. El sencillo exterior barroco del siglo XVIII no prefigura el lujo exorbitante del interior: es una sinfonía de relieves y apliques barrocos blancos y dorados sobre la cúpula y las paredes totalmente blancas. Del techo de la nave cuelga una gran lámpara con forma de barco.

Volvemos y entramos al casco histórico por la puerta que se abre en las murallas para iniciar el recorrido a pie. Visitamos algunas iglesias -el pueblo lituano es muy católico-, una de las cuales tiene bellas columnas de mármol verde. Desembocamos en la amplísima plaza del Ayuntamiento rodeada, a diferencia de otros países bálticos, por iglesias y edificios gubernamentales de estilo neo renacentista. Por estrechas callecitas nos dirigimos primero al museo del ámbar, en cuyo sótano están los restos de un yacimiento de fósiles de los cuales se extrae, y luego al barrio judío, a la plaza de la Universidad -donde hay una placa con el plano del antiguo ghetto-, vemos los jardines de la casa de gobierno y su fachada, la espectacular iglesia de Santa Ana de estilo gótico tardío, y finalmente llegamos al gran espacio de la plaza de la Catedral, donde termina el city tour. En ella está la estatua del rey Gediminos y la única torre de las murallas que queda en Vilnius, ahora convertida en campanario de la catedral, extrañamente blanca en lugar del clásico color ladrillo.

Ya por nuestra cuenta entramos a la Catedral -cuyos cimientos son del siglo XIIIy visitamos la capilla donde está enterrado otro importante rey lituano, Vitautas. El interior es de estilo barroco temprano, mientras que el exterior es neoclásico. Tomamos cerveza en un bar al aire libre frente a la plaza, y vamos hasta la colina en cuya cima está el mirador de la ciudad y un fuerte medieval, pero no subimos porque el funicular queda lejos. Volve mos a la Universidad para visitar la bellísima biblioteca -con una enorme mesa de lectura y unos hermosos frescos en el techoy algunos patios.

Luego caminamos por la calle Gediminos -la más importante de la ciudady nos sentamos a almorzar en un restaurante al aire libre pero con amplias sombrillas. Cuando estamos comiendo bastoncitos de pescado comienza a llover copiosamente y refresca bastante, pero igual seguimos almorzando, aunque somos los únicos comensales que han quedado.

Por la misma calle seguimos hasta el museo de la KGB, cuyo exterior -igual que el de Rigaes un edificio normal de varios pisos al que sólo se le han agregado en sus paredes placas recordatorias de muchas víctimas. Pero el interior es impresionante; a una abundante información en paneles sobre las guerrillas partisanas que actuaron desde 1941 al 55, se suman objetos de presos ajusticiados y las tenebrosas celdas de los sótanos donde eran confinados los presos antes de ser deportados a los gulags o ser asesinados. También vemos la sala y los patios donde los detenidos eran ajusticiados.

Sigue nublado aunque ha dejado de llover. Después de merendar en un bar volvemos al hotel caminando, pero nos desviamos, y en lugar de dirigirnos al “puente banco”, que desemboca en nuestro hotel, vamos hacia el “puente verde”, por lo que tenemos que regresar bordeando el río. Intentamos tomar un bus o taxi, pero no hay nada. Como la mole de nuestro hotel está en una colina, parece que estuviera cerca, pero en realidad está lejos y llegamos bastante cansados.

Voy solo al piso 22 donde hay un bar con hermosas vistas sobre la ciudad. Es el anochecer, y las luces comienzan a encenderse. Después traigo pizzas desde el espectacular y lujoso shopping que está enfrente del hotel, pero aunque está buena, es muy picante y nos cae mal.

Todas las capitales bálticas son preciosas. Tallin es un majestuoso museo medieval al aire libre; Riga, además de sus restos medievales, es un auténtico exponente del art nouveau, y Vilnius es un compendio de iglesias de distintos credos y estilos, a cuál más bonita.

En el día del cumpleaños de Edith -30 de agosto vamos al “Grutas Park”, un extenso parque con zoológico enclavado en un precioso bosque en el que se esparcen numerosas estatuas, algunas de ellas gigantescas, de los líderes soviéticos de la época de la U.R.S.S. como Lenin, Marx, Stalin y otros, además de muchas alegorías de ese sistema político -soldados, cañones, etc.-. Hay también dos completísimos museos con muchos bustos de menor tamaño de esos líderes, además de banderas, libros, etc., y numerosos periódicos que ilustran sobre esa época. Es un auténtico registro del pasado de la primera mitad del siglo XX. El día es soleado y el clima muy agradable, pero hay que caminar mucho y a mí me sigue doliendo el músculo detrás de la rodilla.

Después de cruzar la frontera y cambiar euros por slotis, almorzamos en Augustov, en un lujoso hotel recientemente reacondicionado; yo, sólo sopa, porque persiste la molestia por la pizza de Vilnius, y Edith pescado con papas y ensalada. Paseamos brevemente la plaza, pero la ciudad no tiene nada de particular. En los alrededores de Augustov hay varios lagos, muchos bosques y campos cultivados. Merendamos en un parador, y llegamos a Varsovia al atardecer. Pasamos frente a los modernos edificios, el clásico rascacielos staliniano, los barrios de la época soviética… Hay enormes grúas que siguen reconstruyendo la ciudad en los espacios vacíos que aún quedan producto de la destrucción provocada setenta años atrás. Sólo persisten de aquella época unos pocos edificios en el barrio de Praga, del otro lado del río, donde se filmaron varias escenas de “El pianista”, de Roman Polanski. Finalmente nos alojamos en un Novotel camino del aeropuerto, bastante lejos del centro.

Hacemos parte del city tour en bus. Recorremos las avenidas de Varsovia y vamos al extenso parque Lazenki, pero sólo a la entrada, donde está el monumento a Chopin. También hay allí bancos en los que, apretando unos botones, se escucha música del famoso autor polaco. Seguimos en bus por las calles céntricas; pasamos frente al palacio presidencial, la zona de los rascacielos, un parque céntrico, recorremos después el antiguo ghetto, pero ya no hay nada de esa época, sólo edificios de departamentos, algunas mansiones y un simple y austero monumento que recuerda aquel suceso. Bordeamos el Vístula y finalmente llegamos al casco histórico, reconstruido prácticamente en su totalidad debido a la destrucción sufrida durante la segunda guerra mundial.

El barrio antiguo es sorprendentemente bello; en el centro de la inmensa plaza del castillo, rodeada por éste y por iglesias y murallas, se levanta la esbelta y alta columna de Segismundo VI, del siglo XIV. Desde allí iniciamos el recorrido por calles flanqueadas por negocios que exponen lujosos objetos de ámbar. Entramos a la catedral de San Juan, construida en el siglo XVII en un particular estilo gótico; pegada a ella está la bella iglesia de Gracia.

Llegamos finalmente a la espectacular plaza del mercado, rodeada por hermosísimos edificios de distintos estilos y distintas épocas. En el centro de la plaza está la fuente con la estatua de “la sirenita”, y a su alrededor hay varios músicos callejeros; un exótico viejo de luenga barba y vestimenta típica desgrana las notas de una canción en su acordeón, y lo mismo hace otro niño mientras otro más toca el violín. En un ángulo de la plaza los pintores exponen sus obras. Vamos después a las murallas del sigo XIV -el “barbican” jalonadas por tres bastiones cilíndricos y las torres de un par de iglesias.

Finalizado el tour, y ya por nuestra cuenta, recorremos pintorescas callecitas, entramos a un exótico negocio de antigüedades, pasamos frente a bares bonitamente decorados, y finalmente regresamos a la plaza del castillo para abordar un tranvía que debería llevarnos al museo del holocausto. Me indican cual debo tomar y donde debo bajarme para tomar otro, pero al llegar no hay transportan que vayan en esa dirección. Aunque supongo que el museo está bastante lejos -no tengo mapa igual comenzamos a caminar hacia allí, pero pronto nos encontramos con el museo de la prisión de Pawiak. Construida por los rusos en 1830, la cárcel albergó desde entonces a presos comunes, políticos, revolucionarios, etc., hasta que en i939 fue ocupada por los nazis. Allí fue detenida entonces prácticamente toda la elite intelectual polaca, que los invasores pretendían hacer desaparecer. La cárcel como tal ya no existe porque los nazis la volaron poco tiempo antes del colapso del régimen, pero persisten los lóbregos sótanos donde los presos eran alojados y donde existe un interesante museo. Durante la ocupación nazi fueron llevados allí cien mil hombres y veinte mil mujeres, de los cuales treinta y siete mil fueron ejecutados y el resto enviados a las cámaras de gas. Impresionados ya con tantos horrores, desistimos de ir al otro museo, y decidimos regresar al caso histórico.

Comenzaos a caminar hacia el cruce de avenidas que nos permitirá tomar un transporte hacia la ciudad vieja, pero antes nos detenemos a almorzar pastas en un restaurante de la zona. El tranvía que supuestamente nos llevaría al casco histórico pronto se desvía por una calle lateral, por lo cual prestamente nos bajamos para esperar otro que, nos indican en un quiosco, sí nos llevará finalmente a nuestro destino.

Al llegar recorremos las murallas el siglo XIV por detrás y volvemos a la plaza del castillo. Ya relajados, paseamos con tranquilidad hasta la plaza del mercado y descansamos allí un rato. Tomamos café y gaseosas en un bar, y mientras Edith continúa descansando en la plaza, yo voy a recorrer la zona más vieja de atrás de la plaza, donde hay algunos edificios que se salvaron e la destrucción, pero que están bastante deteriorados. Luego camino hasta un mirador que tiene unas lindas vistas sobre el Vístula, y regreso a la plaza. Ya el sol comienza a ocultarse tras los edificios cuando, en la plaza del castillo, Edith se detiene a escuchar y filmar a un músico que, en un precario piano, interpreta magníficamente a Chopin. Yo entro al patio del castillo, de estilo barroco renacentista -no entro al palacio en síy salgo por una de sus hermosas puertas labradas hacia el otro lado, desde donde puedo contemplar una vista sobre buena parte de la ciudad y, en la lejanía, un estadio de fútbol. Luego de ver a una pareja de recién casados con sus trajes de esponsales a los que están filmando, y mientras los últimos rayos del sol doran las torres de las iglesias del casco viejo, nos dirigimos a tomar el bus que nos llevará al hotel. Antes intentamos entrar a un concierto -para ello entramos a una iglesiapero se está haciendo tarde y no queremos llegar al hotel de noche, porque está en una zona de parques bastante desierta. En el bus nos encontramos con unas mejicanas del tour, a una de las cuales le han robado la cartera. Cenamos en la habitación sólo atún con galletas, frutas y café.

En una mañana gris nos dirigimos, a través de un

paisaje monótono de campos cultivados y bosques -en cada pueblo que atravesamos hay barrera a orillas de la ruta que nos impiden su visualización hacia Wroclaw. El centro histórico de la capital de la baja Silesia -antiguamente llamada Breslau, en alemán, o latinizada como Breslaviaes precioso. Caminamos varias cuadras hasta llegar a la plaza del mercado, pasando frente a la catedral de estilo gótico y neogótico, cuya primera construcción data del siglo X.

La plaza está rodeada de hermosos edificios de varios estilos y colores, y cada uno de ellos tiene alguna particularidad que lo convierte en único. Se destacan la iglesia Santa Isabel y los bellísimos e indescriptibles Ayuntamientos: el antiguo, del siglo XIII, gótico silesiano, y el nuevo, gótico medieval y renacentista. En la plaza han levantado también una moderna cascada. Bonitos coches tirados por caballos circulan lentamente por la plaza. De a ratos llovizna, por lo que almorzamos unas sopas locales bajo unas sombrillas en el coqueto restaurante de un antiguo y lujoso hotel. Luego vamos a la plaza “de las flores”, que tiene una gran fuente en el medio rodeada de coloridos negocios de venta de flores.

En esta ciudad, en la época del sindicato Solidaridad, antes de la caída del muro de Berlín, existía otra organización más radical cuyo emblema eran unas pequeñas estatuillas de gnomos, algunos de los cuales vemos mientras nos dirigimos al bus.

Proseguimos con lluvia hasta la frontera checa, y nos adentramos en la bonita zona de los Sudetes, con pintorescos pueblitos enclavados entre bosques y bajas montañas. Esta fue la zona que Hitler se anexó antes del comienzo de la 2° guerra, y fue uno de los desencadenantes de la misma. Muchos de los lugareños vieron a los alemanes como libertadores y los apoyaron. Así les fue después…Escampa mientras cae la tarde en los extensos campos checos, y llegamos a Praga ya de noche. Nos alojamos en un Holiday Inn en la colina de Visherad, en la zona de los modernos edificios de congresos y convenciones.

Por la mañana hacemos el city tour. Nos dirigimos primero al castillo de Hdracany, pero no entramos por el portón principal, como lo hicimos la primera vez que estuvimos allí, sino por un costado, porque ahora debemos pasar los bolsos por los scanner de seguridad. Pero después volvemos a recorrer los tres patios, vemos la alta y bella catedral gótica de San Vitio del siglo XIV -aunque esta vez no entramos-, los muros del antiguo castillo, la plaza San Jorge donde está la iglesia barroca del mismo nombre… y finalmente nos dirigimos al portón de entrada donde, antes de salir, vemos el cambio de guardia, que además está custodiado por soldados con uniforme de fajina.

Salimos a la plaza Hdracany, flanqueada por los palacios de estilo renacentista praguense con agregados barrocos -el Martinic, el Cernin, de piedras amarillas, el episcopal… (*), y nos detenemos a curiosear en los puestos de comidas típicas que allí existen, para finalmente, ya en el mirador, poder contemplar una soberbia vista sobre la ciudad y sobre la colina Petrin, donde se halla la réplica -por cierto más pequeñade la torre Eiffel.

Después iniciamos el descenso hacia Mala Strana por la empinada calle Nerudovna, donde se halla la casa del poeta Ian Neruda, de cuyo apellido tomó su

seudónimo el Nobel chileno, y donde ubico la acción de uno de mis cuentos:

 

(*)Para más detalles, ver el tomo 2 de “Mis viajes”

 

“Ya otras veces había presentido alguna intangible presencia persiguiéndolo. La había sentido entre las apiñadas y derruidas lápidas del viejo cementerio judío, adonde fuera a buscar las respuestas de sus ancestros para las extrañas preguntas que su angustia le formulaba, y esa ominosa presencia lo había acosado también en alguna oscura taberna de la calle Nerudovna, donde solía detenerse a beber el vino caliente que le disipaba por algunos momentos la desesperación”.

 

Pasamos frente a varios palacios de estilos italianizantes y llegamos a la plaza donde se levanta la “columna de la peste”, construida como acción de gracias por la finalización de esa epidemia que diezmó la cuarta parte de la población europea en el siglo XIV. Desde allí, una multitud de turistas -que no existía cuando estuvimos veinte años atrás se dirigen hacia el famoso puente Carlos, el ícono de Praga con sus 23 estatuas ubicadas en los barandales, sus extravagantes músicos, sus pintores y las maravillosas vistas sobre los puentes del Moldava, la isla de Kampa, las soberbias torres de sus extremos y, en la colina, las bellas cúpulas de San Nicolás y el majestuoso telón de fondo del castillo. El puente Carlos es una de las postales más bonitas de Europa, y también del mundo.

Por la calle Karlova llegamos hasta la plaza del Ayuntamiento. Ya no están los puestos de artesanos que conociéramos en nuestra anterior visita, ni la pequeña pero virtuosa orquesta de músicos callejeros, ni los bancos en los que descansaban plácidamente personas mayores. También el famoso reloj astronómico, por el que a cada hora desfilaban las estatuillas de los santos, se halla tapado porque lo están restaurando, y una multitud de turistas colma la plaza. Pero esta sigue tan bella como antes, con la barroca iglesia San Nicolás en una esquina, las góticas agujas de la de Thin sobresaliendo detrás de la Academia, y los hermosos y coloridos edificios de las antiguas corporaciones rodeándola. El clima es muy agradable, aunque algo caluroso.

Almorzamos pasta en un restaurante al lado del Ayuntamiento, recorremos la recoleta plaza de atrás de la iglesia de Thin, la calle Celetná, donde están los negocios de cris tales de Bohemia, llegamos hasta la torre de la Pólvora y luego vamos a la estación del metro Mustek para regresar al hotel.

Edith se queda allí, y yo vuelvo más tarde con el bus al centro. Mientras cae la noche recorro el barrio judío hasta el monasterio de Santa Inés -donde

me fotografío junto a la estatua del golem, y finalmente regreso a una bellísima plaza del Ayuntamiento totalmente iluminada. Me reúno con otra gente del tour que había permanecido en el centro sin regresar al hotel, y caminando cruzamos un puente sobre el Moldava para abordar al bus de regreso. Salgo a caminar por un parque de las inmediaciones del hotel, totalmente desiertas, desde donde se ve al castillo, las torres de la iglesia de Visherad y otras edificaciones totalmente iluminados. El clima está agradablemente fresco. Cenamos en la habitación.

Ya por nuestra cuenta, por la mañana vamos en metro hasta Mustek y de allí al Teatro de los Esta-mentos, donde ya está la gente del tour a Terezín que habíamos contratado por Internet. Son todos españoles muy jóvenes, lo que me sorprende ya que no es de esperar que a los jóvenes les interesen los campos de concentración. Vamos caminando a paso vivo a la estación de trenes para abordar el nuestro tren -nos detenemos un momento para admirar, sólo por fuera, la bellísima sinagoga “española”, de reminiscencias mudéjares, pero al llegar a la estación ¡oh sorpresa!, nuestro tren no sale porque se han rotos las vías y las están arreglando. Comienzan entonces las corridas de Lupe, nuestra guía española, hasta que finalmente, después de más de 2 horas de espera, la empresa pone a nuestra disposición un bus que, en poco más de media hora, recorre los sesenta kilómetros hasta Terezín, el pueblo donde está la fortaleza levantada en 1780 que lleva ese nombre en homenaje a la madre de la emperatriz María teresa de Habsburgo.

En el bus recorremos el pueblo en sí, cuyos anteriores habitantes fueron erradicados por los nazis para instalar allí el ghetto judío. Pero éste era en realidad un campo d concentración, aunque la propaganda nazi lo expuso como un ghetto modelo, donde los judíos tenían sus propias autoridades, sus lugares de esparcimiento y donde, cuando iban los inspectores de la Cruz Roja, todo funcionaba a la perfección; pero cuando se iban, volvían el hacinamiento y la opresión propios de cualquier ghetto.

Después de ver los extensos cementerios judío y cristiano cubiertos por cientos de lápidas, vamos a la fortaleza del siglo XVIII, que era el verdadero campo de concentración, donde los prisioneros de todo tipo eran castigados, torturados y ejecutados. Recorremos allí las salas de los guardias nazis, las pequeñas habitaciones donde se hacinaban los prisioneros, las pequeñísimas celdas de castigo, sin luz y sin aireación, en una de las cuales estuvo recluido Gavrilo Princip, el asesino del archiduque Francisco Fernando, hecho que desencadenó la primera guerra mundial. Princip murió allí al cabo de dos años. Es inenarrable la sensación que se experimenta al estar encerrado en esa celda. Durante la segunda guerra, en la fortaleza había no sólo prisioneros judíos, sino también negros, gays. Gitanos, prostitutas, “parásitos” … cada uno de los cuales llevaba, además de la clásica estrella amarilla de los judíos, un triángulo de distinto color, según fuera su condición.

Vamos después al “campo de la muerte”, donde vemos el altísimo paredón, casi destruido por las balas, en el que fusilaban a los prisioneros, el dispositivo en el suelo en el cual el soldado se estiraba y apoyaba los brazos para hacer puntería, las horcas, las fosas comunes… Uno de cada cuatro prisioneros moría de inanición y al final, de los 130.000 que pasaron por el campo, 60.000 habían muerto ahorcados o fusilados y el resto fue enviado a las cámaras de gas de Autswich y otros campos de exterminio. Atravesamos luego un estrecho y larguísimo túnel que comunica la prisión con el pueblo, y vamos a un pequeño bar donde almorzamos empanadas y sangüiches.

Después vamos al museo donde se exhiben, además de los barracones con los camastros, ropas y objetos de los prisioneros, las obras artísticas que les permitían crear a los judíos del gheto y a los intelectuales locales también presos, ya que pretendían liquidar totalmente la “intelligencia” checa. Hay allí partituras y obras musicales, pinturas y dibujos -estremecedores por lo que en ellos se representa-, manuscritos, etcétera. Caminamos luego por el pueblo -ahora de nuevo habitado y algunos llegamos hasta la “sinagoga escondida”, una pequeña sala en un subsuelo con frescos alegóricos en las paredes donde, a pesar de estar prohibido, los judíos efectuaban sus rituales religiosos.

Después vamos caminando hasta el crematorio, que está en medio de otro cementerio judío. En un inmenso galpón vemos varios hornos -en algunos se ven cenizas y los dispositivos de alimentación y mantenimiento de los mismos. Al lado del galpón vemos también la sala de autopsias, que se practicaban para detectar enfermedades infecciosas que pudieran contaminar a los guardias. En la fachada del crematorio los nazis colocaron la estatuilla de un búho, alegoría referida a los judíos.

Finalmente regresamos en el bus a Praga, a la estación de trenes, donde abordamos el metro para regresar al hotel. La visita a un campo de concentración es una experiencia espeluznante y cultural-mente muy enriquecedora.

Por la mañana vamos en metro a la estación Malostranska y visitamos los bonitos jardines de Walenstein. Paseamos largo rato por ellos con un clima soleado muy agradable. Hay fuentes, un laguito, un vivero cubierto, pavos reales sueltos… Al palacio no se puede entrar, pero sí a un pabellón con frescos en el interior. Caminamos luego por callecitas desiertas hasta la iglesia de Santo Tomás, en cuyo interior, precioso, descansamos un buen rato para reponernos de la caminata. Proseguimos hasta la plaza que rodea la grandiosa iglesia barroca de San Nicolás, pero no entramos porque la están refaccionando y además hay que pagar. Un mundo de gente deambula por la calle ochavada que baja hasta el puente Carlos. Ha comenzado a hacer calor, y nos detenemos en una galería a tomar gaseosas. Proseguimos hacia el puente y luego de atravesarlo y cruzar la plaza de los Cruciferarios, nos sentamos a comer pizza con dos enormes vasos de cerveza -que no terminamos en un chiringuito en la vereda de la calle Karlova atendido por un napolitano hincha de Maradona, al que no le gusta Praga, sobre todo por la multitud de turistas. “No sé qué le ven…”, nos dice.

Después sacamos pasajes con unos africanos ves-tidos de marineros para dar un paseo en barco por el río Moldava. Desde el barco se contemplan magníficas vistas tanto del castillo como de la ciudad vieja, el puente Carlos y otros puentes. Entramos también en el “canal del diablo”, un brazo del río que rodea la isla Kampa, con mucha vegetación y puentecitos interiores. La excursión, muy agradable, dura una hora, y en el barco nos dan helados y gaseosas.

Después del paseo retornamos caminando a la plaza del Ayuntamiento y tomamos café y té con torta en el mismo restaurante donde almorzamos el primer día. Recorremos lentamente la plaza, con muchos puestos de comida en un costado y la multitud de turistas de siempre. Tratamos de entrar a un concierto en la iglesia San Nicolás -la de la plaza, no la de Mala Strana, pero como falta mucho para empezar, vamos caminando hasta la torre de la Pólvora y luego hasta el metro Musteck para volver al hotel. Aún no es de noche, pero estamos bastante cansados. Mientras paseo por el parquecito que está cerca del hotel, se hace la noche. Cenamos en la habitación vituallas que hemos comprado en el súper frente al hotel.

Por la mañana voy solo, caminando, hasta las ruinas el castillo de Visherad, donde afirma la leyenda que se habrían asentado los primeros reyes míticos de Praga. Es una zona muy bonita, a la que se entra por una gran puerta que se abre sobre las murallas. Luego de pasar frente a la rotonda de San Martín -una gran torre cilíndrica del siglo XI atravieso amplios parques y llego hasta algunos miradores desde los cuales puedo contemplar hermosas vistas sobre el Moldava y sobre gran parte de la ciudad. En los parques hay grandes monumentos estatuarios referidos a leyendas, y en ello juegan muchos grupos de escolares. Rodeadas por los vestigios del castillo y por construcciones posteriores, se levantan las majestuosas agujas góticas de la basilica de San Pedro y San Pablo, cuya primera construcción sobre el peñón de Visherad data del siglo XI. Detrás de la basílica está el espectacular cementerio de la ciudad, con lápidas de fines el siglo XVIII, el panteón donde están enterradas personalidades célebres y unas hermosas galerías en arcos con estatuas y frescos. Más abajo continúan los parques y miradores sobre la ciudad, en cuya colina más alta resalta en el horizonte el castillo real.

La zona está algo alejada del hotel, y como hace bastante calor y debo regresar caminando, al llegar estoy -¡una vez más…!bastante cansado. Almorzamos en típico bodegón frente al hotel -carnes y rissotto, por cierto con vino…y nos disponemos a esperar en el hotel que nos vengan a buscar para llevarnos al aeropuerto. Como el transfer se demora –ha pasado un cuarto de hora más de lo previsto hago llamar a la empresa desde la conserjería, y una venezolana me responde que la trafic está llegando. Por suerte el conductor habla perfectamente español, pero inicia un largo y extraño recorrido al extremo opuesto de la ciudad, y luego regresa para ir a un hotel donde debe recoger a otros pasajeros, pero ya no están. De todos modos legamos al aeropuerto con tiempo más que suficiente para embarcarnos hacia Estambul, en cuyo aeropuerto debemos esperar más de 2 horas, con un sofocante calor, a que nos vengan a buscar para llevarnos al hotel que la Turquish contrata para los pasajeros que deben esperar más de 10 horas el próximo vuelo. Y como el trayecto hasta el hotel es bastante largo, sólo nos quedan 3 horas para dormir. Juro no hacer más escalas de este tipo.

Ya amanece cuando finalmente llegamos al aeropuerto y salimos para San Pablo. Aunque el trayecto es largo, como es de día el viaje se hace más llevadero. Después de una hora y media para limpieza del avión y para que suban otros pasajeros, continuamos a Ezeiza, donde llegamos a las 21 hs. (El servicio de la Turquish a bordo es bastante bueno, con bufet abierto durante todo el vuelo.) Vamos en taxi al hotel donde siempre nos hospedamos, en 9 de julio a dos cuadras de avenida de Mayo, y como ya hemos cenado en el avión nos acostamos temprano.

A la mañana vamos caminando al museo antropológico Ambrsosetti, en San Telmo, pero como recién abre a la 1 tomamos un ómnibus hasta la plaza Lavalle, donde descansamos y recorremos la bonita zona. Luego seguimos caminando hasta Florida, y almorzamos por allí riquísimas pastas; aunque añoramos los bifes de chorizo de “la esquina de Garufa”, en Cerrito y avenida de Mayo, el restaurante ha cerrado definitivamente. Nos sorprende lo descuidado que está Buenos Aires, con muchísimos negocios cerrados y sucios, acumulación de basura.

Volvemos al hotel caminando, y como es temprano voy solo a recorrer avenida de Mayo para fotografiar edificios. A las 16 vamos en taxi hasta Aeroparque, y llegamos a Córdoba ya de noche, con bastante calor, donde nos espera nuestra hija Sonia.

 

VIAJE A ALEMANIA Y ESPAÑA

-23 de abril al 7 de mayo de 2019

Nos levantamos temprano para salir de Pajas Blancas a Ezeiza donde, después de caminar mucho -han vuelto a cambiar el trecho entre terminales abordamos el avión para Madrid al mediodía. Nos han cambiado los asientos que habíamos reservado -ahora nos dieron los el medio en fila de cuatro pero el vuelo es normal, y converso bastante con un inglés de padre polaco que chico vivió en E.U., aunque vive en Argentina desde los tres años.

Llegamos a Barajas a las 4,30, y cuando voy a buscar el celular para fotografiar el imponente techo del aeropuerto, no lo encuentro en el portafolios que tiene muchos compartimentos. Luego de una frenética búsqueda finalmente lo encuentro y tomo la foto pero he sacado del portafolios tantas cosas que olvido en el asiento el sobre con los pasaportes, la tarjeta de embarque y otros papeles. Recién cuando ya hemos pasado los scanner y estamos en la zona de embarque me doy cuenta, y comienzo entonces desesperados pedidos para que me dejen salir para tratar de recuperarlo. Soy consciente de que si no lo hago perderé el tour, pues no podré embarcar ni entrar a Alemania y deberé costearme varios días de hospedaje en Madrid, además de tener que tramitar nuevos pasaportes. Finalmente logramos que las empleadas le pidan a dos policías que nos acompañen a salida, lo cual hacen de mala gana, no sin ante insistirnos que Edith debía quedarse adentro. Los argumentos de la negativa era que luego deberíamos hacer de nuevo los trámites en el scanner, sin razornar que si no lo hacíamos no podríamos volar.

Cuando llegamos a los asientos donde había olvidado el sobre, la gente que ahora está allí ignora todos sobre el asunto. Preguntamos en un escritorio que está al lado, y los empleados tampoco saben nada. Ya desilusionados nos disponíamos a dirigirnos a Iberia para tratar de recuperar las valijas ya despachadas, cuando un anciano que ha escuchado nuestros pedidos nos dice que sí, que lo han encontrado y lo han llevado a la cercana oficina de Información. Lo retiramos prestamente, casi sin escuchar las reiteradas advertencias de la empleada de que no volvamos a perderlos, y finalmente, luego de pasar de nuevo por los scanner, llegamos a la puerta de embarque con tiempo más que suficiente para volar a Berlín, donde llegamos al mediodía después de tres horas y media de vuelo.

Nos espera Giordana, una simpática y activa serbia que habla perfectamente español, y en un auto eléctrico de alta gama llegamos al hotel NH en la Bundeshalle. Dejamos el equipaje en la recepción -debemos esperar hasta la 15 para entrar a la habitación y vamos a almorzar antipasto y sangüiches en una trattoría con mozos que hablan italiano. Después caminamos por la zona, por un lindo y amplio parque con un puente colgante que atraviesa la avenida, y volvemos al hotel.

Luego de ocupar la habitación, vamos caminando por la elegante Bundeshalle unas veinte cuadras. Pasamos frente a un museo, un parque…, siempre tratando de no invadir las ciclovías que los alemanes transitan a una velocidad impresionante. Llegamos hasta la rotonda de la Kurfurten, rodeada de imponentes rascacielos, y coninuamos hasta la Kurfurtendam, la iglesia bombardeada y preservada en ruinas como testimonio de la guerra. Edith entra algunas tiendas -compra sandalias y luego de contemplar el ocaso entre las torres y ver cómo se van encendiendo las luces, cenamos pizza en la vereda de un restaurante y regresamos de nuevo caminando -Edith así lo quiere, aunque tenemos el metro en la esquina…-. El clima es ideal, pero ha comenzado a refrescar, y cuando llegamos al hotel ya hace frío. Nos acostamos temprano.

Después de un magnífico desayuno –arenque ahumado, salmón rosado, champán…vamos en metro hasta la parada Zoo. Nos cuesta bastante que nos indiquen cómo llegar al Tier Garden, pero finalmente vamos bordeando el zoo, cruzamos un canal y después de haber caminado un par de kilómetros llegamos al parque, en el cual des cansamos un buen rato a la orilla de un lago. El clima es perfecto, y después de caminar otro kilómetro por una avenida bordeada de bosques y de claros de césped donde algunos toman sol en malla, llegamos a la bonita e imponente “columna de la victoria” -Siegessaule. Tiene setenta metros de altura y fue erigida para conmemorar las victorias de Prusia sobre Dinamarca, Austria y el imperio de Napoleón III. La corona una estatua dorada de la diosa griega Niké, y en su base tiene un extenso bajorrelieve con figuras de Guillermo I, Bismark y otros.

Desechamos un taxi, un transporte público o ir caminando, y finalmente abordamos un triciclo cubierto a tracción humana que nos lleva, a través del parque, a la puerta de Brandemburgo. Luego de atravesarla, proseguimos por la Unter der Liten -la avenida de los tilos, la principal arteria berlinesa hasta la “isla de los museos”. El robusto conductor nos deja frente al museo de Pérgamo, al que habíamos decidido ir, pero antes, deslumbrados por la belleza del lugar, vamos hasta la hermosa y exótica catedral luterana barroca, de color verde por el cobre oxidado que la recubre. Está frente al extenso Lustgarden, en uno de cuyos lados se levanta el Alter Museum -museo antiguo con una gran fachada de 18 columnas. Entramos sólo al atrio de la Catedral -adentro hay que pagar…almorzamos creps detrás de ella en una mesa donde los mansos gorriones comen de mi mano, y continuamos hasta la vera del río Spree, desde donde contemplamos la tranquila navegación de las embarcaciones cargadas de turistas que lo surcan. Siempre con el telón de fondo de la gigantesca torre de televisión de 365 metros de altura emplazada en la cercana Alexanderplatz, cruzamos el puente y por la orilla opuesta regresamos a la zona de los museos cruzando otro puente desde podemos observar hermosas vistas del río, la Catedral y parte de la ciudad. En el bajo muro que flaquea el río hay varias estatuas de tamaño natural de ninfas y sirenas, sentadas en él.

Caminamos por un largo pasillo cubierto bordeado por altas columnas dóricas, y cuando llegamos a los jardines frente a los museos, no nos percatamos que existen tres rodeando esos jardines: el Neue, el de Pérgamo y la Alte Nationalgallery. Como este último posee el edificio más bello e imponente, semejante a un templo griego, con la gigantesca estatua ecuestre de Federico Guillermo IV en su frente, suponemos que es el de Pérgamo y entramos a él. Cuando comenzamos el recorrido recién nos damos cuenta de la equivocación, pero no lo lamentamos porque posee una importante muestra de obras impresionistas -Degas, Monet, Sisley, Rubens, Manet, etcétera y del expresionismo y romanticismo alemán, además de numerosas esculturas y de ser muy bello el interior del propio edificio.

Conscientes del error, al salir intentamos entrar al de Pérgamo, pero ya es muy tarde y debemos con-formarnos con ver y comprar algo en su bien provista tienda de souvenires. Además, ya nos han informado que el famoso “altar de Pérgamo” no se puede visitar porque está en refacciones.

Volvemos a cruzar el puente y nos dirigimos a la Alexanderplatz, que durante la guerra fría fuera el centro de Berlín Oriental y hoy centro neurálgico de la ciudad reunificada. En ella están la torre de televisión, la Marienkirche, -del siglo XIV, y que saliera indemne de los bombardeos aliados-, el “ayuntamiento rojo” y algunas fuentes. A sus costados hay elegantes y lujosos negocios y tiendas, en uno de cuyos bares nos detenemos a merendar. Después de pasear por la zona, ya en el ocaso y mientras las luces se encienden, abordamos el metro rumbo a la estación Zoo y desde allí la combinación a nuestro hotel, porque no hay línea directa desde la Alexanderplatz. Cenamos sangüiches en la habitación y nos acostamos a las11.

Nos levantamos temprano para hace el city tour. El guía es Marcos, un español que vivió en Portugal y explica en portuñol, porque hay varios brasileros en el grupo de 25 turistas. También viaja un matrimonio ruso con su hijo de 20 años, a quienes acompaña una guía ucraniana que les explica en ruso a trasvés de un woki toki, pero que a la vez habla perfectamente español. Además también viajan algunos mejicanos y colombianos.

Recorremos importantes avenidas berlinesas -entre ellas la Kurfurten, que ya conocimos ayer-, atraatravesamos de nuevo la zona del Tier Garden, pasamos por la zona de los modernos edificios gubernamentales, vemos la cancillería desde donde gobierna Angela Merkel, el Reichstag(*) y finalmente llegamos al Memorial del Muro. Allí se conserva una parte del mismo con una torre de vigilancia, y en un gran descampado están, en una especie de nichos, las fotografías de las víctimas que intentaban escapar de la República Democrática Alemana -la Alemania oriental-. El muro está cubierto por grafites, y detrás de él está el “callejón de la muerte”, una tierra de nadie que separaba los dos muros, el original y el que luego construyeron los aliados. Quizá porque allí no hubo demasiadas víctimas -no alcanzaron a doscientos no me despierta tan fuertes emociones como sí lo hicieron las cárceles de la KGB en los países bálticos y Polonia, o el campo de concentración nazi en la República Checa. Al otro lado del muro hay un gran museo sobre el mismo, pero no entramos..

(*) Parlamento.

Recorremos después en el bus la isla de los museos y la Alexanderplatz, donde ya estuvimos ayer, y finalmente, por la avenida Under der Linden -“bajo los tilos”-, llegamos a la famosa Puerta de Brandemburgo, en la plaza de París. Fue construida en estilo neoclásico temprano a fines del siglo XVIII, sobre una de las puertas de las murallas de Berlín, y semeja los propileos de la Acrópolis de Atenas. La colina que la corona fue llevada a París por Napoleón como trofeo de guerra, pero luego fue restituida. Durante la guerra fría, el muro conformaba allí una concavidad que la dejaba como tierra de nadie entre las dos zonas. El clima es ideal, y la puerta resplandece al sol.

Después de cruzarla, vamos caminando hasta el cercano Memorial del Holocausto, una extensa superposición de bloque grises de distinta altura, que se entrecruzan dejando entre ellos estrechos pasillos. Me parece bastante anodino, y no me despierta ninguna reminiscencia de lo que fue ese hecho crucial para la historia de la humanidad. En realidad, en Berlín hay muy poco que recuerde la época nazi -¿olvido o complejo de culpa…?como sucede, en cambio, con la etapa comunista.

El bus nos deja después en la Banhoff -la estación central de trenes, frente al zoológicodonde comemos sangüiches en la vereda, y proseguimos hacia las afueras de Berlín. Pasamos por una zona residencial de mansiones en medio de bosques, en la región de lagos, en uno de los cuales embarcamos para dirigirnos hacia los Cecilien Gardens. Pasamos frente a una iglesia luterana y frente a la casa donde se resolvió aplicar la “solución final” a los judíos. Caminamos luego por extensos parques hasta la Cecicilienhoff, un palacio de estilo inglés Tudor rodeado de bellísimos jardines donde tuvo lugar, en 1945, la conferencia de Posdam entre Churchill -luego Atlee-, Roosevelt -luego Truman y Stalin, para dividirse Europa una vez finalizada la guerra. La guía nos muestra la famoso foto de Churchill, Truman y Stalin, y el lugar en el parque donde fuera tomada. En un ala del primer piso está la habitación solicitada por Stalin con dos puertas, una de entrada y una de salida, en previsión de un atentado. Al fondo del parque, hacia el lago, vemos la línea donde se levantaba el cerco con alambres de púas que dividía Berlín de la República Democrática Alemana, satélite rusa.

Continuamos luego hacia el palacio Sansoucí, en Posdam, construido a mediados del siglo XVIII en estilo rococó por el rey prusiano Federico el Grande. Vemos primero el antiguo molino de viento que ya existía en aquel entonces, luego vamos al patio de entrada rodeado por dos bellas columnatas y después descendemos las largas escalinatas hacia los amplios parques y estanques, desde donde se observa una espectacular vista de la extensa fachada amarilla de la parte posterior del palacio. Vemos también las sencillas tumbas de Federico y miem-bros de su corte. El despliegue escénico es muy impresionante, pero todo está muy descuidado por la evidente falta de mantenimiento.

Atravesamos después los bosques aledaños, otros jardines y otras alas del edificio. Nos cansamos bastante porque caminamos mucho y el clima está cálido y soleado. Me desilusiona el casi abandono en que se encuentra el exterior del palacio y los parques, comparándolo con lo que había visto previamente en videos. En cambio resulta muy agradable la visita al barrio holandés de Posdam, con sus típicos edificios, su antigua puerta de entrada y su iglesia de Pedro y Pablo, con bellas pinturas en su interior, a la que entro brevemente.

Ya en el bus, pasamos por barrios con señoriales mansiones, y luego atravesamos el “puente de los espías”, que se hiciera famoso durante la guerra fría por los intercambios de prisioneros que allí se efectuaban y por las películas que reflejaban esos hechos. Después regresamos a Berlín, que está muy cerca porque siempre resulta visible la antena de televisión.

Ya en el hotel, voy solo a una zona de restaurantes que rodea una plaza llena de bicicletas, desde donde traigo distintos sangüiches para cenar en la habitación. Bebidas, siempre cerveza y gaseosas, vino sólo en los restaurantes. Nos acostamos temprano,

En la mañana se ha nublado y hace frío. Nos dirigimos con el grupo a Dresde, la capital de Sajonia. Durante los últimos días de la segunda guerra mundial, los bombardeos aliados desataron en ella un gigantesco incendio que destruyó casi totalmente la ciudad, matando al menos a treinta mil civiles -algunos dicen que cien mil, más que en Hiroshima-. En la actualidad, el casco histórico ha sido totalmente reconstruido, y es bellísimo.

Ya por nuestra cuenta vamos primero a la plaza de la Ópera, en uno de cuyos lados se levanta este hermoso teatro barroco. (Dresde es llamada “la capital del barroco”, y también “la .Florencia del norte”, por la gran cantidad de edificios renacentistas). En otro costado está el palacio Zwinger de los reyes prusianos, también barroco, y en un extremo la imponente Freuenkirche, evangélica luterana. Subimos luego a la terraza de Brühl, desde donde puedo observar una extensa vista sobre el río Elba, sus puentes, el puerto y la ribera opuesta. Nos dirigimos luego, en medio de espectaculares edificios barrocos, en el costado de uno de los cuales hay un hermoso fresco de una cuadra de extensión con la historia de la ciudad, hacia la plaza central, rodeada de bellísimos edificios color pastel, en uno de cuyos extremos se levanta la catedral católica. Vemos también un enorme bloque de piedra y cemento calcinado, recuerdo de los bombardeos, y nos perdemos por callejuelas que atraviesan bellos patios porticados hasta entrar finalmente al enorme patio del palacio Zwinger, con fuentes y estanques, rodeado por bonitas alas y galería barrocas. En esta preciosa ciudad Schiller compuso su famosa “Oda a la alegría”. Almorzamos en la calle salchichas con papas y milanesa de pollo, y proseguimos hacia Bamberg. Ha comenzado a llover.

Continúa lloviendo cuando vamos caminando hacia el centro, por la orilla de un caudaloso río, en medio del cual se levanta el increíblemente bello Ayuntamiento viejo, al cual llegamos luego de atravesar el centro y un puente desde el cual veo una magnífica postal de la ciudad a la vera del río. Recorremos brevemente el casco histórico de la bonita ciudad -patrimonio de la humanidad- e intentamos llegar a su famosa catedral ascendiendo una pronunciada cuesta en cuya cima está el monasterio San Miguel, desde el cual divisamos la catedral allá abajo. Pero como todavía está lejos y tememos perdernos si regresamos por otro lado, volvemos por la misma cuesta y a la mitad del recorrido recién descubrimos una empinada callecita que acortaba mucho el camino a la catedral, a la que volvemos a ver a lo lejos. Pero ya se ha hecho muy tarde, y regresamos al centro a merendar café, té y sangüiches. Llegamos al bus con el tiempo justo para proseguir viaje.

Ya es casi de noche cuando llegamos a Nuremberg, la capital de Franconia. Pasamos frente al enorme edificio donde se efectuaron los famosos juicios a los jerarcas nazis. Rodeamos las murallas con sus torres y descargamos nuestro equipaje en el NH -muy bueno, mejor que el de Berlín-. Como estamos en el centro vamos caminando hasta la zona de la catedral de San Sebaldo pasando por una torre de las murallas; pero como continúa lloviendo y hace bastante frío, damos una vuelta por la amplia peatonal y regresamos al hotel. Nos resulta extraño desconocer totalmente la zona en la que estuvimos hace 30 años, claro que entonces era de día. Cenamos salchichón y atún en la habitación.

Por la mañana todavía llueve cuando pasamos frente al inmenso “coliseo alemán”, donde Hitler desplegaba sus espectaculares desfiles militares, y tras un corto trayecto llegamos a Kelheim, un bonito pueblo a orillas del Danubio, cuyo pequeño centro recorremos antes de embarcar en un lujoso yate para recorrer parte del río. El cauce está rodeado de vegetación y se va estrechando hasta deslizarse entre las rocas que conforman lo que se llama “las gargantas del Danubio”. Sólo un kayak lo surca, pegados a los acantilados. Hace bastante frío en cubierta, y luego de un café y té con torta, al cabo de una hora desembarcaos cerca del monasterio de Kloster Wltemberg, al que llegamos caminando. La abadía fue fundada a principios del siglo VII, y tiempo después pasó a estar en mano de los benedictinos. En la plaza, que se inunda con cada creciente del río, funciona todavía la cervecería más antigua de Baviera, del año 1050. Visitamos la preciosa capilla barroca de San Jorge, profusamente adornada en su interior, y luego vamos caminando lentamente alrededor de un kilómetro flanqueados por altas rocas de un lado, y del otro por un afluente del Danubio a cuya vera existe un pequeño poblado.

Proseguimos luego hacia Landshut, una preciosa ciudad a la que entramos por una puerta de sus antiguas murallas. Están corriendo una maratón, y justo cuando llegamos e pasan los competidores saludados por una nutrida banda de trompetas, tambores y otros instrumentos, cuyos ejecutantes están ataviados con vestimentas típicas. Landshut es la capital de la Baja Baviera, y allí ganó Napoleón una batalla contra los austríacos. En la segunda guerra mundial fue un subcampo de Dachau que proporcionaba mano de obra esclava a la industria local. El centro está poblado por altos y bonitos edificios de estilo holandés, y en él se encuentra la iglesia de ladrillos más alta del mundo. Está frío y ha empezado a lloviznar cuando almorzamos típicos sangüiches calientes en un acogedor bar.

Continuamos después atravesando campos en los que se cultivan espárragos -blancos cuando son cubiertos con lonas y verdes al aire libre-, lúpulo con el que se hace la cerveza, viñedos y grandes extensiones amarillas de colza -o canola-. Una parte importante de los campos alemanes están cubiertos con extensos paneles solares, que rinden a los dueños más que los cultivos.

Sigue algo frío pero ya no llovizna cuando llegamos al campo de concentración de Dachau, el primero que crearon los nazis, en 1933. En él fueron alojados principalmente religiosos, nobles, intelectuales y políticos, entre ellos miembros de la familia real de Baviera -la dinastía Wittelsbach-, hijos el archiduque Francisco Fernando, asesinado en Sarajevo, los príncipes Francisco Javier Borbón Parma, de España, Luis Fernando de Prusia, etcétera. En total estuvieron alojados en el campo doscientos mil prisioneros, de los cuales cuarenta y cinco mil fueron asesinados, pero muchos más murieron por desnutrición y por los experimentos médicos que en él se practicaban -infecciones inducidas para comprobar la resistencia física, etcétera-. Cuando los aliados liberaron el campo, encontraron siete mil quinientos cadáveres enterrados recientemente al no haber podido ser incinerados por falta de carbón.

Vemos los cimientos de los grandes barracones, los cercos de alambre, las torres de vigilancia, los crematorios… Han recreado uno de los barracones, pero como el campo es muy extenso y nos cuesta mucho encontrar los baños, al final vemos apresuradamente y muy poco del inmenso y completo museo explicativo. Para colmo al regresar nos perdemos, por los cual llegamos justo a tiempo al bus.

Proseguimos hacia Munich, donde llegamos a media tarde. Vamos primero al complejo automotriz “mundo BMW”, un enorme e impresionante edificio futurista, en el que se exhiben lujosos automóviles y motocicletas. Recorremos los distintos salones,, decorados con la última tecnología, y al salir vemos también, desde afuera, las instalaciones de la villa olímpica donde se celebraron los juegos de 1972, en los que murieron varios deportistas judíos en un ataque terrorista. Vamos luego a la plaza de la Ópera y desde allí, caminando, a la bellísima Marienplatz rodeada por los magníficos ayuntamientos nuevo, de estilo neogótico con su torre de 85 metros y sus estatuas, y el viejo, del siglo XV pero cuyo estilo actual es también neogótico. Desde allí se proclamó la trágica “noche de los cristales rotos contra los judíos. De pasada vemos también la Frauenkirche, románica del siglo XV pero con sus torres coronadas con “bulbos de cebolla”.

Vamos después al barrio bohemio y volvemos a entrar a la famosa cervecería Hoffbranhause, en la que Hitler solía dar, en los comienzos del nazismo, sus discursos políticos. La orquesta de acordeones sigue tocando y los parroquianos bebiendo cerveza, pero el bullicio y la alegría no me parecen tan intensos como la otra vez que estuvimos, de noche, hace tres décadas. Hace bastante frío cuando volvemos caminando o hasta la plaza de la Ópera donde nos espera el bus -pero antes debemos preguntar dónde queda porque nos hemos desorientado Por la mañana continuamos hacia el pueblo de Swangau, a los pies de la colina donde está el castillo Hohenswangau, que fuera residencia de Ma-ximiliano de Prusia, el padre de Luis II, el rey loco de Baviera. Está muy frío y cae aguanieve. Abordamos un bus local y ascendemos una empinada cuesta hacia el castillo Neuschwastein, en el que se inspiró Walt Disney para construir el famoso castillo de hadas de Disneylandia. Fue levantado por orden de Luis II a fines del siglo XIX, y es una ecléctica fantasía romántica del rey loco. El bosque y la colina donde se levanta el castillo está nevado, y comenzamos a transitar un sendero que conduce al puente María, desde donde se observa una vista aérea del castillo, pero lamentablemente ha habido derrumbes y después de recorrer un tramo debemos volver a la parada del bus local. De todos modos podemos ver la silueta del castillo por entre los árboles del bosque. Desde allí descendemos hasta un mirador sobre el frente del castillo, que permite observar una soberbia vista del mismo y, allá abajo, de los lagos circundantes encajonados entre los Alpes bávaros, en uno de los cuales se ahogara -o lo ahogaran, siempre quedó la duda…Luis II.

Nos desencontramos con Edith, por lo cual regreso a la parada del bus, pero tampoco está allí. Aunque todo está nevado y hace mucho frío, al menos no nieva. Luego de esperar bastante -pasan dos busesfinalmente regreso al pueblo. Al rato aparece Edith, quien ha bajado con otras mujeres en uno de los típicos carros de la zona tirados por caballos. Un par de personas del tour entraron al castillo, pero sólo vieron largas galerías que no conducían a ningún lado.

Proseguimos luego hacia Fusen, ciudad turística de la ruta romántica, a la que sólo rodeamos por la periferia. Al costado del camino nos acompañan los Alpes bávaros nevados hasta llegar a un parador ambientado con temas de los cuentos de los hermanos Grimm, donde almorzamos carnes, salchichas y arroz.

Llegamos después a Rotemburgo, la preciosa ciudad de la ruta romántica que ya conocimos dos décadas atrás. Llovizna, pero ya no está tan frío, cuando atravesamos sus altas murallas y nos dirigimos al centro luego de pasar bajo una de sus bellas puertas de piedra. En la plaza principal está el Ayuntamiento, la Catedral y el reloj donde a cada hora salen los muñecos de los personajes que rememoran un hecho histórico que narro en uno de mis cuentos: “Pero cuando el alcalde regresa, la sorpresa le esboza en el rostro una media sonrisa mientras toma de las manos del vencido la ofrenda: una jarra de tres litros y medio conteniendo un rojo y apetecible vino. Tilly bebe un sorbo y aprueba con el gesto, y luego sus labios comienzan a distenderse en una sonrisa completa mientras da forma a la idea que se le ha ocurrido. “Señor alcalde –comienza con solemnidadsi alguno de los presentes bebe sin detenerse esta jarra de vino, prometo cancelar las penas y las acciones que he decretado”.

Entramos al fantástico “museo de la navidad”, repleto de bellísimos arbolitos y de una multitud de juguetes y adornos. Rotemburgo es uno de los más bellos pueblos medievales de Alemania, con sus edificios a dos aguas de variados y geométricos colores(*). Luego de tomar café con bollitos típicos de la zona, regresamos al bus y continuamos con lluvia hacia Frankfurt, en la Franconia, donde llegamos al anochecer.

Vamos directamente a la hermosa Romerplatz, total y bellamente reconstruida, que ya conociéramos antes, pero de noche. Caminamos brevemente por los alrededores, comemos kebab en la calle y nos dirigimos al hotel cruzando el centro, bajo los inmensos rascacielos iluminados donde se concentran los capitales del mundo. Frankfurt es una de las capitales financieras más importantes de Europa. El hotel, como todos los otros del tour, es muy bueno.

En la mañana pasamos por Ulm, la ciudad natal de Einstein. Vemos a lo lejos las agujas de su famosa catedral, la más alta del mundo. Después rodeamos Mainz -Magunciala ciudad de Gutemberg, el creador de la imprenta, y comenzamos a bordear el Rhin para dirigirnos a Rudeshein. Vemos en la cima de una colina el inmenso monumento que conmemora el triunfo de Prusia en la guerra en la guerra franco prusiana, paseamos brevemente por su centro histórico medieval y finalmente embarcamos en un yate bastante grande, lleno de turistas, para volver a efectuar el crucero por el Rhin que ya hiciéramos años atrás.

(*) Para más detalles sobre Rotemburgo y Frankfurt, ver el tomo 3 de “Mis viajes”.

El clima es muy agradable, soleado, y mientras degusto un buen riesling de la zona de alta graduación, en la orilla van desfilando maravillosos castillos, hermosos pueblos medievales, fortalezas, viñedos, viejas iglesias…, que no sé por qué, la otra vez no me parecieron tan numerosos y bonitos. Volvemos a pasar frente al cerro Loreley, donde la leyenda dice que solía aparecer una bella muchacha desnuda quien, con su melodioso canto, atraía a los navegantes y los hacía naufragar contra las rocas que emergían del río(*). Uno de mis cuentos describe ese momento: “Está sorteando con éxito las rocas que aún emergen de las aguas a pesar de que el río está creciendo, cuando comienza a oír, primero débilmente pero luego con total claridad, los versos de un antiguo lead germánico de Heine cantado por una dulcísima voz de mujer. Trata de dominar su aprehensión atribuyendo el portento a su imaginación, pero el canto es tan nítido y la voz tan dulce que no puede evitar mirar hacia lo alto del peñasco. Y entonces su aprehensión se convierte en pánico al divisar a la hermosa muchacha que, en la cima de la colina, extiende sus brazos mientras prosigue con su canto. A la incierta luz del crepús-culo y reflejados por los relámpagos que a trechos iluminan el cielo, Wilfred contempla absorto la larga cabellera rubia, el tierno rostro y el sensual cuerpo desnudo de la joven”.

 

(*) Hoy esas rocas ya no existen, pues han sido dinamitadas.

Luego de dos horas de trayecto, desembarcamos en St. Goar, un hermoso pueblo en el que abordamos nuestro bus para continuar hacia el valle del Mosela. Ascendemos y descendemos entre los bosques del monte Taurus, y atravesamos después deslumbrantes campos vedes y amarillos y pequeños pueblos a la vera del estrecho camino. Llegamos finalmente a Kochen, atravesado por el Mosela, con su medieval castillo sobre la colina que domina el pueblo. Almorzamos pizza con vino en una terraza desde donde puedo contemplar una bella vista sobre el pueblo y el río, con las embarcaciones que lo surcan.

Continuamos luego bordeando el Mosela por la Renania Palatinado, hasta llegar a una ermita en medio del bosque, donde abordamos una trafic que nos lleva hasta el imponente y espectacular castillo medieval Burg Eltz, del siglo XII, cuyos dueños actuales pertenecen a la misma familia de los fundadores. Es altísimo, sólido, con ventanales casi en la cima de las torres, y está ubicado sobre las barrancas de un río. Lo recorremos lentamente, tomamos café, compramos souvenires y nos dirigimos sin apuro a esperar la trafic que nos llevará a nuestro bus. Pero cuando llegamos, Marcos nos está esperando con toda la gente a bordo, porque ha habido una desinteligencia de horario, culpa suya. Algunos de los integrantes habían regresado a pie por un sendero a través del bosque.

Proseguimos a Colonia, donde llegamos a media tarde atravesando el Rhin por el enorme y sólido puente de hierro. Vamos a la famosa catedral, del siglo XIII pero terminada recién a fines del XIX, de estilo gótico, con sus imponentes agujas de casi cien metros de altura, el edificio más alto del mundo en su época. Admiramos -más brevemente que la otra vezsus bellos vitrales, las reliquias de los Reyes Magos, y luego recorremos sus alrededores. Pero me da un fuerte tirón en la pantorrilla, por lo que no puedo caminar demasiado. Llegamos al hotel -un Raddison muy buenotodavía de día. Comemos algo en la habitación y tomamos cerveza en el bar. Nos acostamos temprano.

Salimos con mucha neblina hacia Dusseldorf, y allí caminamos un largo trecho a la vera del Rhin, descubriendo fantasmales postales a causa de la densa niebla, que impide ver hasta las aguas del río. En el centro, por ser 1° de mayo está todo cerrado, pero resulta muy agradable caminar por esa señorial ciudad casi desierta. Continuamos hacia Essen, donde está ubicada la que fuera una de las más grandes minas de carbón de Europa. Edith se queda en el bus, y yo recorro las instalaciones de ese monstruo de acero, levantado en medio del bosque y ahora convertido en centro cultural y museo, en el que se conservan las gigantescas maquinarias que procesaban el coque para las fundiciones de acero de la cuenca del Rhur. Camino bastante a través de los restos de esas gigantesca instalaciones -como el mítico “pozo 12”-, y luego proseguimos atravesando bellos pueblitos siempre rodeados por sembradíos de la amarilla colza. Al llegar a Hamelin, el cielo se ha despejado y brilla radiante el sol.

Iniciamos la caminata por la ciudad desde un amplio y agradable parque, y recorremos sus calles principales flanqueadas por hermosos edificios medievales muy típicos y coloridos. Todo en la ciudad recuerda el conocido cuento de los hermanos Grimm, “el flautista de Hamelin”, desde las estatuas del flautista hasta las imágenes de las ratas incrustadas en los pisos de las calles y las innnumerables mascotas de distinto tamaño -algunas gigantescasque se exhiben en los negocios y las veredas. El cuento narra las peripecias del pueblo afectado por la peste transmitida por las ratas, al que llega un flautista que promete erradicarlas a cambio de un pago de dinero. Él cumple el pacto, y al son de su flauta lleva las ratas al río para ahogarlas, pero las autoridades no lo hacen, y sólo le dan unas monedas. En venganza, el flautista encanta a los niños del pueblo con su instrumento y los lleva a las montañas circundantes, donde todos desaparecen y nunca más regresan al pueblo.

Un organillero vende mascotas al son de su instrumento frente a la plaza del mercado, donde se levanta la antigua catedral. Por ser domingo y brillar un cálido sol primaveral, una multitud de parroquianos llena las mesas en las veredas de bares y restaurantes, en uno de los cuales almorzamos gulashsoup y torta. Luego continuamos caminando hasta el antiguo convento de san Bonifacio, al final de la calle principal, y regresamos lentamente, deleitándonos con al agradable clima y con las calles y edificios del maravilloso pueblo.

Proseguimos a través de un agradable paisaje de campiña y bosques hacia Hannover, en la Baja Sajonia, adonde llegamos a media tarde. Vamos primero al Ayuntamiento Nuevo, un enorme y bello edificio semejante a un palacio, de estilo ecléctico, con una alta cúpula. En su interior vemos las maquetas de la ciudad en sus distintos períodos históricos: medieval, de pre y posguerra, etcétera. Luego vamos al centro pasando frente a la fachada de una iglesia bombardeada que permanece sin refacciones, y vemos también la maciza iglesia luterana con la estatua de Lutero en su frente. Después recorremos lentamente su bonito centro, en el que merendamos. Se ha nublado y comienza a hacer un poco de frío cuando llegamos a nuestro hotel en las afueras, todavía de día. Comemos vituallas en la habitación.

Por la mañana volvemos al centro, porque parte del tour seguirá a Praga, y debemos esperar a otro contingente que se nos unirá. Con Edith vamos al limpísimo mercado en el que se destaca la inmensa variedad de salchichas, aceitunas, quesos… y después vamos otra vez al Ayuntamiento Nuevo donde, luego de esperar bastante que lo habiliten, subimos a un ascensor inclinado que nos lleva a la cúpula de cincuenta metros. El último trayecto, a través de una oscura escalera, lo concluyo solo, y finalmente arribo a la estrecha pasarela que me permite contemplar bellas vistas de la ciudad, aunque algo desvaídas porque se ha nublado. Allá arriba hay viento y hace bastante frío. De Hannover fue la dinastía real que comenzó a emparentarse con la con la nobleza real de Inglaterra, de cuya mezcla surgieron luego varios reyes.

Seguimos luego hacia Goslar, todavía en la Baja Sajonia, uno de los pocos pueblos que no fueron bombardeados, y que es patrimonio de la humanidad. Empezamos a caminar desde el gran parque frente al palacio que fuera residencia imperial de los descendientes de Barbarroja, hacia el precioso centro histórico donde está la plaza del mercado. Uno de los edificios que la rodea está adornado con estatuas tamaño natural de personajes el pueblo, y vemos allí el desfile de maniquíes en el reloj de la torre del Ayuntamiento. Almorzamos en un coqueto restaurante pastas y torta con vino y café, que nos cuesta 37 euros, la comida más cara que pagamos durante todo el viaje a Alemania -incluido el queso para las pastas, que nos lo cobraron aparte…-. Regresamos al bus por un bonito barrio medieval atravesado por un arroyo.

El trayecto hasta Berlín se hace lento y aburrido por el abundante tráfico, por lo que nos ponen una película, pero dormimos casi todo el tiempo. Lleegamos todavía de día al hotel Maritim Pro Arte, un enorme edificio circular lleno de cuadros y hermo-sos objetos artísticos, ubicado a una cuadra de la avenida de los tilos y a pocas cuadras de la puerta de Brandemburgo.

Salimos a comprar ropa y regalos en las tiendas de una galería cubierta, y caminamos por la avenida hasta la Ópera. Cuando regresamos al hotel ya se ha hecho la noche, y yo voy solo hasta la puerta de Brandemburgo para verla iluminada. Paseamos por el hotel y cenamos sangüiches en la habitación.

A la mañana pasa a buscarnos Giordana para llevarnos al aeropuerto, del que salimos a las 12,30 para Madrid. Por no gastar en taxi, en barajas tomamos un tren que, tras un largo y lento trayecto nos deja finalmente en la estación Príncipe Pío frente a la cual está nuestro hotel, que ya ocupáramos en varias oportunidades. Para ello debemos subir, con las valijas, las escaleras de la estación…

Dejamos las valijas y vamos en metro hasta la Ópera, donde iniciamos un lento paseo por la calle del Arenal, deteniéndonos para mirar vidrieras, comprar algunas cosas para llevar a Argentina -jamones, cocido madrileño, etcétera-. Finalmente llegamos a la Puerta del Sol al anochecer. Hay una variopinta multitud de turistas, actores callejeros, estatuas vivientes, disfrazados, músicos…. En un restaurante de la Carrera de San Jerónimo comemos salmonejos, gazpacho, tortilla de papa y jamón ibérico, para ir aclimatándonos a España. Paseamos por la calle Carretas, repletos de típicos restaurantes y tascas bonitamente decorados, entramos a un concurridísimo y ruidoso “mesón del jamón” y volvemos a Sol para desandar el camino hasta Ópera, donde tomamos el metro al hotel. Madrid nos resulta entrañable, como siempre.

Por primera vez en el viaje nos levantamos a las 9, y salimos en metro hacia la estación Chamartín, donde debemos esperar una hora y media para para tomar el tren a Segovia. Por suerte vamos en un AVE, que en 25 minutos nos deja en la estación de esa línea, muy lejos de la ciudad, pero desde donde salen de inmediato buses que dejan a los pasajeros en la estación de Segovia donde, luego de almorzar sangüiches, tomamos otro bus para La Granja, el sitio real de San Ildefonso, a unos quince kilómetros de la ciudad.

Vamos caminando hasta el palacio real sin entrar al centro del pueblo -que parece bastante lindo porque Edith está cansada y enojada por la espera. El clima es muy agradable y soleado, pero el interior del palacio es decepcionante: no hay nada importante, salvo unos tapices. Los parques y jardines, en cambio, son bonitos, pero están muy descuidados, casi abandonados. Edith me espera sentada en un banco mientras yo recorro los jardines con sus fuentes y parte de los bosques del predio. En la sierra de Guadarrama aún se ve nieve en las cimas.

Tomamos café y gaseosas en un bar y luego esperamos mucho tiempo el bus que nos regresa a la estación de Segovia. Mientras Edith me espera allí, yo voy hasta el famoso e imponente acueducto romano. Las vistas de Segovia -la catedral, etcétera- son magníficas, pero hay una multitud de turistas, nada que ver con otra vez que estuvimos allí, hace muchos años. Tomamos otro bus hasta la estación del AVE donde, tras mucho esperar, abordamos el tren para Chamartín. Desde allí volvemos a ver los cuatro altísimos rascacielos que hay en esa zona, ahora bellamente iluminados con distintos colores. En metro volvemos al hotel y vamos a comer opíparamente a un chino del shopping. Nos acostamos a la 1. Yo esperaba que La Granja fuera más linda, de acuerdo a lo que había visto en documentales.

Por la mañana tomamos una combinación de metro para ir nuevamente, después de… ¡40 años!, al “rastros”, el inmenso mercado de pulgas que ocupa todo un barrio detrás de la plaza Mayor. Están el mismo bullicio y el mismo apiñamiento de siempre, sólo que ahora hay más vestimentas y productos chinos que verdaderas antigüedades; pero éstas, aunque en menor medida, persisten. Comemos gambas con cañas en un bar que es un loquero de movimiento y gritos por parte de los mozos, y después vamos a otro bar, italiano, a tomar café y gaseosas con profiteroles(*).

Vamos caminando por la Madrid de los Austrias y descansamos en una plaza frente a una antigua iglesia románica. Continuamos por la calle Humilladero, la plaza de la Paja, el convento de San Francisco el Grande(**) y descansamos un rato en los jardines del príncipe, antes de dirigirnos a la plaza Mayor, en la que desembocamos a través del “arco de cuchilleros”.

(*) Para más detalles del Rastros, ver el volumen I de “Mis viajes”.

(*¨*) Esta área la habíamos visitado en otro viaje, a mediados de los 90.

Aunque antes habíamos estado muchas veces en ella, siempre que la visito me invade una sensación mezcla de nostalgia, alegría y nuevos descubrimientos, aunque la plaza sea siempre la misma. Hoy está soleado, con un lima ideal -las últimas veces estaba frío o llovía y, por ser domingo, los cafés a su vera están repletos. También están los típicos pintores, músicos callejeros, etcétera, de modo que permanecemos bastante tiempo en ella, descansando, para seguir -luego de comer el clásico sangüiche de jamón ibérico paseando por los alrededores. Después de intentar en vano localizar el hostal de “las manolas” donde nos hospedáramos la primera vez que estuvimos en Madrid, tomamos café y gaseosas y volvemos caminando, ya de noche, a la estación Ópera del metro para regresar al hotel. Cenamos en otro chino del shopping “Principe Pío”, riquísimos, diversos y abundantes frutos de mar.

Por la mañana vamos caminando hasta la ermita San Antonio, que ya conociéramos en otra oportunidad, pero ahora están cerradas tanto la original, en cuyos muros y bóveda están los frescos de Goya, como la réplica que está al lado. Paseamos un poco por los alrededores, desde donde se ve el teleférico que asciende hacia la Casa de Campo, y luego voy a fotografiar el escuálido río Manzanares desde un puente, al lado del cual hay una estatua de Goya con una gran placa. Desandamos lentamente las diez cuadras hasta el hotel, y en un restaurante vecino almorzamos -para despedirnos de España,,,codillo en salsa, ensaladas y paella. Después descansamos en el hotel hasta cerca de las 17, cuando llamo a un taxi para que nos lleve hasta Barajas.

Los trámites son normales, pero durante la noche, en el avión, un niño espástico que está al lado nuestro en los asientos el medio, grita todo el tiempo y no me deja dormir bien. Arribamos a Ezeiza a la 4, 30 y a las 7,30 salimos para Córdoba, adonde llegamos con llovizna y bastante frío. Nos esperan nuestra hija Sonia y nuestro nieto Julián.